Capítulo #32: Pensamientos y pensamientos

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Sin importar cuánto control pudiese tener de la expresión de sus sentimientos, Daichi no era inflexible. Claro, se guardaba esos momentos de cero restricciones para cuando estuviera solo e aislado, donde nadie lo importunara con su presencia ni intenciones de hablarle, o eso intentaba.

Con la intensidad de su amor, era inevitable que este decidiera apoderarse de sus ideas. Era una acción silenciosa e imposible de percibir con exactitud; quien lo viera, solo intuiría que pensaba en algo con mucha concentración. Ocurría cuando menos lo esperaba, nunca era planeado. Podía robarle de minutos a horas de descanso en las noches, impedirle tomar una siesta en la tarde. Despertar de un sueño que lo involucrara llegaba a desatar lo mismo. A veces eran cosas dulces; en otras, subían un tono o dos; no siempre debía alcanzar algún punto con lo imaginado.

Empezó en los entrenamientos. Daichi podía estar solo feliz de lo mucho que su equipo había crecido en pocos meses, pero acababa con una sonrisa enorme de imaginar cómo eso permitiría que Suga jugase parte de no uno, sino de tres o cuatro sets en las eliminatorias; después de todo, una de sus razones para mejorar el desempeño de Karasuno era para que él disfrutase más de su tiempo en la cancha a pesar de haber perdido su titularidad. Siempre terminaba de vuelta a la banca por su hábito de pensar de más luego de unos cuantos puntos de ambos lados, sin embargo, valía la pena su satisfacción por haber formado parte de algunas jugadas y su sonrisa al entrar.

Continuó en sus caminatas a casa. Conversaban la mayoría de las veces, era en las pocas que el silencio los acompañaba sin ser incómodo ni tenso que su cabeza fantaseaba con tomar la mano más blanca. No quería solo juntar las manos de modo que formasen una cruz si no las cerraban, quería juntarlas de modo que sus palmas se alinearan para que sus dedos se entrelazaran. También sería lindo cruzar los meñiques, algo mucho más delicado y que resultaba muy dulce para él al recordar cómo los elefantes se agarraban de la cola. Una buena parte de su camino no era tan transitada como para toparse con demasiadas personas, no era tan arriesgado que dos chicos mostrasen su afecto así por esas calles. En ocasiones, el balanceo natural de los brazos al andar causaba breves choques de sus manos que enviaban hormigueos por su brazo y encendían alarmas en su interior.

No paró durante sus reuniones de estudio. Siempre se sentaban uno frente al otro a los extremos de una pequeña mesa en sus habitaciones. Era muy sencillo observar a Suga desde tan cerca. Le gustaba ver cómo se fruncía su puchero con cada segundo más de concentración en un ejercicio más o menos complicado. Su cabeza retrocedía un poco al darse cuenta de algún detalle que no encajaba. Su lengua salía al obtener la respuesta y escribirla antes de olvidarla. Cada vez era más frecuente quedarse atrás por mirarlo y solo reanudar al recibir la pregunta de por qué no avanzaba. Con esa proximidad, ¿cómo no repararía en sus pestañas?, ¿cómo no se perdería en su lunar como si fuese un espiral muy apretado?, ¿cómo no desearía humedecer sus labios resecos con su propia lengua?, ¿cómo no querría apartar ese insistente mechón que se cruzaba en su cara, acomodarlo detrás de su oreja?

—Creo que tengo que cortarme el cabello —soltó una de esas veces a medio septiembre.

—¿Qué? No —salió automático, inconsciente.

—¿No? ¿Por qué no? —Suga cruzó los brazos. Lucía divertido, su tono se escuchó igual.

—Ah. —Daichi se enderezó en un segundo en cuanto se percató de sus palabras—. No, nada. Es que... ¿lo veo bien? —improvisó.

—La pregunta me convence de que no está bien.

—¡No! Está como siempre, Suga.

—¡Molesta más que de costumbre! Me pondría un gancho si tuviera uno justo ahora. A este ritmo, acabaré con el cabello de Asahi.

Cuando las flores hablen por élWhere stories live. Discover now