Capítulo XXXVII No puedo dejarte

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Luego de recibir el llamado de uno de los encargados de la obra de restauración del Big Ben informándole que uno de los trabajadores se había descolgado de su arnés y había caído al vacío, tuvo la impresión de que los sentidos abandonaban su cuerpo, Elizabeth y la mudanza, el hombre que había caído golpeando con uno de los andamios de protección y estaba muy grave e internado en el hospital de Londres.

Pospuso sin decir su problema la charla con Elizabeth y se dirigió a resolver la emergencia, tenía que acercarse a la obra, interiorizarse de toda la situación brindar ayuda a los familiares del joven, no era el primer accidente que había sucedido en su empresa, pero el primero tan grave y en una obra de la que hacía meses hablaba toda Inglaterra.

Luego de una operación larguísima el operario estaba fuera de peligro, era más de las dos de la mañana. Lizzy no lo había llamado ni él a ella.

William con quien si había estado hablando era con Charles, que al enterarse del accidente se había acercado a acompañarlo unas horas en la clínica, habían estado reflexionando sobre Elizabeth, Charles le había dado su punto de vista, y si era cierto que Elizabeth tenía sus caprichos, Will era del todo incoherente, amar a una mujer que no gustara de su fortuna, y luego despreciarla por eso.

No había concluido en nada la charla, pero había ayudado a Will a deshacerse de la idea de separarse, no había manera que él dejara de amar a Elizabeth, su belleza singular lo cautivaba, su carácter plácida como penetrante, el tono de voz que le confirmaban que él podía morirse oyendo sus palabras y moriría feliz.

Mientras volvía a su casa no dejaba de pensar que necesitaba estar con ella. No importaba en donde.

Llegó a la mansión, buscó ropa adecuada para varios días, armó una pequeña maleta y se retiró en su flamante Rolls- Royce, rumbo a la pequeña casa de los Bennet en Maida Vale.

Antes de salir recordó que Elizabeth guardaba un juego de llaves en el sótano y él o había visto, volvió para tomarlo por las dudas , no quería despertar a Elizabeth , tampoco estaba seguro de que ella estuviera, al ingresar sintió su aroma por todos lados, encontró las llaves de inmediato, todo en ese lugar estaba impecable, desde que ella lo usaba, olía a ella, algo se movió en su corazón, era tal el sentimiento que guardaba por ella que se sentía incomodo, más cuando ella demostraba no aceptar algunas cosas de él, la amaba en contra de todas sus racionalizaciones, ella era la única mujer que en toda su vida le había puesto límites a sus locuras y a sus rutinas y eso era algo nuevo para él, que una mujer le diga no estoy disponible para todo, te puedo dar esto y nada más, era toda una novedad, que lo tenía completamente atrapado.

Nadie podía esperarse la decisión de Will, la Sra. Reynolds lo había escuchado y espiaba por la ventana viendo el auto desaparecer por la calle.

Caroline Bingley había malinterpretado los comentarios de Will durante la mañana creyendo que tenía alguna posibilidad de volver a tener algo con él, nada menos acertado, lo estaba enloqueciendo con mensajes ofreciéndole su compañía para combatir el dolor, le parecía nefasta, indigna, entendía que Elizabeth tenía razón en enojarse cuando él, insistía en seguir en contacto con algunas personas, no jugaría al tenis nunca más con ella, le hablaría e intentaría que entienda que nunca volverían a tener algo, Caroline debía aceptar que Will era un hombre casado, y que una pelea no la habilitaba a considerar una posibilidad de relación con él.

Leía los mensajes mientras esperaba la luz verde en un semáforo:

_Lo que necesites yo puedo dártelo, no te he olvidado.

_Sabía que ella no podría con tu vida, solo una persona de nuestra clase está a ese nivel, llámame.

_Te lo digo como amiga de la infancia, cuentas conmigo, te quiero Will.

El sueño de William DarcyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora