Capítulo #17: Un capullo debe florecer

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El ataque de la nostalgia fue bastante esperado. Estaban camino a Tokio, y con Suga cabeceando en el puesto de al lado, era inevitable recordar la vez que descubrió que le gustaba su amigo. Había sido antes de la época de exámenes, en un viaje escolar al jardín botánico para un proyecto de Biología. Estaban sentados juntos; Suga había reclamado el asiento cercano a la ventana por nada, porque se durmió a los pocos minutos con la cabeza y cuerpo inclinados al lado opuesto. En el instante que Daichi sintió el peso extra a su costado, la temperatura aumentó y no fue por el calor humano compartido. No tuvo el corazón para despertarlo, estaba muy ocupado latiendo desenfrenado a pesar de estar en pleno reposo.

Fue un momento de más revelador. Ya había aceptado el hecho de que Suga le pareciera bonito —se preguntaba quién no lo haría—, pero de ahí a que le atrajera había un enorme salto. Que le gustara otro hombre explicaba muchas cosas y, al mismo tiempo, originó demasiadas dudas. Le tomó unos días despejarlas para estar seguro de que sí, los chicos eran lo suyo; entonces se lo confesó a su madre y su aprobación fue todo lo que necesitó para estar tranquilo consigo mismo. No se preocuparía tanto por los sentimientos que empezaban a nacer por su mejor amigo, se creía capaz de ocultarlos el tiempo que le hiciera falta.

Desde una perspectiva retorcida, sería gracioso cómo se enteró de que le gustaba Suga mientras iba al jardín botánico y cómo supo que no era correspondido escupiendo flores que de seguro vio ese día. También sería irrisorio cómo exhibía sin control los sentimientos que juraba esconder.

Aquella vez, el revoltijo de emociones en su interior no le permitió hacer más que paralizarse y echarle unos vistazos furtivos a su compañero. Ahora, con menos gente de la que se suponía en el transporte y la mayoría con los ojos cerrados, Daichi se atrevió a mirarlo. Parecía una posición incómoda para dormir, pero no lo demostraba si lo estaba. Aún cabeceaba un poco, mas no lo suficiente para despertarse de golpe. Las luces y sombras del camino se proyectaban en su piel, creando diversos perfiles hermosos en su ya hermosa cara. Si tan solo no le hubiese empezado a afectar el sueño, habría podido observarlo durante todo el trayecto sin arrepentirse del dolor de cuello que le ocasionaría.

Había un impulso del que siempre tenía cuidado cuando veía a Suga dormir. Sabía que su sueño no era el más pesado de todos, así que se forzaba a controlar sus ganas por temor a despertarlo. Sería tan sencillo acariciar su cabello estando tan cerca, pero la posibilidad de que alguien percibiera el inusual movimiento de su brazo era suficiente para no intentarlo. El riesgo que sí podía tomar sin levantar sospechas porque el asiento lo escondería y porque su proximidad servía de excusa era rozar sus manos. Su mano izquierda descansaba pegada al costado del muslo, casi por la rodilla; Daichi solo tendría que imitar la posición y, tal vez, sus nudillos se encontrarían. Dirigió la mirada al frente con facciones neutrales, se recostó con los ojos cerrados y esperó unos segundos con las manos sobre su regazo. Sintió que se tomó una buena curva; el movimiento deslizó por sí sola a su mano derecha hacia el objetivo, pero escuchó un golpe sordo casi al instante.

—¡Ah! —Le siguió un quejido de Suga que le hizo abrir los ojos. Sobaba su cabeza con la mano derecha.

—¡Lo siento! —se disculpó el profesor, quien iba al volante.

—¿Te golpeaste muy fuerte? —Daichi se sentía culpable, de alguna manera extraña. Se imaginaba que Suga se había inclinado hasta impactar con la ventana por acción de la curva, algo que pudo evitar de haberlo visto.

—Duele. Despertar literalmente de golpe no es agradable —susurró—. Estaré bien, creo que es más el impacto de despertar así que el dolor del golpe como tal. —Suga se arrimó hasta estar pegado a la ventana—. Así evito cualquier accidente.

Daichi solo rio por lo bajo. A esa distancia ya no había forma de tener contacto sin ser sospechoso y era menos probable que se inclinara hasta apoyarse de su hombro mientras dormía.

Cuando las flores hablen por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora