Capítulo #29: Sin restricciones

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También tuvo su lado positivo: experimentó la generosidad de Daichi en primera plana. Tal vez acababa de propinarle un puñetazo a Tanaka, pero eso fue defendiéndolo, un regaño por reírse de él, una buena acción. Si algo le encantaba, era lo amable que era dentro de su rudeza, sobre todo cómo se apaciguaba con él más que con cualquier otro. Se percató de que sonreía como bobo recordándolo, por lo que sacudió la cabeza y se forzó a pensar en otras cosas para no ser capturado con esa vergonzosa expresión cuando llegaran más personas al salón del club.

Antes no le pasaba eso. ¿Sus sonrisas embelesadas eran producto de ya no reprimir su atracción creciente o eran una señal de que el enamoramiento estaba llegando a él? Aún daba miedo, pero ya se estaba acostumbrando a no controlar ni ignorar hasta la más mínima reacción típica de estar interesado en alguien más, su mejor amigo. Mientras Daichi no se diera cuenta, estaría bien.

Una vez seco hasta la ropa, Suga esperó fuera del salón a que saliera Daichi para ir juntos a su clase. No era algo de todas las veces, mas sí recurrente; no levantaría sospechas... ¿no? Hizo puchero. Por culpa de Nishinoya estaba demasiado pendiente de lo que hacía y dejaba de hacer si involucraba al capitán, fuera directa o indirectamente. Si alguien que ni siquiera sabía de su sexualidad lo descubrió, ¿qué quedaría de a quien quería ocultar su gusto por él?

—Vayamos. —Una voz profunda a su lado lo sacó de sus pensamientos a la fuerza. Casi da un brinco del susto. Qué suerte que leer mentes fuese un don único de la ficción o se habría encontrado con su propia imagen junto a palabras que no eran dedicadas a amigos. Ya en marcha, preguntó—: ¿Ya botaste el termo?

—Sí. ¿Para qué iba a quedármelo? No quiero un recordatorio del accidente.

—¿Y tienes otro en tu casa o vas a comprar uno nuevo?

—Compraré uno esta tarde.

—Oh, entonces vayamos juntos —propuso con una sonrisa casual. Suga alzó las cejas—. Necesito rodilleras nuevas.

—¿Ya se te estiraron otra vez?

—Sí —rezongó—. Cada vez duran menos.

—Ah, Daichi, eso es lo que pasa cuando tienes estos muslos. —Dio un par de palmadas suaves al frente de su pierna.

—¿Qué intentas decir? —Entrecerró los ojos.

—Que a tus rodilleras les pasa lo mismo que a tus pantalones.

¿Qué intentas decir? —insistió y arqueó una ceja. Suga suspiró al verse obligado a hablar.

—Que ese es el precio que tienes que pagar por tener muslos trabajados, ¿de acuerdo?

—Hm, debe ser eso. —Daichi relajó su expresión. El más mínimo atisbo de una sonrisa apareció en las esquinas de su boca—. Entonces, ¿te parece si me uno? También pensaba ir a comprar hoy.

—¿Iríamos después de comer?

—Sí. Almorzamos en casa, nos cambiamos y nos encontramos donde siempre, ¿vale?

—Vale —asintió con una sonrisa más grande.

Pasar más tiempo del que se suponía con Daichi era algo normal en su amistad. Solían visitarse a menudo por motivos de estudio u ocio —las responsabilidades eran la razón más frecuente—, muchas de esas ocasiones acababan en uno de los dos quedándose a dormir en casa del otro; también salían muy de vez en cuando a entretenerse, algo que se había vuelto más habitual en los últimos meses. Suga estaba más que feliz con el incremento de sus salidas y por la naturalidad con la que se dio; era maravilloso que su relación no se limitara al voleibol, a las horas escolares y a los deberes que esta implicaba.

Cuando las flores hablen por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora