Capítulo XXXI La boda

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La Abadía de Westminster  adornada de flores blancas y rosas de Inglaterra estaba colmada  de gente esa mañana, era habitual que así fuera por ser seis de enero, la mayoría de las familias inglesas se despedían de la navidad en esa semana y acostumbraban  asistir a la iglesia.

Georgiana se había ocupado de la decoración unas semanas antes y todo se veía impactante.

La señora Bennet se sentía apenada por no poder celebrar reyes, ella amaba esa fecha en París,   en Londres no se celebraba, se había habituado perfectamente a las costumbres de los parisinos y las extrañaba cuando volvía a Londres obligada por algún trámite. Lo único que quería era terminar con la boda de su hija y volver a su casa. En eso pensaba mientras espiaba por una hendidura de la puerta del cuarto en el que esperaban que Elizabeth,  se dignara a entrar a la iglesia.

No soportó más,  llamó al Sr. Bennet, este atendió rapido para calmarla, sabía con quien se encontraría si no le contestaba el teléfono. Había una pequeña demora en el tránsito y el chiste de Jane se había convertido en una descortesía para los invitados y el sacerdote, pasaban treinta minutos de las once y les faltaban diez cuadras para llegar.

_Sr. Bennet que suerte que contesta, me puede decir que es lo que se piensan, nos tienen asfixiados en un cuarto de dos por dos en esta iglesia que tiene más de diez siglos, ¿qué es lo que hacen que no llegan?

_Querida, no te alarmes ni alarmes al resto, _ contesto el Sr. Bennet con mucha paciencia_ estamos acercándonos a la iglesia muy lento, nos quedan pocas cuadras, tomamos por un camino con mucho tránsito.

_Me dejas tranquila, ¿traes a la niña?, ya no  puede arrepentirse, ¿se lo has dicho? Hay más gente de la esperada, me parece que me pase un poquito pidiéndole a Jane que publique la boda en los diarios de la mañana_ la Sra. Bennet se sonrió entre dientes.

Las Sra. Reynolds abrió los ojos como si intentará ver el más allá, no podía creer lo que escuchaba, se tranquilizó al darse cuenta  que William ensimismado en sus pensamientos no la había escuchado.

_Te dejo querido confió en tu prudencia, aquí esperamos.

La música comenzó a sonar había un músico invitado, además del coro habitual de la iglesia, era una sorpresa para William y Lizzy, pero creía que tenía que ver con la organización que Georgiana y Tris habían estado realizando. Era un músico moderno que William había visto en una fiesta no hacía mucho, se trataba de Ed Sheeran.

La Sra. Bennet intentaba espiar pero no lograba ver nada, movía la cabeza a un lado y a otro, estiraba el cuello, era enloquecedor para la Sra. Reynolds. Will se había parado y daba las mil vueltas sobre sí mismo y ni se percataba de ella que hacía lo suyo. 

Uno de los monaguillos de la iglesia se acercó para avisar que debían prepararse ya que la Srta. Bennet entraría a la iglesia, el órgano comenzó a sonar con estridencia,  a Will se le paralizó el corazón, quería que llegue el momento,  pero,  a la vez se sentía completamente conmovido, miró a la Sra. Reynolds que se acercó a besarlo en la frente,  él sostuvo la mirada por unos segundos en sus ojos, se la veía muy feliz y segura,   eso le daba calma y seguridad a William.

Se acercó a la Sra. Bennet y caminó al altar, la señora Reynolds caminó por detrás mientras Elizabeth comenzaba a caminar desde la puerta.

Lizzy iba muy jovial, no podía distinguir a nadie conocido, intentaba no ponerse nerviosa y caminaba tranquila acompañando el paso de su padre.

La música elegida contribuía tanto al estado de ánimo de Will, como al de Lizzy que caminaba sin titubear por el largo pasillo, los tonos y modulaciones musicales estimulaban los sentimientos más nobles: bondad, generosidad y amor,  habían logrado calmar los nervios de ambos. Will que no podía esperar para ver a Elizabeth volteó a mirarla, quedó impactado, ella estaba muy bella, su mirada daba la misma sensación de amor y ternura que la primera vez que la había visto,  desinteresada,  segura de sí misma, estaba perfecta, simple y sofisticada a la vez. Imposible pasar desapercibida, William volvió a mirar hacia adelante. La Sra. Bennet se contenía pero hacía lo mismo una y otra vez, miraba de redor observando las caras de la gente y a su hija, se sentía orgullosa.

El sueño de William DarcyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora