7• Te va a doler sólo un poco

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—Sal a bailar. —Thalia pronunció las palabras de una forma tan lenta y pausada, que por un momento dudé de mi sobriedad. Era la quinta vez que se acercaba a la silla en la que llevaba regocijada desde qué habíamos llegado, y no dudaba que fuese a ser la última.

—No me encuentro bien; estoy mareada. Creo que lo mejor va a ser salir a la calle y dejar que me de un poco el aire.

—¿Estarás bien? —Estaba preocupada; y una parte de mí entendía su preocupación, pero no quería fastidiarle la fiesta.

—Si, tranquila.

De forma poco sutil me agarré al taburete que había al lado de la barra, y con ambos pies más torpes que de costumbre, comencé a dar traspiés de un lado a otro. Mirase por dónde lo mirase, esto apestaba a catástrofe.

—¿Seguro? ¿Estás borracha?

Intenté no reírme por la forma tan graciosa en la que se movían sus labios al hablar, mientras negaba con la cabeza efusivamente.

—Estoy perfecta; solo necesito algo de aire fresco.

Thalia asintió de forma sosegada, y fue en ese momento en el que descubrí que yo no era la única persona ebria aquí. Antes de salir a la calle, le di un abrazo —en el que las dos nos tambaleamos hacia los lados— y le recordé que si alguien se sobrepasaba con ella, le recordase que tenía contactos que podrían hacer de su vida un infierno. Afirmación sobre la que por supuesto no tenía ninguna certeza, y que había aprendido a base de ver muchas películas policiacas.

El aire fuera, era denso; no tan frío como cabía de esperar, pero sí veloz. Me vi obligada a ponerme ambas manos en los hombros, mientras intentaba calentarme dándome masajes de arriba a abajo, y me intentaba convencer a mí misma que el frío solo es un factor psicológico. Claro que, el hecho de que el propio viento te cale los huesos ya no tiene explicación psicológica, sino de inteligencia. Y repito inteligencia, porque si yo fuese más lista y avispada, no me hubiese puesto una camiseta de manga corta; y por supuesto hubiese cogido una chaqueta antes de salir de casa.

Ni siquiera el calor del alcohol había sido capaz de calentarme. Y es cierto que quizás no había bebido tanto, pero una parte de mí si notaba alguno de esos síntomas, cómo la visión doble y los pequeños pitidos en la cabeza que no me dejaban pensar con claridad.

Mi pelo comenzó a revolverse contra mí cuando una brisa, movió la oleada entera de hojas, que hasta ahora estaban estáticas en los bordes de la entrada del pub. Decidí sentarme en la orilla de la carretera, y con ambas manos, comencé a apretarme las sienes con más insistencia. Esto ni siquiera debería estar pasando.

A mí alrededor el silencio es sepulcral, menos por una pareja que está situada a una distancia relativamente razonable, qué se está peleando por ver quién se toca más el uno al otro. Y no hablo en broma; están tan juntos, que ni siquiera puedo distinguir dónde empieza uno y dónde acaba el otro. Y lo más importante, es que el ruido que realizan ambos, no ayuda para nada a qué mi dolor de cabeza disminuya, sino a que las ganas de vomitar se acentúen.

Me levanto, sintiéndome cada vez más perdida y confusa, y con ambas manos me agarro a un vehículo que hay aparcado en la entrada para no perder el equilibrio. La pareja parece haberse perdido entre las sombras de la noche, y cada vez aparento estar más amarilla y dispersa. Escondo la cabeza un poco más en el neumático del coche, y con la vista todavía turbia, comienzo a tener movimientos espasmódicos en los ojos.

No pasan alrededor de dos minutos teniendo arcadas, cuando una mano se pasa cariñosamente sobre mi hombro y me recoge el pelo con una coleta de caballo. En lugar de seguir vomitando, me giro hacia atrás esperando encontrarme con Ethan, y lo que casualmente comienza siendo un encuentro extraño, acaba siendo un desenlace terrorífico.

Dark SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora