21 | Añoranza

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El sábado amaneció soleado, con nubes blancas adornando el cielo. Es un día hermoso, pensó Emilia.
No podía evitar pensar que era una mujer afortunada al tener a las dos personas más importantes a su lado, llenas de salud, llenas de vida.
Cuando dio las once de la mañana, ya habían hecho todas sus compras en el supermercado, Alex daba saltitos delante de ellas lamiendo su helado mientras atravesaban el parque camino a su casa. Estaba a tres cuadras manos o menos y no les importaba hacer un poco de caminata.
-Creo que la temática de superhéroes le encantara –dijo su madre sin apartar sus ojos de Alex- Ya hable con una chica que es experta en decoraciones.
-Sí, estoy de acuerdo. Además mandare a hacer la torta en esa repostería cerca de la oficina, sus pasteles son deliciosos –emocionada miro a su madre, estaban organizando ya el cumple de su hermanito, seria en ocho días, como su madre se encontraba aun en sus días libres, después de lo mal que se había puesto le había dejado organizar el festejo en su mayor parte. Ahora que la miraba su madre se veía muchísimo mejor, esas ojeras habían desaparecido, tenía color en las mejillas y se le notaba con más energía. Había tenido razón en insistir respecto a tomar sus vacaciones- Llenare la mesa de dulces, a los niños les encantara.
-Alex ya me estaba tratando de sacar información –sonrió su madre mirando al niño de pelo castaño que estaba embelesado mirando a los otros niños jugar- Pero no he dicho nada.
Emilia tuvo que reír ante la cara de su madre. Ambas no podían evitar cumplir todos los caprichos de Alex, pero a pesar de todo él era un excelente niño.
-Mami –Justo en eso él se giró y camino hasta ellas- ¿Puedo jugar un rato en esos? –apunto a los juegos que había al costado izquierdo de donde caminaban.
-Creo que podemos quedarnos un rato –Alex sonrió emocionado y después de darle a Julia el resto de su helado corrió hacia allí- Vamos a sentarnos aquí.
Se dejaron caer en un banco de madera situado a un extremo de donde jugaba Alex. Emilia se rio cuando él se deslizo por uno de los toboganes y les dedico una enorme sonrisa, la felicidad brillaba en sus ojos marrones como los de ella.
-¿Cómo te está yendo en el trabajo, cariño?
Emilia no aparto la vista de Alex, pero la postura recta que había adoptado hacía pensar a su madre que una vez más le mentiría.
-Muy bien, mamá.
Tan bien que Sebastián había desaparecido el jueves al medio día y no volvió. Emilia esperaba poder verlo ayer pero una vez había llamado muy temprano y dejo dicho que no vendría. No pudo ignorar la sensación de molestia que sintió cuando no la llamo a ella.
¡Ella era su asistente!
Tampoco pudo ignorar las ganas inmensas que tenía de llamarlo y gritarle que era un cobarde.
Pero algo le decía que la cobarde era ella, y solo ella.
Tampoco pensaba mucho en ello. Los días habían sido eternos y aunque nunca le hubiera admitido a Lucia, entro a su oficina en más de una ocasión solo para que su perfume la inundara.
¿Cómo podías extrañar algo que nunca has tenido?
¿Cómo podías ser tan patética?
-Recuerda, Em. Soy tu madre y te conozco mejor de lo que crees.
Eso la saco de sus pensamientos, pero mientras pensaba que contestar su teléfono móvil sonó, así que fijo sus ojos en el identificador.
Génesis llamando, leyó.
-Hola –la saludo.
-Espero de verdad que si no quieres que termine detrás de prisión, vengas mañana al almuerzo –soltó del otro lado, su ex jefa por el momento.
La escucho tomar un respiro.
-Génesis ¿estás bien? ¿Él bebe está bien?
La ignoro.
-¿Vendrás verdad? –Antes de que pudiera contestarle ella prosiguió- Porque Sebas acaba de decirme que no piensas venir, no puedes hacerme esto.
-¿Sebastián está allí? –eso fue lo único que pudo captar de la verborrea de la rubia.
-Si esta, mamá llego esta mañana –bufo- Así que dime ¿Vendrás o no?
Emilia se lo pensó, hasta esta mañana había decido no ir, no después de las palabras que Sebastián le había lanzado. Y su madre estaba allí, nunca la había visto y eso la ponía más nerviosa.
-Es el deseo de una embarazada, no puedes no cumplirla –continuo ella.
-¿Me estas chantajeando?
Escucho la risa de Fabio, y seguido de Génesis mandándolo callar.
-¿Funciona? –Dijo- Tienes que venir ¿Lo harás cierto?
¿Cuál era el motivo por el cual deseaba ir y del mismo modo no hacerlo?
Sebastián.
Él ya estaba allí, y sintió una cierta adrenalina recorrerla.  Esta era una gran oportunidad para ella, para relacionarse con los italianos, conocer nuevos tipos de negocios, escucharlos de primera mano. Y él no lo iba a evitar.
-Si, por supuesto. Ahí estaré –sonrió para seguidamente agregar- Además llevare a alguien conmigo.
El silencio traspaso la línea, dejándola con el ceño fruncido.
-No hay problema con eso, ¿cierto?
-No, claro que no –Escucho el suspiro de Génesis y se preguntó si ya se lo había dicho a su hermano- Bueno, Em. Te veo mañana –le mando un beso y se despidieron.
-Al parecer Sebastián está muy presente ¿No?
Emilia abrió la boca ante las palabras de su madre, pero ella había vuelto a retomar el camino con Alex correteando detrás de ella. Ni siquiera se había percatado de que ya se habían puesto de pie.
-¡Milia!
Tomo sus cosas apresuradamente y fue tras ellos.
-Mañana solo seremos tu y yo, mi amor –dijo Julia mirando a su hijo- Tu hermana tiene un almuerzo, muy importante mañana.
Emilia no le respondió, para que, si después de todo como su madre bien había dicho la conocía demasiado bien.
No entendía cómo explicar lo que le sucedía, pero saber que iba a verlo hacia que su ánimo mejorara, y no quería ponerse a pensar a que se debía.
*-*-*
-Esto es hermoso, Emilia –Lucia la alcanzo luego de haberse asegurado de bloquear el coche, lo había estacionado en medio de una camioneta y el coche que reconoció era el de Sebastián.
Aparto la vista y siguió a su amiga.
-Sí, es realmente hermoso. Génesis dijo que fue una herencia de su padre, esta casa siempre le había encantado, por el jardín y un pequeño lago justo al fondo –Lucia entrelazo su brazo con la de Emilia y caminaron sobre la grava de color gris, hasta que toda la mansión quedo frente a ellas. Emilia recordó la primera vez que había venido, no estaba tan concentrada en la casa, porque su acompañante había acaparado toda su atención. Recordó cuando le puso su chaqueta sobre los hombros, insistiendo que hacia frio. Fue atento y muy amable, inclusive durante toda la noche, todo eso no encajaba con el concepto que se formó de él, aquel que día antes le había gritado en la cara.
-No me importaría vivir aquí –la voz de Lucia la trajo de vuelta y se dio cuenta que ya estaban dentro del jardín y acercándose a la escalinata que precedían la dos grandes puertas de color marrón oscuro, ni bien fijo sus ojos allí estas se abrieron mostrando a una muy embarazada Génesis rodeada por los brazos de Fabio.
-Em, viniste –sonrió la rubia, que la abrazo ni bien llego junto a ella.
-Estas guapísima, el embarazo de verdad te sienta –elogio mirándola, toco su barriga con mimo- Hola, precioso.
-Estoy hecha un tanque, pero por ahora no me importa –ella movió su mano y luego centro su vista en la pelirroja- Hola, Lucia.
-Hola, Señora.
Génesis hizo cara de asco.
-Por favor, llámame Génesis. Por ahora no soy tu jefa.
La abrazo mientras Emilia hacia lo mismo con Fabio.
-Hola –cuando lo soltó le sonrió- Te extrañamos por la universidad, profesor.
Fabio arqueo una ceja.
-Yo también extraño dar clases –suspiro- Pero mis bebes me toman todo mi tiempo y estoy encantado con eso.
Rodeo a Génesis y dejo un beso en su sien.
-¿A qué se debe la reunión? –la persona que hablo se materializo justo detrás de Fabio y Emilia pudo ver la enorme sonrisa de Marco- Pero mira a quien tenemos aquí. Hola, belleza –se aproximó a ella y beso sus mejillas.
Más guapo no podía estar, el polo blanco que traía se ajustaba con precisión sobre su atractivo torso y los pantalones cortos dejaban entrever unas poderosas piernas. Sintió el codazo de Lucia, ella se tuvo que aguantar las ganas de fulminarla con su mirada.
-Y tú eres…
-Lucia, es un placer Señor.
Él sonrió, mostrando todos sus perfectos dientes.
-Llámame, Marco –deposito un beso en el dorso de su mano- El placer es mío. 
Emilia se abstuvo de poner los ojos en blanco.
-De verdad Marco, cuando te propones hasta pareces de verdad –bromeo Génesis, él le guiño un ojo- Pero por favor, pasen. Los demás ya están adentro.
Emilia trago saliva y se ajustó sin necesidad el bolso sobre su hombro. Él estaba adentro y sin estar preparada para verlo, camino detrás de los demás mientras Marco le rodeo el hombro con su brazo, pero estaba tan nerviosa que lo dejo estar.
*-*-*
Génesis no había fingido, cuando sonó el timbre había corrido todo lo que su enorme barriga daba hasta la puerta, por lo que él le dio la espalda y avanzo hasta llegar al jardín trasero, donde está el quincho y dispuesto todo para preparar la carne asada.
Le traía nostalgia el lugar, se recostó en el pilar y miro alrededor, y cerraba sus ojos podía aun ver a su padre moviéndose de aquí y allá, preparando su famosa carne asada, riendo y contando chistes. Era un hombre divertido siempre tenía algo que decir, podía aun recordar las discusiones que tenía con su madre, porque ella insistía en que dejara de usar aquella camiseta vieja de la universidad, estaba descolorida y tenía un agujero en el hombro, pero su padre siempre lograba volver a ponérsela.
Se rio recordando.
-Aún tengo aquella camiseta, vieja y descolorida –la voz de su madre hizo que la mirara, ella le sonrió con nostalgia, haciendo que algunas arrugas pequeñas se marcaran en las esquinas de sus ojos, su pelo castaño caía sobre sus hombros y sus ojos casi del mismo verde que los suyos miraron justo donde él lo hacía. Ella enredo su brazo con el de él y se recostó en su hombro- A veces lo extraño demasiado, nunca tuve el corazón para tirarlo –era la primera vez que su madre le contaba aquello y cuando sus ojos se volvió cristalinos supo que a pesar del tiempo el amor que le tenía a su padre jamás desaparecería.
-No sabía eso, mamá –dijo y la rodeo con sus brazos- Yo también lo extraño, demasiado. Espero no quemar la carne –bromeo y su madre se rio, le toco el ovalo de la cara.
-Cielo mío, te pareces demasiado a él. Y más vale que no vayas a envenenar a tu madre –lo regaño, pero había tanta dulzura en su voz que Sebastián no lo sintió así.
-Mamá, el mejor asador me enseño, jamás haría algo así.
Ella lo miro con sus cejas arqueadas.
-Eso también lo has heredado de tu padre, siempre tan confiado –su madre puso los ojos en blanco cuando el hincho el pecho con orgullo.
-Y muy guapo.
-Y sin novia –la sonrisa se borró del rostro de Sebastián.
-¡Mamá, estábamos tan bien! –Bufo y se alejó de ella- ¿Por qué tienes que empezar con eso?
Miro a su madre y la vio sonreír.
-Hijo, solo quiero tu bienestar.
Sebastián negó con la cabeza y se aproximó a la parrilla, hablar con su madre era una buena excusa para no aparecerse por la sala, donde probablemente estaría Emilia, pero eso implicaba soportar sus continuos reproches de porque ya no se había casado.
-Mi bienestar no está al lado de una mujer –Bueno, a no ser que fuera Emilia Santino. Pero su madre en definitiva no necesitaba saber eso, o nunca más lo dejaría dormir tranquilo- Soy muy feliz así como estoy.
Vio a su madre fruncir la boca, estaba a punto de soltarle unos de sus sermones cuando su hermana cruzo el umbral en dirección a ellos.
-¡Mamá!
Sebastián sonrió, toda la atención de su madre se centró en su hermana. Él les dio la espalda mientras limpiaba la parrilla, pero la piel de su cuello se erizo y solo la presencia de una persona lograba ese efecto en él, se obligó a mantener el tipo, allí inclinado como si no fuera consciente de la rapidez con que empezó a latir su pulso.
-Te quiero presentar a Emilia –dijo emocionada Génesis- Es de quien te hable, y ahora trabaja con Sebas –Giro tomando a Emilia del brazo- Y ella es mi madre Em, Olivia Hamilton.
Emilia esbozo una sonrisa amable, la mujer era tal vez de la edad de su madre de unos cincuentas dos años, pero se mantenía de maravilla. Su pelo castaño brillaba al igual que sus ojos verdes, que le hacía recordar al hombre que se moría por ver.
-Señora Olivia, es un verdadero placer conocerla. Génesis me ha hablado mucho de usted.
La señora Olivia se acercó y le beso en las mejillas.
-El placer es mío, querida. Pero por favor, que sea solo Olivia–la sonrisa que traía era la misma que la mujer rubia que tenía a lado, emanaba sinceridad- Génesis me ha hablado mucho de ti.
La aludida sonrió nerviosa mirando entre una y otra.
-Espero que cosas buenas.
-Oh, no lo dudes –dijo- Debo agradecerte lo mucho que la has cuidado, me lo conto.
-Soy yo quien está muy agradecida con Génesis y Fabio. Encantada de ayudarla, siempre.
Olivia miro a su derecha, a su hijo. Quien al parecer estaba demasiado concentrado en ubicar las compras en la mesa como para dignarse a saludar.
-Sebastián, porque no vienes a saludar –dijo con voz suave, pero con el regaño implícito. Emilia giro bruscamente, buscando al hombre de sus sueños o pesadillas.
A Emilia se le seco la boca y olvido respirar.
Mientras los ojos verdes de Sebastián se clavaban en ella, no pudo evitar recorrerlo por completo, la camisa de jeans de color oscuro hacia un increíble contraste con su piel y su pelo casi dorado por los reflejos del sol, sus pantalones vaqueros ajustados con un cinto marrón, lo hacían ver demasiado varonil que ella sintió unas inmensas ganas de que aquellos brazos musculosos la abrazaron.
Su cara ardió cuando fijo sus ojos en los de él, el maldito sonreía. Aparto la mirada molesta. Obviamente se había dado cuenta de que lo miraba como idiota. Él se aproximó a ellos, y aquella expresión con que la estaba mirando hizo que la temperatura subiera a niveles muy altos para que fuera saludable, ¿o solo era imaginaciones suyas?
Pero tuvo que mantener el tipo, y tragar saliva para mojar su seca garganta.
-Emilia.
Su aterciopelada voz la acaricio y él se acercó más de lo que debería, porque beso su mejilla izquierda como saludo. Toda ella tembló.
-Señor.
Lo miro, no iba a amilanarse. Tenía el ceño fruncido cuando respondió.
-Sebastián, mi nombre es ese –dijo con voz divertida, pero aquellos ojos verdes que sabía leer escondía el enojo- Además no estamos en la oficina, olvidemos eso por hoy.
Olivia miro entre ambos, pero ignoro lo que su sexto sentido decía.
-Veo que ya conociste a mi hermosa madre –continuo Sebastián.
-Así es.
-Pero que hermoso y caballeroso es este hijo mío –lo tomo de la cara y le dio un sonoro beso.
-¡Madre!
Emilia no pudo evitar que una sonrisa asomara a sus labios al verlo azorado. Él le dio la espalda al grupo sin dedicarle una mirada más a ella, y se devolvió a lo que estaba haciendo.
En ese momento los demás se unieron a ellos. El señor Alessandro se llevó a Olivia a por un vino, mientras Marco charlaba con Fabio. Lucia se aproximó a Génesis y a ella.
-Tu casa es realmente una preciosidad.
-Gracias, Lucia –dijo ella encantada- La verdad es que cuando me case, pelee hasta el último con Fabio para que viniéramos a vivir aquí. Esta casa tiene todos los buenos recuerdos que atesoro.
-¿Lo chantajeaste con el deseo de una embarazada?
Los ojos de Génesis brillaron con diversión y busco a Fabio con la mirada.
-Así es, pero con el sí funciono –miro a Emilia cuando soltó la última parte.
-¡Pero si estoy aquí!
-Tu sabes que estas aquí por otra cosa.
El entrecejo de Emilia se frunció con profundidad y antes de que pudiera negar aquello Génesis soltó:
-Bueno, chicas. Les toca hacer la ensalada –movió la mano y con una sonrisa se alejó de ellas, les guiño un ojo desde los brazos de su marido.
Lucia soltó una carcajada.
-Eres tan obvia.
Emilia entorno los ojos.
-¿Tú también?
En ese momento Marco se acercó a ellas con las manos en los bolsillos.
-Génesis me dijo que nos toca hacer la ensalada –El las miro como si eso fuera algo de otro mundo- ¿Alguna de ustedes sabe hacerla?
Emilia y Lucia se miraron, no pudieron evitar reír. Y la primera asintió respondiendo a su pregunta.
-¡Eres mi salvación! –el acento italiano era demasiado evidente. Sebastián los miro sobre el hombro, justo cuando Marco abrazaba a Emilia, quien quedaba con la barbilla sobre los hombros de él.
Sintió el mango del atizador entre su mano, la textura áspera del material acariciando su piel con demasiada fuerza.
Los ojos marrones de Emilia se clavaron en los suyos, y no lo soporto, dejo el atizador en la mesada, no quería caer en la tentación de que acabara en la cabeza de alguien y avanzo hasta ellos.
Sus dedos picaban por apartar a Marco de Emilia, y no podía relajar la rigidez de su barbilla.
-Escuche que les toca hacer la ensalada –dijo sonando despreocupado a oídos de Emilia.
-Así es amigo –dijo Marco- Pero eso acabo de decirles, pero no tengo ni idea de cómo hacerla, ¿verdad belleza?
Sebastián no lo soporto.
-Su nombre es Emilia.
Las cejas oscuras de Marco se entrecerraron y tres pares de ojos se clavaron en él. Marco sorprendido, Lucia con regocijo y Emilia estaba sin palabras.
Sebastián se aguantó las ganas de blasfemar por haber abierto la boca y haberse dejado llevar por sus celos.
-Pero es una completa belleza, al igual que su amiga –les guiño un ojo- y aquí entre nos, siento una debilidad por las mujeres bellas.
Pero no por la mía, pensó Sebastián con ganas de saltarle al cuello, pero no lo hizo obviamente. Suficiente ya tenía con su presencia y con la mirada inquisidora de esos ojos marrones que lo estudiaban.
-Muéstranos donde está la cocina, Lucia y yo nos encargamos de la ensalada –Ella llamo su atención y el asintió.
-Les alcanzo en breve, señoritas –Marco se inclinó y se despidió lo vieron acerarse a los que estaban sentados en las sillas de mimbre.
-Vamos –con una familiaridad que hizo que Lucia arqueara su ceja Sebastián puso su mano en la espalda de Emilia, quien lo miro a los ojos, y justo en ese momento sintió que sobraba.
Rápidamente dio una excusa diciendo que iría por su bolso y desapareció pasando el umbral que daba a la salida.
-La casa es hermosa –comento Emilia, sintiendo la necesidad de llenar con el algo el silencio que se había instalado entre los dos, después de que Lucia los dejara solos.
-Es la preferida de mi hermana, y de todos.
-Me comento lo que solía hacer los domingos tu padre, al parecer era famoso su carne asada –lo miro mientras cruzaban frente a la escalera disfrutando del momento más de lo que quería aceptar.
-Y lo era. Se levantaba muy temprano, jugábamos golf y luego se ponía su raída camiseta, mi madre la odiaba.
Emilia adoraba la felicidad que esos recuerdos traían a la expresión de Sebastián, solo lo había visto una vez así, cuando se besaron.
Cruzaron las puertas de que al parecer daban a un salón y más allá se abría la enorme cocina.
-Tu madre es una mujer encantadora y admirable –dijo con una sonrisa, pensando también en Julia, su madre- No muchas personas sobrellevan la pérdida de un ser amado de forma tan valiente.
Sebastián la contemplo embelesado, olvidándose de todas las barreras que ella le había impuesto, pero no podía evitarlo.
-Tanto mi madre, como yo no pudimos venir a vivir aquí, demasiados recuerdos y a veces duelen aun en el tiempo.
Sintió unas ganas inmensas de abrazarlo.
-De verdad lo siento.
Sebastián se detuvo nuevamente a contemplarla, era increíble que con tenerla a su alrededor pudiera olvidarse de todo. Charlar con ella, saber todo de ella, era lo que más deseaba. Recorrió el contorno de su hermoso rostro, aquellos labios que se moría por besar de nuevo, aquel cabello en el que quería enredar sus dedos, podía sentir la desesperación que le producía no poder siquiera abrazarla. Sentía su corazón latir desbocado, no sabía cómo, cuándo o dónde, pero Emilia se había metido debajo de la piel, en la profundidad de su alma, de su corazón. Y lo peor sin siquiera proponérselo.
Ella no lo sabía, no comprendía.
Le dolía tenerla tan cerca, mirarla y saber que nunca podría ser suya por completo.
-¿Estas bien? –Emilia dio un paso que Sebastián retrocedió, se quedó helada con la mano extendida, - Lo siento – ella bajo la mano avergonzada y susurro una disculpa, pero no sabía porque.
Los ojos de verdes de Sebastián perdieron su brillo usual, había una tristeza cruda en ellos que Emilia sintió ganas de llorar.
-La cocina está allí, cualquier que necesites… -dejo las palabras en el aire, le había dado la espalda, lo vio alejarse, sus hombros encorvados y la cabeza gacha.
Emilia se froto los brazos, deseando ir tras él y abrazarlo.
¿Por qué había reaccionado así? ¿Dijo algo que lo había incomodado?
Tal vez era por su padre, por los recuerdos, este lugar como el bien había dicho le traía añoranza y con ella dolor.
O tal vez la discusión que habían tenido tenía más importancia de la que creía. Emilia se sentía un completa tonta, primero le decía que se alejara y luego disfrutaba de una conversación con él.
Verlo le había llenado el pecho de un tipo de alegría que era nueva para ella, lo había extrañado mucho. Hasta que lo tuvo en frente no se había dado cuenta de cuánto.
Recordó todo lo que le había dicho, y justo en ese momento parecía que ya no significaban tanto, porque estar con él hacía que cada pequeña célula de su cuerpo reaccionara, siempre pendiente, siempre alerta de cada movimiento, a su lado se sentía más viva de lo que nunca se había sentido.
Miro de nuevo hacia donde él había ido, pero ya no estaba, con un suspiro se giró y se adentró a la enorme y espaciosa cocina, que su madre adoraría.

Déjame amarte solo un pocoWhere stories live. Discover now