—Está bien, linda —susurra a solo un par de milímetros de mi boca, su otra mano se enreda en mi cabello—. Lo que sea por ti.

Se acerca lentamente, su aliento roza con el mío y cierro mis ojos esperando el bendito beso con la mente llena de pensamientos contradictorios, uno deseando que alguien del plan Halcón interrumpa y el otro deseando que me dé duro contra el muro. ¡Esto es muy complicado!

Desde hace un par de años, cuando conocí a Mike, llegué a la —algo desilusionante— conclusión de que el sexo está directamente ligado con el lugar, la persona y las hormonas que se desaten en el juego previo; así que me arriesgo a rebatir esa idea cursi y anticuada de que el acto sexual está —o debería estar— enlazado al amor.

Es una lástima que aun estando en el siglo veintiuno, está extremadamente mal visto que una chica exprese su deseo abiertamente pues es tachada de fácil, mientras que el hombre es más macho con cada chica que añade a su lista negra. Sin embargo, eso no me ha detenido de saciar esos instintos y ya que soy del agrado de la mayoría de gente —por mi gran carisma y personalidad, por favor— nunca he tenido esos apelativos recargados en mi persona, no he tenido problemas con nadie y nunca me he involucrado con ninguno de los chicos que componen mi lista.

Volviendo al momento, sus labios al fin se posan en los míos, un contacto suave, un segundo, un instante y se retira. ¿Es en serio? Me sonríe con dulzura y acaricia mi mejilla.

—Eres muy hermosa, Lucy —susurra y sus ojos brillan—. Más hermosa que cualquier chica que haya visto antes, eres como un faro de luz dentro de tanta oscuridad.

¿Ahora tiene alma darks?

Recordando que soy nueva en las citas y en los chicos, agacho mi cabeza con una sonrisa de boba y le sonrío. Yo esperaba más acción.

Se pone de nuevo a mi lado, pasa su brazo sobre mis hombros y con esa mano toma la mía; emprendemos de nuevo el camino hacia el gran aparato intimidante. Bueno, no para mí, a mí me encanta la adrenalina de esos aparatos.

A medida que la fila avanza noto cómo Luka se va impacientando; mira en todas direcciones, su corazón late fuerte —lo noto porque me tiene abrazada y gracias al cielo es más alto que yo, así que mi cabeza da a su pecho—, sus manos sudan y respira con fuerza. Reprimo las ganas de reír y entonces llegamos a la entrada después de diez minutos y tres vueltas de fila. Adelante de nosotros hay un grupo de cuatro chicas y detrás hay dos parejas de novios.

Las chicas de adelante entran y se sientan en el segundo vagón, solo quedan disponibles los cuatro puestos del vagón delantero, pretendo avanzar, pero el agarre de Luka se afianza y no se mueve, giro a mirarlo y su vista está fija en el vagón desocupado como si fuera el mismísimo infierno. Las parejas de atrás ríen suavemente, pero Luka ni lo nota, ésta es una buena oportunidad para mí.

—Luka —llamo. Él me mira, en sus ojos se refleja el miedo y el desasosiego. Es gracioso—, no tienes que hacer esto. —Miro sobre su hombro al resto de la fila y subo la voz un poco—. No todos los hombres disfrutan estos juegos.

Los de atrás sueltan una risa no tan disimulada y yo finjo mirarlos mal, Luka se sonroja sin voltear a verlos y carraspea.

—Estoy bien. —Endereza la espalda y agarra mi mano—. Solo es una montaña rusa. Vamos.

Una de las parejas entra completando así el cupo y se sientan en el segundo puesto, porque —según el chico—, a su novia le da miedo el primer puesto. Al decir eso, la chica me guiña un ojo y el chico me sonríe. Volteo hacia la fila de nuevo, varias personas más atrás está la chica alta amiga de Annie que me saluda con la mano, ¡es parte del plan!

Ante una chica asustada, obvio que Luka no se negó a ir adelante.

Me siento a su lado y paso sobre mi pecho el gran armatoste/cinturón de seguridad, abrochando lo necesario y sonriendo de oreja a oreja. Eso no es actuación.

—¿Quieres que te tome la mano? —exclama Luka una vez se asegura. Creo que él necesita más el agarrón que yo, y como no quiero que mi mano termine lastimada, respondo:

—No, debemos levantar las manos cuando estemos de cabeza.

Pasa el encargado asegurándose de que todos estemos bien amarrados a las sillas para que esto no se transforme en una parodia barata de Destino final. Al hacerle señas a otro tras el mando, este baja una palanca para que el juego empiece su función.

Estar en primera fila es genial, se puede ver todo el camino y la sensación es más liberadora. El traqueteo usual que se escucha cuando empieza el contacto de las ruedas con los rieles en el ascenso suena en crescendo a medida que llegamos a lo más alto y mi corazón empieza a palpitar con fuerza. Giro un instante a pesar de la armadura que me protege y veo a Luka sosteniendo con ambas manos la baranda y con sus ojos abiertos como platos mirando fijo al frente, está un paso más allá de pálido, creo que está casi verde.

Siento un pequeño deje de pesar por él, pero muy pequeño, insignificante de hecho, así que lo ignoro y miro de nuevo el precipicio que se va formando y me preparo para del descenso.

Tres segundos exactos dura la máquina sostenida en la punta más alta, dando así la expectativa de la fogosa bajada. Entonces pasa, como si un hilo invisible fuera cortado, la máquina se lanza como un tiro hacia abajo a la primera curva circular que nos dejará de cabeza. Levanto las manos al aire, sintiendo la brisa forzada de la velocidad en cada centímetro de mi cara y disfrutando de esa inigualable sensación de poder e invencibilidad que el vértigo y la adrenalina dan.

Entonces reparo, o más bien mis oídos reparan, en el grito de chica que acapara las ondas del viento que me rodean. Allí es cuando me doy cuenta de que el grito que está en unos decibelios más arriba que cualquier chillido humano proviene del asiento junto a mí, de la garganta del mujeriego Luka.

La montaña da dos vueltas en círculo seguidas, media vuelta sobre sí misma y termina en la parte recta de la llegada.

Respiro hondo una vez se queda quieta la máquina, me apresuro a levantar la armadura y giro al puesto de al lado. Luka no se mueve, sus nudillos están blancos debido a la presión que ejerce en el tubo de metal, sus ojos no parpadean y su palidez es preocupante.

Tal vez lo matamos, Roberta.

¡Huye!

No lo puedes dejar aquí.

Esmeralda tiene razón.

Esmeralda tiene razón

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Dulce venganza  •TERMINADA•Where stories live. Discover now