Capítulo #26: ¡Mi cuerpo está listo!

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Aun con los ojos cerrados, la cantidad de sensaciones percibidas era abrumadora. Había un olor leve y envolvente según se acercase a algo que no podía identificar sin la vista; lo describiría como una mezcla de un cuarto de colonia, un cuarto de ambientadores y una mitad de esencia propia o sudor. Reconocía distintas telas y piel en su tacto, una combinación de frescura y calor que apenas tenía sentido. Incluso su lengua estaba en acción contra una superficie aparentemente lisa y algo salada. Sin embargo, lo más desconcertante era el silencio alrededor, hasta llegaría a creer que había perdido la audición.

Su cerebro no era capaz de enlazar todas esas percepciones con un único todo sin alguna otra pista, por lo que decidió obtener la más obvia: la que sus ojos le darían. Los abrió cuando paró de recolectar sabor y sus labios se separaron de lo que fuese que tocaban, aunque todo lo que captó durante los primeros segundos fue un borrón blanco y de piel clara. Cuando lograron enfocarse, sus párpados se separaron un poco más y, de seguro, sus pupilas se dilataron al mismo ritmo. Sonreía, pero, ¿cómo no lo haría? Acababa de marcar su cuello favorito.

No recordaba cómo había llegado a ese punto; ¿importaba saber cómo alcanzar las puertas del Paraíso cuando ya las abría? Su respiración era laboriosa, mas no como la que le causaban las flores. Era un esfuerzo satisfactorio, de ese que deseaba continuar hasta cruzar la meta, similar a las fuerzas que le permitían moverse a finales del último set de un partido extenuante, mas ese ejemplo se quedaba corto. Además, no era el único en ese estado; la boca a centímetros de la suya estaba hinchada de tantos besos, y a juzgar por el movimiento del pecho al abdomen, era más lo que buscaba aire que lo que buscaba solo contenerlo.

A la falta de sonido, los pequeños espasmos y la rojez adquirida en las mejillas le indicaban que lo estaba haciendo bien, aun si no sabía cómo proceder con exactitud, pues nunca había besado antes, mucho menos con tanta pasión. Una corta quietud para contemplar la mirada en los ojos acaramelados que lo veían con la misma adoración y deseo, una aproximación de bocas muy despacio y a ciegas, un movimiento de sus manos desabotonando prendas y sus oídos por fin funcionaron, aunque el resto pareció colapsar.

La temperatura disminuyó de golpe, y donde esperó novedad no hubo más que la conocida sensación de esas ocasiones en las que no estaba de ánimos para usar su mano. Su boca recién había soltado algo muy seco e inmóvil para ser otros labios; el olor era el de su habitación y propio. No tenía ni una idea aproximada de cómo se debía sentir lo que estaba a punto de hacer, pero estaba seguro de que no era tan insípido como lo que hacía en ese instante, en la realidad. Resignado y con sospechas demasiado claras, abrió los ojos para encontrarse con el decepcionante —más realista— escenario: sus brazos estaban ocultos bajo su almohada, abrazándola; su cabeza descansaba incómoda sobre el colchón, de lado, con su boca entreabierta dejando escapar jadeos; y ni hablar de lo que hacía con la mitad inferior.

Daichi nunca esperó tener tantos celos de sí mismo, y mucho menos de su yo onírico.

Se detuvo, apoyó la frente sobre las sábanas que desordenó solo y suspiró con pesar. Era una injusticia haber despertado en la mejor parte, aunque consideraba que eso era lo correcto, pues descubrir esos placeres en sueños primero no sonaba muy adecuado. Al aún sentir cierta aceleración en su sistema, descendió una mano para comprobar su estado dentro del short de pijama, provocándose un espasmo y un consecuente gruñido desganado. Terminaría solo porque ya había llegado hasta ese punto —inconscientemente, pero lo hizo— y sería una molestia aguardar a suavizarse para volver a dormir o levantarse.

Restregarse contra una almohada grande no era tan satisfactorio ni tan rápido como masturbarse como era más común hacerlo, pero era suficiente cuando la pereza de la somnolencia aún no abandonaba su cuerpo y no había voluntad de cambiar de posición —se preguntaba cómo había acabado así; él no solía moverse tanto al dormir—. El truco para acelerar era aprovecharse de su imaginación. Hasta entonces, habían sido muy pocas las veces en que pensó en Suga de esa manera, ya que se le hacía un tanto complicado e incluso vergonzoso, inhibiéndose en el proceso; sin embargo, con las escenas del sueño aún intactas en su memoria, podía dejar la pena para más tarde.

Cuando las flores hablen por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora