39• Nubloso

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Por primera vez en la vida bajo contenta las escaleras de mi casa, escuchando los melodiosos bufidos de Thalia. Está mal que yo lo diga, pero entre hermanas es una frase muy común: «como me gusta verla cabreada...». Y es cierto que a pesar de quererla mucho, siempre han existido barreras inquebrantables; la intimidad. En este caso concreto, abrir la boca y contar lo que acababa de ocurrir en mi habitación es una de ellas.

—Hola mamá. —Con paso vivaracho me acerco hasta la altura de la mesa y le doy un beso en la mejilla, consiguiendo una reacción asombrada de su parte. Ni que nunca  hubiese sido amable con ellos—. Buenos días a ti también, papá —digo al mismo tiempo que le arrebato el periódico de las manos mientras escucho a Thalia manejar las tazas de cerámica tras de mí.

—También fueron buenas noches ayer —susurra entre dientes en un sonido casi imperceptible. Digo casi, porque mi madre soltó algún «¿Qué?» no tan inocente.

Me acerco hasta ella con toda la tranquilidad que me es posible, y después le propino un codazo en las costillas que la deja sin aire por varios segundos. Así supongo que mantendrá su lengua viperina tranquila.

Cállate. Muevo los labios sin dar lugar a sospechas y comienzo a ayudarla con lo que sea que está haciendo.

—¿Y ese buen humor, se puede saber a qué viene? —Mi padre me sorprende con su pregunta inoportuna y no puedo evitar mirar hacia Thalia, que instintivamente pone los ojos en blanco, y hurga en la herida repitiendo a su compás, «Eso Amy, ¿a qué se debe?»

—Simplemente he dormido bien. —Sigo colocando las tazas y me preparo un café para seguir despierta, y evitar quedarme dormida en clase.

Entre las pesadillas, la hora a la que me acosté anoche, y el continuo y molesto ruido de las ramas del árbol al chocar con mi ventana, bajo mis ojos habían crecido unas bolsas negras que podían llegar a imponer si las mirabas muy de cerca.

Cuando me giro en dirección a la ventana, las cortinas comienzan a moverse de forma muy ajetreada, como si un perro las estuviese mordiendo desde el dobladillo. Repentinamente tengo la sensación de estar siendo espiada por alguien.

«Son alucinaciones Amy, te estás volviendo paranoica.»

Quizás si estaba un poco paranoica últimamente, pero de todas ellas, sentía que esta vez realmente iba a pasar algo. Algo malo...

—¿Me estás escuchando? —Thalia chasquea los dedos delante de mi y es entonces cuando vuelvo de mi estado de shock. La cocina está desierta, ni rastro de mis padres, ni rastro de los utensilios de cocina que han utilizado para desayunar; No hay absolutamente nada.

—¿Donde están? —le pregunto a Thalia, desconcertada por todo lo que acababa de ocurrir. ¿Como han podido recogerlo todo y huir tan rápido?

—¿Quiénes? —En su mirada se puede distinguir con calidad la palabra “loca” y “psicópata”—. Estamos solas todo el rato.

Eso no puede ser. Yo recuerdo haber hablado con mis padres. Ellos me han preguntado el motivo de mi felicidad, y no han parado de dirigirme miradas interrogantes todo el rato, ¿por qué iba a inventarme algo así?

—Ellos estaban aquí hace un rato Thalia. —Me pongo tensa al instante y sin apartar la mirada de sus ojos, sigo hablando—. Hace unos cuantos segundos yo estaba hablando con ellos y tú también.

Voy a apretar la taza que hasta hace unos segundos tenía entre mis manos, pero la sorpresa es, percatarme de que no estoy sosteniendo absolutamente nada. Estábamos solas; Thalia y yo. En silencio. En mi cocina; aunque cada vez parecía algo mucho menos personal.

—Amy, creo que es mejor que te sientes — sugiere empujándome hacia el taburete que tengo detrás. ¿Qué cojones está pasando?—. Necesitas relajarte.

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⏰ Última actualización: Mar 19, 2019 ⏰

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