Capítulo 35.

4.9K 292 14
                                    

La sensación fue algo que jamás volveré a vivir, la caída había durado unos pocos segundos, en los que me dio tiempo a pensar que no me había equivocado al hacerlo.
Pienso que la vida debe ser así, una locura tras otra para vivirla tal y como se merece.
¿De qué me vale morir un día sabiendo que no he hecho nada interesante? ¿Que he sido una cobarde y me he echado atrás? No, refiero arrepentirme a no hacerlo.

Mis amigos me preguntan una y otra vez sobre lo que he sentido, en cómo se me ha ocurrido hacer eso, en si había merecido la pena...
Al final, el gran valiente, nótese la ironía, de Rober... no lo hizo, según me han contado los demás, en el último minuto lloriqueaba y rogaba para no hacerlo, lo que quería decir que yo era la única sin cabeza del grupo.

De camino a casa me digo que no quiero hacerlo, no quiero volver a todo de lo que quise escapar hace más de una semana. Quiero seguir huyendo de todo eso, del dolor que me produce ver a Hugo, y verlo sobre todo con mi madre.
Era difícil al principio, ahora se ha convertido en insoportable.

— ¿Quieres quedarte unos días más en mi casa? — Me susurra Sara en la parte de atrás del coche, lo suficientemente bajo para que los chicos no nos escuchen.

— No lo sé, Sara. Quizá tenga que enfrentarme a la situación que hay ahora mismo.

— ¿Crees que podrás?

— No, creo que todavía no. — Me pongo ambas manos en la cabeza, intentando pensar. — Si vuelvo otra vez allí con Hugo... no sé que voy a hacer, Sara. No tengo ni idea si le voy a tirar de todo a la cabeza o no voy a saber reaccionar.

— No sé qué haría en tu lugar, Mel. — Mueve la cabeza a ambos lados — Quizá escucharía lo que tiene que decir.

— Ni hablar — Asqueo el gesto — No hay ningún tipo de explicación a lo que hizo.

— No sé que le pudo pasar por la cabeza, pero todo tiene un porqué... quizá esto también lo tenga.

— No quiero escucharlo, Sara. Para mí no puede existir una razón para hacerme lo que me hizo, toda esa historia es pasado. Quiero pasar página.

— Pero, ¿eres consciente de lo difícil que será hacerlo teniéndolo contigo bajo el mismo techo?

— Por eso no quiero volver. — Cierro los ojos con fuerza, ¿no puedo despertar de nuevo en el pueblo como si acabáramos de llegar hace una semana?

— Quédate en mi casa unos días, pensaremos en qué es lo mejor para ti antes de que puedas volver — Coge mi mano, apretándola.

— Esta bien, te haré caso... estoy hablando con una futura psicóloga.

— Eso es, Mel. Estás hablando con tu gran mejor amiga psicóloga. — Sonríe, abrazándome.

Nos despedimos de los chicos, que nos dejan en la puerta de casa de Sara.
Cuando bajamos del coche, decido encender mi teléfono, muchas llamadas y WhatsApp me llegan sin parar, no necesito mirar para saber de quién son.

— Sara... — Le digo antes de entrar en su casa — Necesito un momento a solas, ¿vale?

Ella asiente, con una expresión triste, y entra a su casa.

Busco un parque, un banco cercano donde sentarme. Pongo la pantalla de mi móvil frente a los ojos, quiero leer todos los mensajes, afrontarlos uno por uno, y después borrarlos y olvidarme de todo. Quizá ahí esté la solución a lo que debo hacer.

Tengo unas veinte llamadas en total, de mamá solo hay cuatro, por lo que las restantes son de Hugo. Está loco.
También tengo unos cuantos WhatsApp, todos suyos, empiezo por el primero, el del sábado, que fue cuando me largué de casa.

Sábado, 23 de julio.

Hugo: Pequeña, ¿estás bien? Esta mañana no te he visto en tu cama y me he asustado, ya que ayer solo me dijiste que habías ido con unos amigos a cenar. Llámame en cuanto enciendas el teléfono, ¿vale? Aunque sé que sabes cuidarte perfectamente, estoy preocupado. Te quiero.

¿Cómo tiene la cara tan grande? Me pregunto a mí misma. Claro que no estaba en mi habitación, desgraciado. ¿Qué querías? ¿Que estuviera con mi mejor sonrisa después de lo que había oído hace unas horas?
Voy hacia el siguiente, indignada.

Domingo, 24 de julio.

Hugo: Mel, esto ya no tiene gracia. ¿Dónde estás? ¿Se puede saber qué ha pasado para que apagues el teléfono y desaparezcas? Sé que estás bien, la madre de tu amiga Sara ha llamado. ¿Quieres que vaya y hablemos? Coge el teléfono, por favor, o al menos dime algo. Te quiero.

Respiro hondo, ¿cómo puede ignorar lo que ha pasado? Cerré la puerta fuerte tras escucharlo todo, para que supieran que había llegado, para que lo supiera él.
El mensaje del lunes es muy parecido al del día anterior, estoy cansada y paso al del martes, el día que nos fuimos al pueblo de Javi.

Martes, 26 de julio.

Hugo: Vamos Mel, yo solo quería sacarte del pozo en el que estabas metida. Háblame, dime qué ha pasado, dime qué he hecho tan grave, insúltame, pégame... desahógate como tú sabes hacerlo. Como tantas veces has hecho en tus cortos dieciocho años.
Solo aparece y dime qué está pasando por tu cabeza.

Siento un nudo en el estómago, pensaría que me quiere sino hubiera hecho esto, si no me hubiera traicionado por la espalda, de la manera que más duele.
No sé si soy capaz de seguir con los mensajes, bloqueo el móvil y lo dejo a mi lado en el banco.
Cierro los ojos y me aprieto sobre ellos, para ver si así despierto de esta pesadilla que dura demasiado; han pasado doce días.

Pero, ¿qué estoy diciendo? Claro que soy capaz de seguir torturándome leyendo sus letras, he pasado por cosas peores y siempre he salido adelante yo sola, él mismo me enseñó a saber lo fuerte que soy, lo que he conseguido yo sola a lo largo de mi infancia.
Hugo me había herido, pero también me había enseñado a hacer algo que no había hecho nunca, valorarme.

Por eso mismo, vuelvo a coger el móvil entre mis manos esta vez mucho más decidida, y sigo leyendo sus mensajes.

En busca de la felicidadWhere stories live. Discover now