Capítulo 25

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En mi opinión, la sensación más despreciable es esa que me está carcomiendo las entrañas desde hace quince minutos: la humillación

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En mi opinión, la sensación más despreciable es esa que me está carcomiendo las entrañas desde hace quince minutos: la humillación. Sentir que alguien pasó por encima mío no es algo que ocurra frecuentemente y por eso se me hace tan duro lidiar con ello. Es decir, a mí no me rechazan, ¿por qué él sí? Pero lo que más me encabrona es lo que me afecta. Siempre he dicho que no se puede controlar quién nos ataca, pero sí la manera en que nos dejamos influenciar por ello, la manera en que nos afecta.

Y la mierda que sí me afecta. Más de lo que debería y más de lo que alguna vez admitiré.

Entro de nuevo con el ceño fruncido y la vacía necesidad de alimentar mi ego, es decir buscar a Luka. Un efímero pensamiento de que él y yo somos iguales se cruza por mi mente, pero lo desecho reemplazándolo por el calor que me corre bajo la piel, una mezcla de ira, dolor y excitación.

Lo encuentro de nuevo en la barra, solo, tomando un trago más. Está sentado en una de las butacas que adornan alrededor, son bajas, así que tiene uno de sus codos apoyado en la rodilla y el otro en el aire mientras hace fondo de su copa. Sin quitar mi vista de él, me acerco con las intenciones claras.

Llego hasta él y en el segundo en que levanta su muy desenfocada mirada hacia mí, parpadea varias veces tratando de enfocarme. Me vale cinco si no se sostiene, igual está sentado y no necesito más. Me siento a horcajadas sobre él y lo beso con fuerza, su poca lucidez no le permite corresponder inmediatamente, pero unos segundos​ después, sube ambas manos a mi cabello, enredando sus dedos y tirando de él sin mucha delicadeza. Maldigo el hecho de que no esté sobrio, sé que él es el tipo de chico que ofrece sexo sin frenos y sin emociones, justo lo que me serviría ahora.

El calor que ya de por sí abarca todo el ambiente, por la cantidad de gente sudando entre la nube de humo y las luces de colores, se agranda en nuestra burbuja al punto de tenerme a un par de movimientos de una combustión espontánea. Entonces, me agarra con brusquedad de la cintura y me levanta, dejándome en el suelo e inclinándose con dificultad al bote de basura junto a él para enterrar su cabeza y devolver todo el alcohol del que abusó.

Iiuugg, menos mal no estábamos teniendo sexo.

Como buena compañera que soy, me hago la desconocida y me alejo adentrándome en la oscuridad con un trago en la mano. Otra de las ideologías comunes —y erróneas— acerca de las mujeres es que necesitamos compañía para hacer todo: para ir al baño, para salir a cine, para bailar...

No hay nada como disfrutar sola, es como una cita o un baile conmigo misma y es estupendo. Así que, siguiendo mi filosofía, me ubico en la mitad de la pista, cierro los ojos y empiezo a bailar, es una movida, pero qué importa, bailar con el aire es relajante y con la música que embota los oídos trato de olvidarme de todo. El trago que tengo en la mano se vacía hasta la última gota bajando por mi garganta, la sensación es magnífica, me siento tan bien de solo... estar aquí, de vivir... Como dijo un chico en un libro: sentirse infinito. Pleno.

Dulce venganza  •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora