—Bienvenido a mi paraíso. —Extendió los brazos hacia los costados para abarcar mayor espacio—. No toques nada sin mi autorización.

Se rió mostrando los frenillos.

Quise reírme con ella, pero me quedé paralizado bajo el marco de la puerta, encadenado gracias a mis incongruentes deliberaciones. Sólo conseguí sonreír con incomodidad, inseguro sobre qué debía hacer. Si quedarme ahí observándola o entrar a una posible aventura sin retorno.

—Oh, vamos, no me digas que te asusta estar aquí —dijo cuando se percató de mi helado semblante.

Me sujetó por ambos antebrazos y tiró de mí para adentrarme en la recámara. No opuse resistencia, pero mi cuerpo se sentía pesado y ajeno a lo que mi cerebro le ordenaba, era como si de pronto mi mente se apartara del plano carnal y viajara lejos, abandonándome en la deriva.

Se lanzó a la orilla de su lecho y con ese mismo impulso me arrastró con ella, haciendo que cayera de golpe a su lado y generara un movimiento brusco en el colchón que la hizo rebotar. Ambos rompimos en carcajadas, y ese simple gesto consiguió que mi cuerpo se librara de toda la tensión y que recordara el porqué me gustaba estar con ella. La vida se tornaba fácil cuando estábamos juntos.

Gateó sobre la cama King Size hasta llegar al final de ésta, donde se sentó recargada contra la cabecera, y con un sutil gesto me pidió que fuera hasta su lado, lo cual hice imitando su arrastre sobre las rodillas de forma lenta e insegura, pero ansioso por estar más cerca.

Cuando estuve junto a ella descansé la cabeza contra la pared y la miré, estaba sonriendo, pero su expresión era diferente a la de otras ocasiones, se veían más entusiasmada, más feliz. Y suspiré en silencio, fascinado por su semblante.

—¿Ya me dirás qué fue lo que sucedió? —preguntó con sosiego.

Cuando hablé con ella, muy temprano por la mañana, me rehusé a explicarle el motivo de mi dolor. Quería conversarlo de frente, buscar su apoyo y las caricias que tanto necesitaba. A pesar de la tranquilizadora llamada nocturna que tuve con Ana antes de acostarme no fui capaz de conciliar el sueño, estuve despierto en la oscuridad hasta que se activó la alarma de mi reloj para ir a la escuela. Sentía el pecho vacío, y una pena que me apretaba las costillas. Me reprendí en reiteradas ocasiones, argumentando que las acciones de mi padre no deberían importarme, así como a él no le afectó abandonarnos, pero fue en vano.

—¿Prometes no reírte? —Entrelacé nuestras manos.

De pronto me sentí como un idiota, era absurdo que me desplomara por una noticia como aquella. Mi padre no sería el primer hombre en el mundo en formar una segunda familia y olvidarse de la primera. Aunque podía convertirse en un pensamiento desgarrador tras una noche solitaria en la que todo parecía cernirse en tu contra.

Observó nuestra unión por un segundo, después levantó la cabeza para mirarme.

—Jamás lo haría —respondió con ternura.

Exhalé ruidosamente como un vago pretexto para armarme de valor. Decirlo en voz alta luego de un exhaustivo análisis resultó más complicado de lo que imaginé.

—Mi padre va a casarse en dos semanas con una de sus alumnas.

—¿Bromeas?, ¿con una alumna? —Hizo una mueca de repulsión, fusionada con el entrecejo fruncido por la sorpresa—. ¿Y por qué?

—No lo sé... —dije cabizbajo—. Supongo que se enamoró de ella.

Mi actitud fue apagándose, pero Tania no permitió que decayera por completo. Apretó mi mano con cariño cuando se percató de ese cambio, consiguiendo que me relajara tras una profunda respiración. Eso era justo lo que necesitaba, experimentar el consuelo por parte de una persona ajena al asunto, cuyos sentimientos no estuviesen involucrados, alguien que pudiera observar desde una perspectiva más imparcial.

Para la chica que siempre me amóWhere stories live. Discover now