Capítulo 16

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Acerco mi mano lentamente a la suya, esperando que no haya sufrido un aneurisma del susto

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Acerco mi mano lentamente a la suya, esperando que no haya sufrido un aneurisma del susto. Tal vez nos pasamos un poco y lo llevamos al límite. Todos los demás vagones se desocupan y van saliendo sin reparar en el zombie que no se levanta del asiento. Toco su mano levemente y como si le hubiera transmitido corriente, da un respingo que hace que me aleje de un brinco. Gira su cabeza en mi dirección con sus ojos extremadamente grandes y el bichito del reconocimiento lo pica haciéndole ver quién soy. Suelta el agarre de la baranda y levanta el caparazón con fuerza, se pone de pie y sale a correr fuera de la atracción.

Siendo yo la última que queda, el encargado me apremia en salir. Antes de cruzar la puertica de metal, giro para ver a la amiga de Annie que tiene en su rostro una mezcla de burla y preocupación, se encoge de hombros y sin decir nada me dispongo a salir.

No veo a Luka instantáneamente, pero sí a la pareja que se sentó tras nosotros en la montaña rusa —la de la chica asustada de ir en el asiento de adelante—; se acercan a mí.

—No sabemos de qué iba eso —empieza la chica—, pero esperamos que tu novio esté bien.

—Fue muy gracioso —acota el chico y la chica le da un codazo—. Lo siento, fue esa chica en la fila que nos dijo que lo hiciéramos, solo queremos disculparnos si no estaba en tus planes.

—Ah, no se preocupen. —Sonrío, restándole importancia—. Me hizo una broma hace unos días, solo estábamos quedando a mano. —Mi respuesta parece ser suficiente porque se despiden y se van.

Inspecciono con la mirada alrededor, buscando la mata de cabello rubio, pero no lo veo. Entonces noto en esquina un enorme contenedor de basura, no es eso lo que llama mi atención sino el cuerpo que sobresale de él con la cabeza y gran parte de los hombros metidos en el interior: es Luka.

Ya que obviamente no me está viendo, me tomo un par de segundos para examinarlo y disfrutar su desgracia a conciencia, hasta que veo que trata de incorporarse y es allí donde vuelvo a mi semblante serio y me acerco.

—¿Estás bien?

Está ligeramente inclinado, con sus manos en sus rodillas y mirando al suelo. Sube un poco la vista y en sus ojos se refleja la disculpa, la vergüenza y tal vez las náuseas, sumando a que está tan pálido como un papel.

—Sí... —susurra sin mirarme, su voz pastosa y algo ronca me indica que de verdad está pasando un mal momento—. Creo que es hora de irnos.

Asiento en respuesta y asumo que él no quiere hablar más del tema, está molesto y confundido... Y quizás enfermo y con un ataque camuflado de ansiedad. Justo antes de llegar a la salida, detiene el paso y cuando lo imito, me mira.

—Lo lamento —se disculpa—. De haber sabido que hoy me iba a ir tan mal, no te habría invitado a salir.

—Está bien —le consuelo—, ya te dije que todos tenemos días malos.

Dulce venganza  •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora