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Me temblaba el choro.
Sí, hueón. Me temblaba el choro y no sabía cómo mierda controlar las ganas culias que tenía de irme a la chucha.

¿Por qué? Porque el último año había llegado. El maldito y destroza coras último año había llegado. Estaba en cuarto medio. Y no me digai dramática, conchetumare, porque la huea dolía.

Sí, ir al colegio era una paja. Sí, era una lata atómica hacer las tareas y los trabajos. Sí, la mayor parte de mis años como colegiala me la pase puteando huea que se movía. En fin… todo era una completa y absoluta paja. Pero de cierta forma, amaba mi liceo, mis amigos, hasta los culiaos que me caían como el pico, po. Iba a echar de menos todo eso. Cada cosa, cada detalle, ah.
Pero bueno, ¿qué le vamos hacer? Esta huea es parte de la life. Hay que darle con todo, no más po. Disfrutar este año es lo que me queda.

¡Así que, para tu carro, hueona! me dije a mi misma.

Suspire un segundo. Me arreglé las calcetas azul marino, para después limpiarme con las mismas las cagas de zapatos de colegio, frotándome los pies en la parte trasera. Ni ahí con lustrar las hueas. Me acomode la blusa, la corbata y toque la puerta de mi sala. Era la segunda semana de clases. El verano culiao se había pasado volando, dejándole el paso libre a marzo para darme el combo en el hocico.

Hoy día me había atrasado más que la cresta, porque mi mami estuvo toda la noche viendo la caga de reality y me desconcentre con el boche en el living, po. Así que me cagó el sueño. Me cagó todo mi hermoso sueño con Maluma, ah. Ese hueón me provocaba. Imposible no soñar con él, po.

—¿Estas son horas de llegar, señorita Cifuentes?

La profe de historia me abrió la puerta. Su cara de perro pajero, me dio de lleno y tuve que aguantarme las ganas de reírme cuando cache que tenía los dientes con labial rojo. La vieja culia no sabía ni pintarse, po hueón.

—Pucha, profe. Perdóneme, es que la micro no me paro —mentí.

Le di mi mejor sonrisa, en respuesta ella frunció las cejas culias que tenía dibujas con lápiz de ese que venden en el persa con la poma de que son de marca. Seguro, po. Lo más probable es que llenaran las cagas con pasta de zapatos. Ah no.

—Que no se repita, Cifuentes.
Pasé —abrió la puerta de par en par, yo me asomé.

Todos los hueones sapos de mi curso me quedaron mirando con sus caras llenas de sueño. Los ignoré y entré a paso lento.

Curso culiao penca. Los odiaba desde que ninguno mostro ánimos de querer hacer algo para fin de año. Hueones de cartón, sium.

Me deslice por el pasillo, por la fila de la ventana dándole un saludo a los chiquillos de atrás, en el último puesto -nosotras nos sentábamos en el tercero-. El Anthony y el Damián. Esos si eran simpáticos. Buenos pal huebeo los cabros. Siempre me daban la colación de la Junaeb.

El Tomás, mi mejor amigo estaba cagao de la risa, mientras volvía a la orilla del puesto, ya que estaba echado en la pared. El culiao sabía que cuando yo llegaba, tenía que dejarme mi rincón. Lo miré con mi mejor cara de “aquí estoy, estúpido”

—Shoooo, hueona. ¿Se te pegaron las sábanas? La cagai pa irresponsable, Tamara. —me dijo cuándo me acomode en mi puesto.

Dejé la mochila encima de la mesa, le di un beso en la mejilla y sapié mi celular dentro del bolsillo de la misma. Ni lo mire. Estaba caga de sueño. En la mañana no me dan ganas de mirar a nadie, en serio.

—Cállate, oh. Que mi mamá estaba viendo la huea de reality y no me dejó dormir. —expliqué, en voz baja.

Todos los de mi curso estaban echados encima de sus mesas, intentando despegar las pestañas. Nadie pescaba a la profe.

¡Hueón culiao, me rompiste el choro! #HCMREC 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora