La casa es grande, tiene un gran patio trasero y mi ventana da vista de él, mi habitación queda detrás del garaje y hay un grueso árbol en el patio que tiene una deteriorada casita encima (más bien una pila de madera podrida), supongo que la familia anterior tenía algún niño pequeño y al crecer la abandonaron. Junto al árbol hay una caseta donde hay una podadora y otras cosas que yo creo que son basura: eso es un trastero.

Todas las casas del vecindario tienen una cerca en la fachada delantera, pero de resto están todas conectadas, así que nuestros vecinos están junto a nosotros. Ojalá sean amables y no tengan niños pequeños. El césped requiere cuidado; hasta donde tengo entendido, esta casa lleva ocho meses desocupada por lo tanto el jardín está muy desarreglado. Papá me pondrá a hacer eso a mí, lo sé.

Me pongo mi pijama y salgo por un vaso con agua antes de acostarme, con tan mala suerte que me encuentro a mamá.

—Lucy —llama—, necesito el taladro para colgar este soporte, ¿puedes traerlo? Está en la caseta del patio.

—Mamá, ya estoy en pijama —excuso—. Y es tarde para taladrar, molestarás a los vecinos.

—Solo son las ocho. —Miro el reloj y maldigo—. No seas grosera, solo trae el taladro.

Gruño y me dirijo a la puerta trasera que está en la cocina, al menos la noche no está tan fría y traigo mi pijama de pantalón largo; aun así, me abrazo a mí misma de camino a la caseta. Desde aquí veo el trastero de los vecinos de al lado, es como si compartiéramos un gran patio con todos... bueno, excepto los del otro lado que sí tienen una reja que nos separa. Deben ser algunos viejos amargados con gatos o algo.

Abro la puerta y un estruendo suena, creo que tiré algo al suelo, pero en mi defensa solo abrí la puerta, la acomodación previa de las cosas no es mi culpa. Cuando acaba el estruendo asomo la cabeza y con la mano busco alguna luz, doy con un bombillo colgado y jalo la cadenita para que encienda. Una débil y parpadeante luz alumbra la estancia y sí, un estante lleno de herramientas se ha venido abajo. Veo el taladro en la pared del fondo, el espacio no mide más de tres metros de largo, pero se ve tétrico por su escasa y parpadeante iluminación.

Entro dando pasos dudosos y me enredo con un rastrillo que hace que otro de los estantes ceda hacia el suelo, ocasionando un nuevo y mayor estruendo.

—¡Maldición!

Cierro los ojos con fuerza, esperando que el efecto dominó acabe para poder abrirlos. Cuando todo queda en silencio, abro un ojo y luego el otro, estoy casi enterrada en trastes y me pesa saber que tendré que organizarlo todo después.

Me siento en un intento de silla que hay en una esquina, analizando el reguero, pensando por dónde empezar a recoger o si solo cierro la puerta y espero a que el próximo que venga arregle todo pensando que así ha estado siempre.

—¿Estás bien? —Esa ligeramente conocida voz me hace levantar la mirada.

—¿Tobías? ¿Qué haces aquí?

—Estaba sacando la basura y escuché un ruido —explica—. Pensé que era algún delincuente o un zorrillo... y luego te vi allí entre los escombros.

—¿Supones que hay un delincuente y tu primer movimiento es venir a enfrentarte a él? Qué valiente de tu parte.

Sonríe ampliamente, con la transparencia de esas personas que agradan a todo el mundo por su buen corazón.

—Acá entre nos, esperaba con el alma que fuera solo un zorrillo.

Asiento en medio de una risa. Tobías se recuesta con un costado contra el marco de la entrada.

Dulce venganza  •TERMINADA•Where stories live. Discover now