4• Las palabras en un silencio

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Los pasillos se habían quedado totalmente desiertos, medio minuto después de que la campana hubiese sonado con su característico pitido, que daba por concluidas las clases. Yo, sin embargo —y a diferencia de muchos estudiantes en este ámbito más responsables que yo—, seguía intentando meter el libro de historia de distintas formas en la taquilla, con la intención de que las puntas no saliesen tan perjudicadas, como cabía de esperar.

Ya habían transcurrido varios minutos, en los que me encontraba sumida en un silencio totalmente sepulcral, cuando un brazo musculado, se apoyó lentamente en la taquilla continua a la mía. No fui consciente de que todavía no estaba sola, hasta que escuché su voz —dura y amenazante—, susurrar mi nombre de una forma que me puso los pelos de punta.

—Amy.

No fue un grito; no usó un tono muy alto; pero fui lo suficientemente imprudente como para dejar que mi móvil se perdiese entre mis dedos temblorosos, y acabase dándose de bruces contra el suelo. Antes de entablar cualquier conversación que suponía sería de un tema banal, me agaché hacia el suelo, comprobando que la pantalla no había sufrido ningún daño estrictamente necesario, y seguidamente lo dejé caer en el bolsillo trasero del pantalón. Tras mi proceso torpemente vergonzoso, me puse en pié rápidamente, y cerré la taquilla de un portazo seco y brusco, cerciorandome así de que nadie pudiese abrirla. Las taquillas siempre han guardado secretos embarazosos; no importa lo vacías que estén. Al final, cualquier objeto insignificante podrá recordarte durante el resto de tu vida, lo patética que fue tu estancia por el instituto.

Por acto reflejo, giro la mirada hasta la figura que se encuentra con el ceño fruncido apoyada de forma casual en las puertas de metal, e instintivamente mi humor pasa de uno de perros, a otro mucho más canalla. ¿Cómo podía dignarse a dirigirme la palabra solo por puro interés? Comenzaba a estar cansada de que todo el mundo jugase siempre a ser un humano cobarde y egoísta. A veces deberíamos cambiar un poco los roles, para renovar la imagen que tenemos en general, sobre nosotros mismos.

—¿Por qué no te largas ya?

Ethan me mira alzando —un poco más si puede— las cejas, convirtiendo su mirada en una mucho más incómoda; pero no lo suficiente como para asustarme. Me aprieto un poco más el asa de la mochila contra el hombro, y me veo obligada a levantar la cabeza solo unos cuántos centímetros, para no perder de vista, sus rasgos indiferentes.

Doy media vuelta, de una forma más rápida de la que voy a llegar a admitir, y finalmente, antes de marcharme, sus dedos, largos y menudos, me sujetan el codo de una forma impropia para una mano que aparenta ser tan angelical.

«No mierda, ahora no» pienso haciéndome una ligera idea de lo que podría suceder a continuación.

—¿Y bien? —Intento mostrarme seria e impasible como él, pero eso no funciona. Cuando tienes muchas inseguridades, y demasiado rubor facial, se nota a leguas tu nerviosismo, por mucha seriedad que intentes aparentar.

Me mira y seguidamente deja de sujetarme el codo con firmeza. Todo se sentía raro y extraño, como si nunca nos hubiésemos conocido; como si años atrás, yo no pudiese haber dicho todos los secretos que lo perturbaban de pe a pa y viceversa.

¡Por dios! Si hasta nos bañabamos desnudos en la misma bañera; y aunque ahora eso ya no fuese posible, no creía que todo hubiese cambiado tanto. Él seguía siendo el mismo chico seguro de sí mismo, y leal a sus propios principios que yo había conocido; y yo seguía siendo la chica que siempre se escondía del mundo tras silencios prolongados y murmullos inaudibles. Soy esa clase de chica a la que denominan hablante por naturaleza y muda en sociedad.

—Lo sé. —Esas fueron las únicas palabras que logra articular. No realiza ningún atisbo de nada, así que yo tampoco.

—No te sigo —contesto haciendo ver sinceras mis palabras. Pero como siempre la vergüenza vuelve a convertirme en alguien débil, y el rubor comienza a ascender de nuevo.

Dark SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora