Tania, mi encantadora Tania.

»¡Hey, muñeco!

«Hola.

Me sentí engrandecido por el comienzo de otra conversación con ella, aunque fuese virtualmente. El día anterior habíamos comenzado a mensajear por aquello de las seis de la tarde hasta altas horas de la madrugada, y parecía que lo repetiríamos. No había un margen establecido para nosotros, teníamos tanto de qué hablar que era imposible aburrirnos.

Llevábamos así una semana, comunicándonos a través de nuestros teléfonos sin importar la hora, incluso durante clases, cuando los profesores divagaban o simplemente no ponían la debida atención. Hablábamos de cualquier cosa, sobre todo y nada a la vez. Sin embargo, me percaté de que había un tema del cual no le gustaba hablar: mi amistad con Ana. Me había preguntando sobre cada uno de los integrantes de mi grupo de amigos, excepto sobre ella; lo cual atribuí al malentendido que tuvo respecto al tipo de relación que compartíamos, aunque eso ya había sido esclarecido.

»¿Estás ocupado?

«No, estoy libre.

»¿Y en la noche estarás ocupado?

«No, ¿por qué?

»¿Qué dirías si te invito por unos tragos a mi casa?

«Aceptaría con gusto.

»Genial, sobre todo porque mis padres no volverán a casa hasta muy tarde.

Interesante propuesta, una que no podía ser rechazada.

«Dime a qué hora y estaré ahí.

»Te veré a las ocho. En un rato te envío mi dirección.

Sujeté el teléfono entre mis manos, invadido por el regocijo del acontecimiento que se aproximaba. Un revoloteo cosquilleó en mi interior, haciéndome sonreír con un ímpetu desconocido. Un suspiro involuntario escapó, pero me obligué a serenarme, comenzaba a comportarme como un idiota, celebrando un encuentro con Tania. Su mensaje fue sugerente, pero no debía eclipsar mis pensamientos ante mis abrasadores anhelos.

Ana regresó después de varios minutos de ausencia e hizo ademán de sentarse a mi lado, sin embargo, me incorporé sobre los codos para pedirle que de nuevo me prestara su regazo para descansar sobre ella. Se mofó por mi actitud, pero aceptó mi petición.

Me quedé quieto, observando cómo el viento arremolinaba su cabello como una flamante llama. Entonces una sensación de bienestar me invadió, pues estar con ella dentro de su inquebrantable cúpula de cristal era relajante, cautivador. Casi podía olvidarme del mundo donde nos hallábamos y de todo lo tangible para perderme en una etérea corriente, donde sólo habitábamos nosotros dos.

Acarició mi cabello con dulzura, y detuve su mano con la mía, entrelazando nuestros dedos. Se quedó estática, observándome con atención, con una pequeña sonrisa dibujada en su rostro. Su tranquilidad era contagiosa, una virtud que a veces envidiaba, Ana enfrentaba todas las situaciones con una actitud positiva.

—¿Puedo decirte algo? —Le pregunté, sin romper nuestra conexión.

Ella asintió. —Sí, dime.

—Estoy feliz de haberte conocido. —Intensifiqué el agarre sobre su mano, a lo que ella respondió de la misma forma.

—A mí también me alegra —dijo en voz baja, apenas perceptible.

La realidad es que era poco tiempo el que llevaba conociéndola, pero con Ana todo era diferente. Con ella no existían máscaras ni falsas emociones, podía ser yo mismo sin temores. Y fue así que recordé lo que un día David dijo sobre no romantizar el tiempo. No importaba cuántos días, semanas o meses pasaran, ello no podía delimitar la intensidad de un sentir.

Para la chica que siempre me amóKde žijí příběhy. Začni objevovat