31• Restringidos

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Me muerdo la lengua con nerviosismo y sopeso varias veces mi escasez de recursos. O subir al coche con un vampiro al que le encantaría hincarme los dientes, o quedarme a merced de otro, que posiblemente tenga menos piedad que el primero. La decisión está tomada. Me aprieto el cinturón varias veces, y en cuánto noto su presencia a mi lado, exijo explicaciones.

No me había percatado de las grandes ojeras que surcaban sus ojos, hasta que se dignó a dirigirme una mirada plasmada de desesperación y autoengaño. De repente, el coche empieza a moverse, y girando la cabeza hacia el frente, evito quedarme mucho tiempo contemplando el paisaje. En lugar de eso, dirijo toda mi atención a su historia.

—No te molestes —suelta de repente. Pongo una mueca de circunstancias, y él suspira con resignación como si cualquier cosa que tuviese que decir fuese una obviedad—. No hay plan.

—¿Perdón? —alzo las cejas con incredulidad, y libero una risa malévola, mientras intento procesar sus últimas palabras—. Creo que no te he entendido bien. ¿Quién nos perseguía?

—Nadie —dice sin más.

—¿Una variante de Nadia? —inquiero mientras dejo caer la espalda sobre el asiento.

—No. Indica cantidad. —Nota que sigo sin comprenderlo, y añade—. Sí no te hubiese mentido, nunca habrías accedido a subir.

Abro los ojos de par en par, y la mandíbula de me descoloca varios grados más de lo habitual. Tiene que ser una maldita broma; claro, seguro que bromea. Nadie en su sano juicio se atrevería a jugar con esas cosas, ¿verdad? En estos momentos, mi cara tiene que haber tomado una forma de cuadro extravagante brutal. Intento abrir la manecilla de la puerta, pero como es de esperar, no consigo mi objetivo. Genial, atrapada. Muerta; y ni siquiera he tenido el placer de escribir un diario con mis mejores memorias. Aunque a decir verdad, tampoco habría sacado muchas a relucir. Quizás ese diploma que me dieron una vez por participar...

—¡Eres un...! —dirijo mi dedo acusador hacia su mirada sosegada, mientras me muerdo la lengua intentando buscar las palabras adecuadas. No sale nada; de todas formas el ridículo ya está hecho. De nuevo, ha vuelto a jugársela a mi subconsciente. Puta estupidez humana; putos sentimientos encontrados.

—Solo quiero hablar Amy... Solo hablar, ¿vale?

Tiene razón. De cualquier otra manera nunca habría aceptado subirme con él en un mismo coche; hablar, o incluso dirigirle alguna otra mirada que no fuese puramente de asco. Pero aún así, no tenía derecho a engañarme; a tirar de los hilos invisibles que de alguna forma nos conectaban a ambos, y mucho menos de inducirme miedo. Estaba atrapada entre dos pensamientos extremistas totalmente opuestos. Confiar en el asesino, o mantenerlo al margen de mi vida. Y a estas alturas, ya no sabía cuál era la opción correcta.

—¿Puedes abrir la puerta? —insisto de nuevo.

—Si me escuchas, te juro que te dejaré tranquila.

Me muerdo el labio confusa, y después suelto lo inevitable.

—No hagas promesas que sabes, que no vas a poder cumplir.

—Por eso mismo... —respira abriendo mucho los orificios de la nariz, y le propaga un puñetazo al volante con indignación. ¿Qué cojones está pasando?—. Mira, Amy. Ya pasó, hace tiempo; ambos sabíamos que volvería a ocurrir de nuevo pasados los años... Es inevitable; más bien, ahora sé que es inevitable. Deberíamos, bueno, deberías... Ya me entiendes. Eres...

Y no es que desconecte por sus constantes balbuceos o la carencia de sentido en sus frases, sino porque a mi alrededor, el coche comienza a convertirse en un triste recuerdo de lo que podría haber sido una confesión importante, o una acción imparable. Cierro los ojos con inconsciente pesadez, y recreo en lo más oscuro de mis pensamientos, todo lo que albergaba esa retahíla de letras sin sentido ni orden.

Dark SecretsOn viuen les histories. Descobreix ara