Porque Estoy Contigo (Capítulo 30)

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Mangel tuvo tiempo de sonreír y de soltar una risa de incredulidad. Sintió el viento en su cara e incluso a través del traje de neopreno, que se le pegaba a todo el cuerpo como una segunda piel, dejando únicamente libre las manos, la cabeza y los pies. Las gotas del mar y de la llovizna se mezclaban y se confundían entre sí, salpicándolo.

Era una sensación maravillosa. Se sentía tan... bien. Tan... suelto. Libre. Estiró los brazos como si fueran alas y creyó, por un momento, que en realidad no estaba parado sobre una tabla. Estaba volando.

Miguel llegó a observar el cielo cubierto de nubes grises, la playa siendo bañada por una fina capa de lluvia, la arena mojada, el mar revuelto, furioso, bajo su tabla.

Pero no fueron más que unos segundos. Luego, cuando ya estaba cerca de la orilla, perdió el equilibrio (tal como había dicho Jorge) y cayó al agua de espaldas. El mar le entró por los ojos, la nariz y las orejas.

Salió rápidamente a la superficie, en busca de aire. Tosió y se refregó los ojos con las manos. Sintió cómo el cordón que unía su tobillo a la tabla de surf tiraba de él; su tabla estaba siendo arrastrada por la corriente hacia la orilla. La fuerza de las olas era tal que, con ese tirón, estuvo a punto de caer otra vez.

Se volvió justo a tiempo para ver cómo Rubén saltaba sobre él, gritando:

- ¡TE DIJE QUE PODÍAS HACERLO!

El impulso del cuerpo de Rubén lo derribó, y ambos cayeron al mar. Mangel volvió a tragar agua y sal.

- ¡¿Qué ha...?! ¡¿Qué haces?! – se quejó Miguel, tosiendo mar y frotándose los ojos una vez más.

- ¿No lo ves? Te estoy besando. – explicó Rubius, como si fuera algo obvio.

- No me estás besando. Acabas de tirarm-

Rubén lo besó mientras sonreía. Fue un contacto rápido y fuerte, con sabor a sal.

- Te dije que te estaba besando.

- Cállate.

Después de hacer surf, fueron a devolver los trajes y las tablas. Jorge les había sonreído (a Mangel le dio una gran palmada en la espalda en plan cariñoso; Miguel había comenzado a creer que Jorge no sabía controlar su propia fuerza, porque el golpe lo había dejado sin aire) y se había ido de nuevo al complejo de casas.

Rubén y Mangel almorzaron en un lugar que había allí en la playa. Mangel creyó que nunca había tenido tanta hambre en su vida. Devoró dos hamburguesas completas con una porción de papas fritas y se bebió dos botellas de agua enteras.

Mientras estaban comiendo, había parado de llover. El sol intentaba abrirse paso a través de unas nubes gruesas y pesadas, que habían comenzado a retirarse lentamente.

Después de almorzar, ambos salieron del local con la intención de caminar por la playa, pero ninguno de los dos tenía las fuerzas ni las ganas suficientes. Mangel sentía sus músculos agarrotados; sus extremidades, pesadas, como si de repente su cuerpo pesara veinte kilos más de lo normal.

Se sentaron frente al mar. Rubén extendió las piernas, recostándose en la arena, y Mangel apoyó la cabeza en su regazo. Suspiró. No iba a dormirse. Solo iba a descansar los ojos, que les había entrado demasiada sal. Solo sería unos minutos, mientras sentía la brisa fresca en su piel, y escuchaba el suave sonido de las olas acariciando la orilla. Ahora el mar estaba más tranquilo, como si hubiera quedado agotado después de la lluvia. A Mangel casi le parecía oírlo suspirar.

- Mangel.

Miguel abrió los ojos.

- ¿Qué?

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now