d i e c i s i e t e (i)

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No tardé demasiado en cambiarme, en quitarme aquel terrible chándal que nos obligaban a ponernos en la hora infernal de gimnasia. Decidí no ponerme la corbata negra del uniforme, al menos hasta que algún profesor idiota y estricto me mandara volver a ponérmela. Aerin, como de costumbre, tardó más en cambiarse que yo. Vi cómo entraba al vestuario de chicas del gimnasio, pero no le vi salir hasta que pasaron unos tres minutos. Mientras tanto,  me apoyé contra la pared del vestuario y escuché cómo las chicas charlaban civilizadamente entre ellas, no a gritos como los gilipollas de los simios que tenía como compañeros. En el fondo eran ruidosos, amantes de todos -o casi todos- los juegos de rol y deseaban con todas sus ganas tener un coche deportivo como regalo de graduación. La mayoría de ellos no tenían ninguna clase de meta u objetivo. Simplemente estaban allí por estar, para graduarse cuanto antes y encontrar trabajo en una oficina de mierda.

Aerin era mi excusa para no tener que hablar con ninguno de mis compañeros. Ella siempre estaba dándome la lata, y como debía de ser conocida por su mal temperamento y su carácter, nadie se atrevía a interrumpir nuestra ''conversación''. Dejé de estar recostado en la pared cuando vi de reojo cómo alguien con unas horribles zapatillas floreadas abría la puerta del vestuario. Resoplé cansado cuando Aerin pasó de largo.

— ¿Dónde vas? — le pregunté. Era más bien una pregunta retórica; sabía que iba a la cafetería a por sus bollos con sabor a plátano. Era la hora del recreo y Aerin no podía permitirse estar cuatro horas más sin comer nada.

Se giró tan rápido que la punta de su coleta le golpeó en la cara. — Ah, no te había visto. ¡Vamos, viejo! ¡Muévete! — me gritó, pataleando.

A veces era demasiado molesta. Su irritante voz era como un taladro perforándote los tímpanos. Caminé despacio hasta ella, sin ganas. Ella tenía bastante prisa, así que alargó el brazo cuando todavía no hube llegado a su lado, agarró el tirante de mi mochila y tiró de él para obligarme a caminar hacia delante.

— Dijiste que ibas a venir conmigo para hablar con Soyoung. — le recordé.

— Sí, sí. — hizo un gesto apático para restarle atención al asunto. — Como quieras.

Acompañé a Aerin hasta la cafetería. Era casi como una rutina: pitaba el horroroso timbre que marcaba las once, Aerin se iba corriendo de clase, yo la seguía, ella volvía para no tener que ir sola, compraba todo lo que se le antojara y volvíamos al aula antes de que la cafetería se llenara de críos y profesores intentando comprar algo para aguantar el resto de horas. Aerin llenó su mochila de bollitos rellenos de chocolate, pan de plátano y bricks de zumo ''por si le entraba el hambre en biología''. Yo creí que era para poder sobrevivir a un apocalipsis zombi. Ir a las escaleras del lateral del instituto también formaba parte de la rutina. Nos sentábamos allí durante el recreo. Ella comía su basura un par de escalones más arriba y yo me dedicaba a escuchar algo de rap.

Cogí aire. — Entonces, ¿crees que debería-

— Mira, estás muy pesadito con el tema. — me interrumpió. No vi su cara, pero a juzgar por el tono de su voz, debía estar algo molesta. — Ya te he dicho que hagas lo que quieras con Zorrita. Es tu vida, y yo no me voy a poner a bucear en ella.

— ¿No se supone que los amigos se dan consejo? — me giré hacia Aerin. Ella se limitó a encogerse de hombros, con la boca llena y las mejillas hinchadas de comida. — Joder, gracias por ser tan buena consejera. — dije, sarcástico.

— No soy buena con los consejos, tío. Y tú tampoco. Mira mis zapatillas. ¡Son geniales!

— Una cosa son los consejos, y otra los gustos...

— ¿Ves? Lo vas pillando. — soltó, dándome unas palmaditas en la espalda. Se levantó del escalón donde estaba sentada y se acercó a mí. Se sentó a mi lado. — Ella no me gusta, pero a ti sí... Es como mis Adidas, pero al revés. Haz lo que quieras, en serio. Como si os casáis. Me da igual.

Pausé la música, aunque no me quité los auriculares. Analicé la expresión de Aerin rápidamente. Sí, parecía bastante desinteresada en el tema.  En el fondo, sabía que no le daba tanto lo mismo. — Yo no he dicho que Soyoung me gust-

— ¿¡Pero por qué ella!? — exclamó de repente. — Venga ya, ¡tiene la cabeza igual de hueca que... Ugh, ni siquiera se me ocurre nada para describir su poca inteligencia!

— Está buena.

— Pues, si lo que quieres es poner a prueba la posición de la página setenta del kamastura, yo te doy algo de dinero para que vayas a un prostíbulo y te folles a cualquiera antes de estar con esa zorra.

Enarqué las cejas, sorprendido. Después, me di cuenta de lo que pasaba.  — ¿Estás celosa?

— Sí, un montón. ¡Woah, estoy taaaaan celosa! — hizo gestos exagerados con la mano y sobreactuó. Rodó los ojos, luego dejó la vista clavada en el suelo. — No, sólo quiero que pienses un poquito. Ya te dije que Soyoung es como una boa constrictor. Te agarra, te convierte en su presa y te va ahogando poco a poco. Al final, te mueres.

— Im Aerin, reina de las metáforas.

Me golpeó con el codo. No merecía la pena quejarme por eso, así que no lo hice. Continué escuchando lo que me decía. — Eres mi único amigo y yo soy una egoísta. Conclusión: no quiero que vayas con Soyoung y su grupito de amigas. Eres demasiado para ellas. O sea, ¿hola? Eres Min Yoongi... Pero haz lo que quieras. No voy a empezar con el chantaje emocional, pero quiero que sepas que estaré sola todas las mañanas, huyendo del resto, sin amigos... Espero que eso te de cargo de conciencia en el hipotético caso de que acabes siendo la presa de Zorra Dos. No volverás a dormir tranquilo.

Sabía que bromeaba, pero algo me dijo que una parte de Aerin quería que fuera así, que yo tuviera la conciencia intranquila si le dejaba de lado. Más que celosa, debía estar preocupada por quedarse sola otra vez.

— Lo siento, pero Soyoung es un partidazo y no puedo perder esta oportunidad.

Aerin me miró horrorizada, sorprendida, decepcionada, triste y hasta cabreada. Todo eso con una sola mirada que se podía resumir en ''corderito asustado''. — Vale. Espero que no te pegue su herpes o alguna enfermedad de esas de transmisión sexual. — sonrió, aunque acabó haciendo una mueca. Alzó los brazos y los dobló en forma de corazón. — ¡Suerte!

Me reí al ver su reacción. No me esperaba ese positivismo y ese poco sarcasmo, la verdad. Empujé su hombro con el mío.

— Era coña.

Su cara de estar dolida como si hubiera perdido a un familiar pasó a ser la cara de una maldita asesina en serie. Apretó los puños, pero se contuvo. Suspiró, cabreada. Intentó mantener la calma lo mejor que pudo mientras yo me reía a carcajada limpia. Se frotó los ojos sin delinear varias veces antes de sacar un bollito de su mochila. Retiró el plástico que lo envolvía, lo aplastó un poco y aprovechó que yo me reía descaradamente para meterlo en mi boca a presión. Estuvo a punto de ahogarme.

— Eso, eso, tose, cabrón. — me dijo mientras me miraba con desprecio y con la cabeza bien alta. — A ver qué amiguita va a venir ahora para hacerte la maniobra de Heimlich y salvarte la vida, porque yo no.

Lección del día: no bromear con Aerin sobre cosas como esta.

First Love » Suga; BTS✔ ¡Segunda parte ya a la venta!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora