22• Recuerdos que asustan

5.8K 495 31
                                    

—Un poco más —le grito con el cuello y los hombros empapados por el sudor. Estoy cerca, pero no tanto como debería. ¡En las películas lo pintan todo mucho más fácil!

—No grites tanto, o todo el mundo va a acabar enterándose —susurra mirando precavido hacia todos lados—. Por si no te ha quedado claro, hacer esto aquí es ilegal.

—¡No estoy gritando, el único que reguñe aquí eres tú —limpio un poco el sudor de mi camiseta, y seguidamente vuelvo a decirle—. Esto es bastante difícil... ¿sabes?

—¿Y crees que lo que yo estoy haciendo no lo es?

Su tono es el mismo que usó mi madre, la primera vez que le diagnosticaron la menopausia, y no quería admitir que esa etapa de su vida había llegado al fin. Mi padre tuvo que cogerla por los codos, y sacarla a rastras de la consulta del médico, para que dejase de amenazar a la doctora con graparle la cabeza en la pared.

—Yo soy la que se debería quejar. Nunca he hecho esto antes. —Oigo varios murmullos, maldiciones y gemidos bajos, por parte de Ethan, y le doy una patada para que deje de emitirlos. Es un quejica.

—¿Te crees que yo sí?

—Eres el típico chico malo de película. Estarás acostumbrado a empujar a las chicas por su ventana para subirlas a su habitación.

Ahora que por fin le estaba dando vueltas, puede que nuestra conversación fuese más mal pensada de lo que creíamos.

Tenía los pies, sobre los hombros inestables de Ethan, y la ventana a sólo unos cuántos centímetros de distancia. Hasta a mí me parecía extraño el hecho de haber dejado en el olvido nuestra anterior conversación con tanta rapidez, pero para ser honestos, no había pasado nada entre nosotros. Su deberíamos se quedó suspendido en el aire, y ninguno de los dos se molestó en recogerlo antes de que se disipase.

Nada de momentos incómodos, simplemente evadimos la conversación como adultos responsables; aún sabiendo que ambos podríamos haber dado un poco más de nosotros mismos. Simplemente eso.

—¿Llegas ya? —Ethan estaba lo suficientemente agachado como para impedirme mi única tarea. Una gran parte de mí sabía que lo estaba haciendo aposta.

—Solo un poco más. —Suspiro, pero sigo estando demasiado lejos. Ni siquiera sé como había logrado subir si quiera el primer pié la primera vez—. Estaría bien que ahora utilizases algún truco que te diese más fuerza o algo así. Te están temblando las rodillas.

—Quién te crees que soy ¿Supermán? —miro hacia abajo, y una pequeña parte de mí se apiada de él. Vaya mierda tener que vivir con esta putada y que para colmo no te otorgue ventajas reales—. No hago milagros

—Entonces, supongo que voy a tener que saltar.

—Espera, ¿qué?

Flexiono las rodillas, con una elasticidad impropia de mí, y con los brazos alzados, salto hasta conseguir agarrarme al alféizar de la ventana con forma cuadrada. Tengo la respiración entrecortada, y me duelen las piernas de la fuerza que estoy ejerciendo para no caerme. Respiro profundamente e intento canalizar toda mi rabia hacia el interior de los cubículos. Finalmente lo consigo, me balanceo, y caigo sobre una cisterna oxidada. La caída no es del todo agradable; ruedo por el inodoro hasta caer sobre la tapa, y con un quejido bastante sonoro, hago saber a todo el mundo que posiblemente me haya roto todas las costillas en ese mismo instante.

—¿Estás bien? —el grito de Ethan suena preocupado, pero mi respuesta lo aterroriza todavía más. Alguien tan débil y vago como yo, podría haberse matado con mucha facilidad en una caída tan baja como esta. 

Dark SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora