Capitulo XIII Me enamoré de tí

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Sin dejar de besarla y haciendo caso omiso a las interrupciones de Lizzy, William apagó la luz de la lámpara que iluminaba el living de la casa y dejó caer su saco, mientras desabrochaba su camisa. Sus cuerpos ardían, Elizabeth lo ayudó a desabrocharse el pantalón, mientras él desajustaba los breteles del vestido, que al instante se deslizaba dejando al  descubrierto el cuerpo de Lizzy.

Ella quería detenerse, pensaba en que podría arrepentirse de ir tan rápido, pero también necesitaba sentirlo cerca y no encontraba otra manera de acercarse a él que esa.

Se mantuvieron besándose, casi desnudos, sin pensar en nada más que en sentirse.
Elizabeth podía sentir a William en su vientre, lo deseaba, estaba feliz por notarlo excitado con ella, la hacía sentir una mujer deseable y eso hacía que no se reprochara nada.

De repente habían perdido la noción del tiempo, la inseguridad se había esfumado y continuaban acariciándose.
Ella controlando la sensación permanente de sus sentidos abandonando su cuerpo. Eso era algo que le comenzaba a suceder cuando estaba con él, se sentía ausente, relajada, sentía que él se ocupaba de todo. Y eso la enloquecía.
Todo cambiaba cuando  él se ausentaba, perdía objetividad y lo añoraba, se desesperaba ¿Eso sería el amor?, se preguntaba mientras William se esforzaba en cubrirla con caricias y besos.

Él se alejó por unos segundos, diciéndole al oído que lo esperara, con una ternura que ella jamás había sentido de otro hombre.
William era tan educado y respetuoso como obstinado, pero la volvía loca.

Se levantó suavemente del sillón y tomó con cuidado algo de su bolso. Ella sonrió espiándolo en la penumbra, estaba preparado para todo, tenía protección. Algo de vergüenza corrió por su estómago y se posó en sus mejillas ruborizándolas y agradeció la poca  luz que evitó que  él pueda notarlo.

Elizabeth había recuperado ya la respiración , pero su cuerpo ardía y no quería otra cosa que volver a agitarse, se sentía feliz, y ese apuesto caballero que caminaba por el living de su casa desnudo se acercaba nuevamente.

Will sin demorarse estaba nuevamente en sus brazos, besándola y abrazándola de una manera tan especial que  Lizzy se sentía protegida.  Podía morir en sus brazos sin temerle a nada ni a nadie.
Él demostraba seguridad y  con un intenso movimiento deslizó su ropa interior y ayudó a Lizzy con la suya, para luego buscar la posición más conveniente que le permita apoderarse de esa bella y diminuta mujer que el destino le había puesto en su camino. En unos segundos se amaban sin poder detenerse como si se conocieran de toda la vida.

Lizzy se había olvidado de los reproches, solo necesitaba que su cuerpo se roce con él para sentirse protegida y a gusto, era verdaderamente placentero sentirlo dentro de ella. Podía sentir su entrega, no quería que se detenga y Will no se detuvo hasta sentir que ella alcanzaba el orgasmo.  La siguió desenfrenado, encontrándose por unos instantes colmados de la felicidad que les brindaba ese momento de intimidad, inesperado y ansiado para ambos.

Sus corazones latían con fuerza, hacía algo de calor pero siguieron por varios minutos abrazados sintiendo sus cuerpos, disfrutando de ese momento tan decididamente único y especial para los dos.

Elizabeth prefería no moverse, no quería mirarlo a la cara, sentía un poco de vergüenza nuevamente, cómo había pasado todo tan rápido, él en su casa de sorpresa, en media hora ella en sus manos, al mismo tiempo sentía que no podría soportar estar separada de él nunca más en su vida y ese sentimiento la agobiaba.

_ ¿En qué pensás?_ dijo él intrigado y sin dejar de abrazarla.

_ ¡En qué hacemos aquí!, hemos pasado de no conocernos, a besarnos desesperadamente, de pelearnos y discutir en la mente a estar aquí sin poder contenernos ¡Tengo mucho miedo!

El sueño de William DarcyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora