25• Cruel

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Las bisagras de la ventana, habían abierto las dos repisas con un ruido insoportable y jodidamente chirriante. Supongo que esa había sido la señal que había decidido enviarme el destino, para que me levantase de la cama dando un salto mortal, y pusiese todos mis sentidos alerta. Antes quizás, no me habría alarmado tanto; pero ahora que sabía cuántos enemigos y gente sospechosamente rara tenía tras de mí, tenía varios motivos para estar cubriéndome las espaldas, cada dos por tres, y comportarme de forma paranoica. Mis delirios ya formaban una parte esencial de mí misma.

Me acerco con cuidado al marco de la ventana. Las piernas me tiemblan a medida que estoy más y más cerca, y mi pulso bipolar está amenazando con matarme de un infarto.

Aunque bueno, como es de esperar, es Ethan el que me deja sin respiración.

Pego un grito cargado de emociones contradictorias, adrenalina, y miedo, y después, le pego un puñetazo en la nariz. Ni siquiera sé de dónde he sacado la fuerza repentina y el valor necesario para hacerlo, pero parece confuso, y de un momento a otro comienza a tambalearse hacia los lados. Cuando se me pasa la emoción, la euforia, y los nudillos comienzan a picarme, salgo de mi alucinación, y me acerco a él a la velocidad de la luz.

—Perdón, perdón. —Lo ayudo a levantarse del suelo, y sus ojos me miran desorientados—. No quería hacerte daño, han sido mis impulsos.

Recobra un poco la compostura, se levanta del suelo, y después respira profundamente para no elevar la voz.

—Está bien, creo que me lo merezco.

Lo miro con el rostro plagado en confusión. ¿Eso ha sido una disculpa? ¿Ethan Rowling se está disculpando por qué a mi se me ha ido la cabeza y he decidido pegarle? Creo que no sería muy difícil acostumbrarme a esta situación, aunque una parte de mí me sigue recordando que esto está mal.

—¡Me has asustado! —digo intentando que no me tiemble la voz—. ¡Las puertas están para algo!

—Claro. —Se sujeta la nariz con firmeza, y de un momento a otro se la recoloca en su sitio. El sonido es asqueroso, pero no digo nada; yo he sido la causante de ese dolor que seguramente no estará sintiendo por qué es un puto vampiro de alma inmortal—. Lo voy a tomar en cuenta de aquí en adelante. Creo que pagarme las rinoplastias no va a ser asequible si seguimos así.

Pongo los ojos en blanco, por sus comentarios tan estúpidos en momentos no idóneos como estos, y después, cogiéndole de la mano, lo empujo fuera del alcance de mi ventana. Cierro con varios seguros, y después tapo los cristales translúcidos con las cortinas. Ethan me mira anonadado; de nuevo no puede reprimirle a sus comentarios que estén callados durante varios breves minutos.

—Tu paranoia comienza a ser preocupante.

—Tu estupidez también —acoto.

Un silencio sepulcral, para tantas palabras escondidas en los recovecos de mi mente, comienza a ser claustrofóbico.

—¿El tema es...? —le dejo la frase a medias para que la continúe, pero él parece no comprenderme.

—¿Qué tema? ¡Estamos fuera del instituto!

«Algún día las neuronas que tienes dormidas, despertarán, y ese día yo cantaré victoria.»

—¡El tema Ethan! ¡El puto tema! ¡¿Por qué cojones has venido aquí si no?!

—Ah. —Su cara se tuerce en una mueca divertida. Arcadas me da, imaginar en lo que estaba pensando antes de aclararle la memoria—. Está en una fiesta al lado del bosque.

—¿Y no la has detenido? —pregunto alzando la voz.

Ethan niega, y yo suspiro en respuesta. Creí haberle dejado las indicaciones bastante caras: «tráela de vuelta sana y salva.» ¿Qué no había entendido? Era algo simple, fácil, y detallado. No había error. No podía equivocarse en algo en lo que yo le había puesto tanto empeño. Bueno, aunque quizás es cierto lo que dicen. No hay trabajo mejor hecho que el qué hace uno mismo.

Dark SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora