13• Sex-appeal

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—Señorita Murphy. —No fue hasta el momento en el que alguien dió dos palmadas en la mesa, cuando descubrí que me había quedado durmiendo. Por el tono de voz supuse que sería Griffin—. ¿Es que no entiende que su pupitre no puede usarlo de cama?

Más bien lo estaba utilizando como lugar de reflexión, pero no lo quise decir en voz alta, porque siempre suena más incoherente que en tu cabeza, así que simplemente me limité a sonreír y asentir. La única pregunta que me rondaba una y otra vez por la cabeza era la siguiente: «¿Por qué Ethan no había asistido a clase?»

«Estará con su cosas de vampiros...»

Mi conciencia, tan inteligente como siempre, dándome respuestas insulsas para salir del apuro.

—¿Me está escuchando? —El señor Griffin parece tan o más disperso que yo. No le culpo, posiblemente en su cabeza, la idea de enseñar lecciones académicas y vitales a cuarenta estudiantes, resultaba mucho más sencilla.

—Sí —respondo impasiva sin haber escuchado ninguna palabra de la conversación. Creo que estaba más ausente de lo que imaginaba.

—Parece que hoy que no ha venido su compañero de mesa, está más distante.

Con ambas manos, se apoya sobre los distintos extremos de la mesa, y como acto reflejo, dejo de estar con la cabeza reclinada sobre el pupitre. Parece que está a punto de decir algo, pero se retrae al comprobar que treinta y pocos alumnos más están presentes en clase. Carraspea fingiendo tener en la garganta un dolor muy molesto, y antes de que Amy le diga sin disimulo alguno que vaya a clases de actuación, el timbre comienza a sonar.

La cara de mi profesor seguía impasible, neutra y con las facciones arrugadas. Sabía que la discusión todavía no se había dado por concluida, pero no quería esperar para ver lo que sucedía, así que simplemente optó por recoger todas sus cosas. Cuando todos los alumnos habían salido a la calle, ella solo debía recoger el libro que se había dejado debajo de la mesa. Cuando lo tuvo en sus manos, lo colocó encima de esta y con un suspiro letargado, comenzó a meterlo en su mochila. En medio de su recorrido, una mano arrugada detuvo sus intenciones.

Este era el momento dónde la discusión se daría por concluida.

—Creo que será mejor que se venga conmigo al aula de castigo Murphy. Estoy seguro de que allí, podrá dormir mejor.

Estaba furiosa, con ganas de venganza, y aún así ausente. No sabía cuánto tiempo duraría este revoltijo extraño de emociones, pero solo deseaba que pronto, porque de momento, no estaba resultando muy alentador.

El profesor pasó primero, y de forma cordialmente grosera le ofreció ayuda para encontrar la clase. Estaba tan acostumbrada al olor de los cigarrillos y los aviones volando en el aula de castigo, que tenía la sensación de estar en su propio elemento.

—Sé dónde está.

—Ya me imaginaba.

Odio que la vida me ponga tantas piedras en el camino, y yo me tenga que tropezar con todas.

[•••]


El chico que hay situado en la esquina de la clase, está tan concentrado, pintando los bordes de su libreta de matemáticas con típex, que ni siquiera se percata de que un avión acaba de rozarle la manga de la camiseta, hasta que el chico del otro extremo opuesto comienza a reírse en voz baja de su buena jugada; la chica rubia de la primera fila, está desesperada porque el color de su pintauñas no concuerda con el de su camiseta; y el chico que tengo detrás no ha abierto los ojos, desde el primer momento en el que dejé caer mis cosas sobre el pupitre.

Dark SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora