Capítulo I Un sueño revelador

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William despertó  confundido, los ruidos eran atípicos, todo marchaba más rápido de lo que él recordaba en su último viaje a Londres y no podía sacar de su cabeza un sueño del que  recordaba pocas imágenes,  una mirada y una sensación,  que al mismo tiempo que lo paralizaba, lo colmaba de emoción y esperanza.

Tenía una sensación extraña y pensaba  en su vida amorosa. Era él, era su vida, pero en el pasado, en el año 1800. Un hombre adinerado, altivo y orgulloso,  con prejuicios por las personas que se le intentaban acercar.

Una palabra se repetía "adinerado",  sabía que era él,  aunque su  look era definitivamente de época. En ese sueño amaba a alguien de menor estirpe y eso realmente le pareció alarmante.  Su cabeza siguió reproduciendo el sueño, se trataba de una  bella señorita, inteligente y locuaz, con una mirada  especial que  con  solo  recordarla lo  estremecía.

Todo su cuerpo estaba afectado por esa  sensación y sentía que su alma vibraba sin poder explicar exactamente qué le sucedida. Lo que era seguro era que  él jamás había experimentado un sentimiento semejante  por ninguna mujer en su vida y eso de repente lo angustiaba sin dejarlo respirar.   Soñar con amar a alguien superaba cualquier situación que William se hubiera podido imaginar.

La expresión de la mirada de la señorita permanecía en su memoria, tenía una mezcla de amor y ternura que le impedía sacar de su cabeza y de su cuerpo la sensación de sentirse amado y de amar con desesperación.
Se sentía cautivado por ambas cosas, pero la sensación de ser amado y la mirada de admiración de la extraña joven lo sobrecogían. Esa noche el sueño había sido mucho más claro que en  otras oportunidades y aunque intentó dormir un poco más con el único fin de  seguir soñando con ella pero  fue en vano. Sorprendido por  sus propios deseos: ¡Querer dormir para seguir soñando con esa atractiva mujer! Sentió que sus propios deseos contrariaban puntos nodales de su personalidad, él no era enamoradizo, no creía en el amor y no se había interesado jamás por ese tipo de cosas.

Decidió levantarse. Le esperaba un día interminable, típico de sus viajes a Londres desde que había decidido  vivir en  su finca ubicada en las cercanías de Manchester.  La visita a la ciudad se centraba en cerrar algunos negocios, la venta de un edificio, y el contrato de remodelación de una galería de antigüedades aparte de tratar de ver a Bingley.

Desde la muerte de su padre, Will,  era director de la empresa constructora y de remodelación de inmuebles que había pertenecido a su familia por casi un siglo y su vida había cambiado por completo.

Sumado a los cambios en el viaje en avión había extraviado su maleta, por lo tanto antes del mediodía debía comprar ropa acorde a sus compromisos laborales.

Desayunó en el balcón, necesitaba respirar el aire fresco de la mañana y le gustaba observar la ciudad en pleno movimiento. Podía ver la calle Oxford en toda su extensión desde ese punto. Ómnibus, taxis, autos, cientos de tiendas abriendo sus puertas, galerías con la mejor exposición en sus vidrieras que obligaban a quien pasee a deleitarse con la decoración e influenciaban a comprar, un punto estratégico de ventas en la city. La Oxford Street le parecía descomunalmente más vistosa que en otros viajes, y la brisa de verano le daba una calidez especial.

Las personas se movían desenfadadas, algunos artistas callejeros se distinguían a lo lejos. Esa magia de Londres en Julio, cuando mucha gente deja la ciudad por las vacaciones, dando lugar a que los turistas y los residentes disfruten del espacio, de los edificios neoclásicos, que se imponen y obligan a quien camine por allí a la contemplación. Esa increíble mezcla precisa entre los amantes del consumo y los apasionados por la arquitectura y la historia como era su caso.

Darcy observaba absorto el paisaje, sabiendo que extrañaba Londres y por un momento había olvidado del sueño ante el atractivo espectáculo arquitectónico, pero eso no demoró en retornar. Sentía incomodidad en todo su cuerpo y hasta algo extraño en su estómago. Sabía que lo que había soñado no era negativo, ¡Qué tenía de negativo soñar que alguien se interesa por una mujer y que esa mujer se interesa por alguien!, pensaba. Pero no podía volver usar la palabra amor o enamorado ni en el pensamiento, prefería usar interés, aunque sentía amor y deseos de ser amado como en el sueño y eso lo desconsolaba y era completamente repudiado por su conciencia.

El sueño de William DarcyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora