—¿Hum? —había fingido no escucharlo, pero vaya que sí lo hice.

—Deberías regresar a tu hogar; este sitio es horrible y temo por tu salud.

Me quedé en silencio lo suficiente para que Lucky supiera que meditaba con seriedad su proposición. Me removí del refugio de sus brazos; un pequeño planeta de los colores de sus ojos, con flores negras, como su melena...

—... En dónde descansaba una niña que sonreía porque encontró muchos amigos: las flores, y estas se contentaron porque encontraron a una personita que las amaría tal cual eran, y no creían que deseaban mala suerte por su color oscuro, porque, aquella niña tenía un hermoso cabello negro, y su nombre era Mistie, y el planeta, donde nacían aquel ambiente tan especial y menudo, se llamaba Lucky —me completó mi hermano. Algunas veces me provocaba miedo de lo mucho que sabía de mí.

—Me das miedo, definitivamente, hermano.

—No sabes cuánto te conozco. Siempre lo decías cuando eras más pequeña. ¿No lo recuerdas? Lo usamos para Las burbujas del recuerdo del ayer, pero con otros nombres.

No le respondí, pero por la sonrisa que me digné a mostrar desde hace muchos días, él sabía que había logrado su cometido.

—No sabes cuánto te agradezco esto, Lucky. Y, ¿cómo lograste entrar?

—Siempre he pasado por aquí para saber si estaba tu auto o si veía la luz encendida, pero hoy noté que habías dejado la llave pegada en la puerta.

Me coloré —Lo siento. No ha sido mi mejor semana.

—Lo sé, pero será peor si no estás pendiente de tu alrededor. Ten cuidado. Y una cosa más.

—¿Qué?

—Pasaba por aquí, además de mi preocupación propia, porque mamá quería que estuvieras bien. A pesar de que no terminaron en los mejores términos, ella se ha preocupado por ti siempre, al igual que papá.

—Tengo que aprender a valorarlos.

Se mordió el labio inferior, con desgana —Es tu familia. Muchas personas desearían tener lo que has tenido, hermana.

—Yo sé que todos desearían un Lucky en su vida.

—No lo discuto en absoluto.

—Eres un presumido.

—No sería Lucky si no fuera por ese hecho.

Ambos reímos un rato, contando anécdotas de nuestro tiempo separados. Estábamos tranquilamente charlando, hasta que se levantó, revolvió mi armario y me mostró una maleta azul y llena de polvo que tenía guardada dentro de él.

—¿Qué haces, Lucky?

—Recojo tu ropa horrenda para llevarte a que pases unos días en casa; te hacen falta. Es una orden de tu hermano mayor.

—¡Lucky!

—No me discutas.

Y así estamos; Lucky manejando mi auto, quejándose del peligroso estado en que estaba, y tratando de apagar la radio porque empezó una maratón de la música de Radio Bus, una banda que detesta con todo su anima, así que arruga la nariz lo más que puede, mientras yo sonrío sin tratar de ocultarlo.

—¡Quítalo!

—¡A mí me gusta!

—¡Ahg!

Me eché a reír, pero rápidamente mi sonrisa desapareció al ver a mis padres frente a la puerta, conversando no muy animadamente. Palidecí.

—No tengas miedo —me compadeció Lucky.

Él estacionó el auto al frente de la casa de mis padres; la había dejado tal y como lo recordaba, y me daba la sensación es que había permanecido de tal forma para mantener a mis fantasmas; recuerdos vagos de mi estancia en ese sitio, el cuál era mi hogar, o cabía la posibilidad de que lo fuera aún.

—Soy valiente, Lucky. —Le dedique una sonrisa ansiosa. Por consiguiente abrí la puerta del auto, y intenté de arreglarme un poco el cabello, ya que me veía peor que otros días.

Una vez frente a mis padres, tenían el ceño fruncido, y me encogí de hombros, bajando la cabeza, por la vergüenza que sentía de mi persona.

—Hija mía —musitaron ambos antes de abrazarme fraternalmente, y no pude evitar sentirme nostálgica; era el calor que necesitaba, para soltar mis penas, y no sentirme mal por mis errores; ahora mi carrera desvanecida, no se sentía tanto al fin del mundo.

—Lo siento —sollocé por lo bajo, escondiéndome en el pecho de mi padre. Mi madre me limpió las lágrimas de mi mejillas—. De verdad lo siento.

—Nunca has hecho nada malo. Siempre te amaremos, Mistie, no importa lo que pase.

—Lamento haberme ido, no estuvo bien.

—Lo sabemos, pero, como te mencionamos, aunque rompas nuestro corazón una y otra vez, siempre lo uniremos, solo para ofrecértelo.

Estaba a punto de decir unas palabras, pero unas miradas estaban clavadas en mí desde la cocina, ya que la puerta estaba abierta: eran nada más y nada menos que Junniper y Agustín Hernández. Retrocedí.

—¿Qué hacen aquí? —demandé saber apuntándolos. Ellos al notar que hablaba de sus personas, se levantaron y intentaron acercarse; admito que Junniper, al mirarme sin mutarse, tan decidido y a la vez tan melancólico, me hizo suspirar y que mi corazón retumbara en mi pecho, pero lo escondí—. Q-que se vayan ¡Váyanse! Mamá ¡¿por qué los dejaste entrar?!

—Mistie, escúchame... —intentó debatir mi padre.

—N-no, no quiero saber de ellos. —Salí corriendo con lágrimas en los ojos, recordando el mal rato que me hicieron pasar; podía escuchar a Agustín y Lucky llamándome; había otra voz, que suponía que era la de Junniper, y me entristecía que no pudiera reconocerla, porque es obvio que no lo conocía en absoluto, es un desconocido para mí.

—¡Mistie! ¡Detente!

Pero algo pasó, que hizo que mis lágrimas se detuvieran; como una ventisca en mi dermis, congelando hasta los sentidos.

Había un auto, que tenía una televisión gigante, y podía escucharse una melodía que es desconocida para mí; pero a la vez tan familiar. Es Rojo Magenta, mi poema y mi música, al fin hecho realidad. No podía pensar que una canción podría impregnar tanto de mí; a ese color que tiene como nombre, el esfuerzo, la dulzura y determinación de las palabras; algo íntegramente melifluo. Mas aún cuando se escuchó a un presentador, cuando acabó, anunciando:

"Usted escuchó Rojo Magenta de Florentino Manganiello; el artista debutante de The Fame Monster Records. La letra la compuso por una joven escritora y compositora de la compañía de nombre Mistie Powers; ahora la mujer más aclamada del mundo de la música. Otra obra maestra de Gus, ya que esta canción es el número uno de iTunes UK en tan solo 2 horas".

Y para lograr que mi corazón se detuviera completamente, se presentaron ante mí esos dos hombres y, abrazándome, expresaron:

—Perdón.

Junniper  [Completado] [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora