—¿Vives al lado? —pregunto.

—Sí. Supongo que tu familia son los nuevos vecinos de los que mamá ha estado hablando con las demás vecinas. Son unas chismosas.

—¿Cómo es eso?

—Por acá nunca nada cambia; los señores Frederson llevan viviendo al otro lado de tu casa toda su vida y nosotros estamos acá desde antes de que yo naciera —habla rápido, sin tomar aire—. Y desde que los Rogers se fueron de la que ahora es tu casa, había estado vacía. Su llegada es todo un acontecimiento. Bueno, para las tertulias de amigas de mamá es todo un acontecimiento.

—Interesante —murmuro—. Oye, te debo un paraguas.

—Es cierto —afirma—. Pero me lo das mañana, por ahora creo que es mejor sacarte de allí.

Miro a mi alrededor y el piso está lleno de herramientas, él está en el umbral y empieza a mover cosas para hacerme vía de salida.

—¿Siempre eres tan torpe? —cuestiona con burla.

—Ayer me dices gorda y hoy torpe —acuso—, eres el mejor para dar bienvenidas. Pero no soy torpe, eso se cayó solo.

—Sí, claro. —Bufa—. Eso dicen todos después de una travesura.

—Pues es cierto. —Finalmente la vía queda despejada y salimos de la caseta—. ¿A qué preparatoria vas?

—Midwest, al otro lado de la ciudad.

—Oh, hubiera sido demasiada coincidencia que aparte de vecinos fuéramos compañeros de clase. —Se sonroja y se ríe. ¿Por qué se sonrojará tanto?

¿A qué venías al cobertizo en todo caso?

—Por un taladro. —Trato de entrar nuevamente, pero él me lo impide—. ¿Qué?

—Yo lo saco, no queremos que las cosas se caigan solas de nuevo.

Entra y con mucha agilidad sortea las cosas en el suelo, toma el taladro de la pared y sale de nuevo, dejando desorden, pero no heridos. Sería muy abusivo que también le pidiera que organizara conmigo todo.

—Gracias.

—No hay de qué. —Mira hacia su casa—. Supongo que nos veremos por ahí —se despide—. Bienvenida al vecindario también.

—Adiós, Tobías.

Llevo el taladro a mi madre, quien al parecer no escuchó estruendo alguno de mi incidente en la caseta, y hace escándalo abriendo huecos en la pared en tres ocasiones. La imagen de mi cómoda cama y el solo pensar en dormir me llevan inmediatamente a mi habitación para encerrarme y caer en un profundo sueño hasta mañana.

Me acerco a mi ventana para cerrar la cortina y veo la ventana vecina que tiene la luz encendida: es la de Tobías, o eso asumo, pues se está desvistiendo con la cortina entreabierta. Mi alma adolescente no deja que quite la vista como haría una persona normal guiándose por el respeto.

Se quita la camiseta negra y su torso queda descubierto. ¿Estoy sonriendo de lado a lado y babeando? En efecto, estoy sonriendo de lado a lado y babeando. Se desabotona el pantalón y justo cuando se lo va a bajar... mira hacia acá y quedo congelada en mi lugar, recogiendo con dignidad mis babas.

¿Será que me vio? ¿Desde allá alcanza a verme?
Claro que me ve, si yo lo puedo ver, él puede verme.

Lo más sensato sería quitarme de aquí, pero siento que al más mínimo movimiento me puede descubrir (si no lo ha hecho aún), así que solo quedo con la vista fija esperando a que haga algo. Se acerca a su ventana y repara en que tiene la cortina abierta, así que la cierra sin ningún indicio que diga que me vio observándolo fijamente como una acosadora.

Dulce venganza  •TERMINADA•Where stories live. Discover now