12• Puertas y Ventanas

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He dejado de llorar hace más de tres horas, pero sin embargo, me he sumido en un shock del que por mucho que me lo propongo, no logro salir. Tengo los ojos fijos en el espejo de la habitación, y por el rabillo del ojo observo cómo Thalia sigue presionando el hielo firmemente sobre mi barbilla.

La pregunta que no sé cómo contestar se formula; tampoco es que no tuviese preparada una respuesta convincente y creíble antes de que Thalia apareciese por la habitación, pero sigue resultando extraño que ella se esté preocupando por mí cuando debería ser justo al contrario.

—¿Cómo te has hecho esto?

—Me he asustado por el ruido de una rama en la ventana y me he caído de la cama.

De nuevo, nuestra conversación se sume en un silencio sepulcral, y Thalia vuelve a apretar el hielo contra mi barbilla. En sus ojos no hay ningún indicio de lágrimas por lo ocurrido con anterioridad. Sé que no se ha creído mi excusa, pero tampoco remueve la situación, intentando sacar respuestas que por lo visto no va a optener. Desde el espejo, observo su seriedad cuando aprieta la herida. Apenas me quejo; ella nunca se quejó de sus problemas mientras los tenía.

—¿Por qué no me lo habías contado antes? —Sin poder evitarlo, me siento dolida al tener que citar la frase entera. Me hubiese gustado no tener que decirla nunca, pero el destino da unas vueltas tan vertiginosas, que nunca se sabe hacia dónde podrá encaminarte.

—Tenía miedo Amy. Siempre lo he tenido. Además, sus trapicheos nunca habían ido conmigo. Ni siquiera quería haberlo descubierto.

—¿Por eso te pegaron?

Noté que la pregunta había estado de más, cuando automáticamente agachó la cabeza, fingiendo inspeccionar la herida. Los cubitos ya estaban derretidos, y estaban dejando un rastro húmedo por la moqueta.

No lo dijo, pero supuse que eso significaba un sí rotundo.

Con paso desanimado, tras haberse manchado las zapatillas de andar por casa que le había dado nada más entrar a mi habitación, se dirige hacia la papelera rebosante de papeles, y arroja los cubitos con desdén; cuando llega hasta el colchón, se tumba y cierra los ojos.

Sé que está exhausta y que sólo quiere tranquilidad; pero no quiero dejarla pensar. Por experiencia sé que no hay que dejar a una persona sola con su mente, cuando está pasando por un mal momento. La mente no suele pensar con racionalidad, y el cuerpo suele seguir las instrucciones de un cerebro desquiciado por el miedo, la rabia y la impotencia.

Todo el mundo ha estado atrapado en un agujero en el que no veía ninguna luz.

—¿Y si hacemos algo? —Intento darle alegría a mi tono de voz, pero ésta sale más desanimada de lo que creía.

—¿Algo cómo qué? —Thalia retira las palmas de sus manos de su rostro, mientras me dedica una mirada confusa.

—¿Te apetece ir de compras?

Soy meramente consciente de que no es el momento adecuado para fingir que no ha pasado nada, y que todo ha sido cuestión de una mala racha que va a pasar; pero eso no es cierto. Esa mala racha va a extenderse día tras día durante el resto de la vida de su mejor amiga, y no es justo que tenga que pensar todo el día en ello; no ahora. No después de saber que sus padres no habían tenido la cabeza cuerda en ningún momento de su infancia.

—No hace falta que lo hagas —intenta sonreírme, pero sus ojos delatan que su sonrisa es una mueca triste—, sé que no te gusta ir de compras.

No pienso dejar que vuelva a estar triste; no mientras pueda impedirlo.

—Si quiero. Además, luego podemos irnos a la tienda de batidos que tanto te gusta. Tengo antojo de uno. —Ahora mis palabras si son convincentes y animadas—. Me muero por tomarme uno. ¡Va a ser mi primera vez!

Dark SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora