Capítulo 30.

5.9K 308 26
                                    

Lo he dicho, he dicho las dos palabras prohibidas para mí, para la Mel rebelde y aislada del mundo, la Mel que no tenía sentimientos, que no podría ser feliz nunca.

Te quiero, Hugo.

Lo he dicho, ha salido de mi interior, de mis labios. Lo he dicho mirando a Hugo a los ojos. Un te quiero sincero, que ha salido de lo más profundo de mí.

Una sonrisa ha aparecido en su cara, sus ojos todavía han brillado con más intensidad de lo habitual. Todo eso he provocado con mis dos simples palabras.

Era consciente de que iba hacia un camino de una sola dirección, sin marcha atrás, pero, ¿qué más da? Estaba dispuesta a recorrerlo, corriendo si era necesario y siempre que él me acompañara.

Pasamos un día y bonito a pesar de no salir de casa, estamos juntos y por fin, sin ninguna barrera que nos separe.
Cuando empieza a anochecer tenemos que volver a nuestros respectivos papeles, delante de mamá tenemos que seguir actuando y de hecho, estoy empezando a aburrirme de hacerlo.
Más pronto que tarde, tendría que tomar una decisión con respecto a esta relación.

•••

El viernes decido salir un rato por la tarde con Sara, al final se unen unos cuantos amigos más y cenamos en el McDonald's todos juntos.

Hacía mucho que no hacíamos este tipo de planes, sin fiestas de por medio, solo tranquilidad y una buena charla. Terminamos más tarde que de costumbre.

— ¿Te apetece dar uno de nuestros paseos en moto? — Me susurra Leo al oído.

— Claro — Le sonrío.

Sara se marcha con Javi, hay otra chica y otros dos chicos que también se despiden de nosotros y yo monto con Leo en la moto.

— ¿Recuerdas lo que tienes que hacer, no? Agárrate fuerte, Mel — Me avisa antes de acelerar y perdernos en la ciudad de noche. Todo pasa rápido, tanto que apenas puedo ver nada, pero vuelve a mí la increíble sensación de libertad. Ojalá pudiera sentirme siempre así.

Me doy cuenta de que Leo sale de la ciudad, recorremos una larga carretera con muchos árboles a ambos lados y nada de tráfico. El aire es más fresco ahora, mucho más limpio.

— ¡Me encanta esto, Leo! — Exclamo para que pueda escucharme.

— Disfruta, Mel. — El motor de aquella moto debe ser muy potente. Porque tenemos que dejarnos la voz para oírnos.

Unos minutos después, se detiene en un pequeño camino. Me fijo en que no ha tomado el mismo recorrido del día anterior, aquí sí que no hay absolutamente nadie.

— ¿Quieres llevarla tú? — Me ofrece con una gran sonrisa, su pelo castaño le cae despeinado sobre la frente cuando se quita el caso.

— ¿En serio? — Pienso por un momento, es una locura, ¿pero qué es la vida si no eso, una constante locura? — No sé... no he llevado un cacharro enorme de estos en mi vida.

— Siempre hay una primera vez, aquí no hay tráfico, no pasará nada. — Me convence — Vamos, te enseñaré.

Y con su ánimo me monto en el asiento del conductor. Leo me coge por detrás, pone su corpulento cuerpo sobre mí, colocándome las manos y los pies donde deben ir. Estoy nerviosa y por ello contengo la respiración.

— Ahora, gira el puño derecho hacia ti. — Lo hago y la enorme moto ruge con fuerza bajo nosotros, la adrenalina recorre todo mi cuerpo de un momento a otro. La moto sigue temblando. — Ya sabes lo que tienes que hacer...

Con sus indicaciones la moto echa a andar despacio, muy despacio.

— ¿Todo bien? — Pregunta.

— No sé si tiembla la moto o soy yo la que lo hace.

— Acelera un poco. — Me aconseja, vamos a volcar si sigo haciendo eses a esta mínima velocidad.

Y eso hago, cogiendo más y más fuerza, cada vez la moto va más rápida y yo soy quien hace que lo haga. Me siento poderosa, orgullosa de mí misma, aunque el hecho es simplemente llevar una moto.

— ¡Guau! — Grito alargando la u tanto como mi oxígeno me lo permite.

Oigo las carcajadas de Leo a mi espalda y yo también comienzo a reír, y al fondo vemos de nuevo la ciudad. Ha sido corto, pero intenso, increíble.

— Bien, Mel. Frena cuando puedas, estamos llegando — Con algo de dificultad consigo dejar la moto en un arcén cercano y pongo los pies en tierra firme.

Volvemos a cambiar nuestros puestos sobre la moto y disfruto del tiempo que me queda, deseo llegar a casa y contarle a Hugo esta maravillosa sensación que acabo de vivir. Hay que ver, hace unos meses casi lo odiaba y ahora no se me va de la cabeza en ningún momento, pienso con una tonta sonrisa.

Leo me deja en la puerta de casa y me mira de una forma dulce.

— Quiero besarte, Mel. Pero esta vez solo si tú me pides que lo haga.

— Lo siento, Leo, pero... no — Doy un paso atrás — Me caes genial y me encantaría que fuésemos amigos.

— No hace falta que me des explicaciones — Asiente — Seremos amigos, pero tú me gustas mucho. No perderé la oportunidad de conocerte si un día me dejas.

Simplemente le sonrío, si Hugo no hubiera aparecido en mi vida, seguramente me habría enamorado de un chico como él, no parece como muchos otros que antes había conocido.
Me despido con la mano antes de entrar en casa.

Todo está oscuro, miro el reloj de mi móvil. Son las dos de la madrugada así que deben estar dormidos.
Dada la excitación que llevo encima por el viaje en moto, no tengo sueño, así que me bebo un vaso de leche caliente y enciendo la televisión, cambiando un canal y otro, nada, a estas horas no hay nada.

No quiero ir a dormir, todavía no tengo sueño, siento mi cuerpo acelerado.

Dejo el vaso sobre el fregadero y me descalzo para subir las escaleras, no me importaría despertar a Hugo, pero a mamá no querría verla a estas horas ni de broma.

Me quedo parada en medio del pasillo, creo haber oído algo, ¿risas? Apenas respiro para poder escuchar mejor o comprobar si solo ha sido mi imaginación. No, son risas, en el cuarto de mi madre.

Cierro los ojos con fuerza, queriendo encontrar a la Mel comprensiva y diciéndome a mí misma un no, no, no continuo. No puede ser lo que me imagino, por favor, que no lo sea.
Debo ser masoquista o algo así, porque me acerco a escuchar mejor, son voces, sí, de un hombre y una mujer.

— Vamos Hugo, no hagas eso, como venga Mel y nos escuche se va a enfadar y mucho... — Susurra mamá entre risas. Es lo último que oigo antes de taparme los oídos.

¿Está pasando esto de verdad?

Cierro la puerta de mi habitación con fuerza. Quiero interrumpirlos, sigo diciéndome que no puede ser pero... A las pruebas me remito. ¿Ha dicho Hugo? Sí, claro que lo ha hecho.
¿Cómo podía haberme hecho algo así? Y lo peor, ¿durante cuánto tiempo lleva ese asqueroso y vomitivo doble juego?

Me había hecho promesas, me había susurrado al oído después de besarme todo lo que quería hacer conmigo. Nuestro futuro parecía estar escrito.
Me había engañado, había caído en sus brazos como una estúpida, había quitado mi coraza para nada.

Ahora lo veía todo claro, había conseguido que me enamorara de él y con la conquista hecha, ya no tenía por qué seguir fingiendo.
Me había entregado en cuerpo y alma a un farsante. No era nadie especial como yo creía, solo uno más: uno de tantos.

Siento un nudo en la garganta, ése que solo sentía cuando recordaba a papá, no, ni hablar, mis lágrimas son para mi padre, para nadie más.

Me lo prometí hace mucho y así lo haré, jamás voy a llorar por alguien que no merece nada de mí. 

En busca de la felicidadWhere stories live. Discover now