Capítulo 28.

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— Quédate aquí, le diré que estás dormida — Se apresura a revisar la toalla que se ha puesto alrededor de sus caderas, tan nervioso que tiene que intentarlo un par de veces para que no se caiga — Y cámbiate.

Estoy petrificada, mamá podía haber subido las escaleras y no llamar desde abajo, tendríamos que tener más cuidado pero en momentos así no estás pensando en que ella puede aparecer.
Pero ésta es otra de las cualidades del amor y que no había descubierto hasta ahora. Nos hace tan felices como estúpidos, nos tapa los ojos para que no veamos todo lo que ocurre cerca de nosotros, y al final nos da de lleno en la cara, justo como nos acaba de pasar.

No sé cómo nos hemos librado, pero consigo ponerme la ropa interior seca y una camiseta ancha antes de meterme en la cama y taparme hasta arriba con las sábanas. Varios pasos se acercan a mi habitación.

— Melisa, no vas a dormir — Ruge cuando abre la puerta — Haberlo pensado antes de dejar mi comedor como un auténtico basurero.

— Que si mamá, que ya voy. — Me levanto fingiendo que llevo horas acostada y paso junto a ella y Hugo, que sigue con tan solo la toalla en medio del pasillo.

¡Madre mía! Los guarros de mis amigos y no tan amigos han dejado el comedor patas arriba; vasos rotos, el suelo pegajoso, los ceniceros llenos de colillas, y no solo los ceniceros... el suelo está repleto de ellas.

— Me visto y te ayudo — Murmura Hugo, tan sorprendido como yo.

— Déjala, que asuma las consecuencias — Mi madre se cruza de brazos y desaparece de mi vista. — ¿Vienes? Debo hablar contigo — Le pregunta a Hugo, que asiente y la sigue.

¡Qué asco! ¿En serio tengo que recoger todo esto yo? Suspiro pesadamente y comienzo vaciando todos los ceniceros, barriendo todas las colillas, cristales y plásticos esparcidos por toda la sala... es probable que me pase horas aquí, no sé si al final ha merecido la pena.

— Te ayudaré. — Oigo la voz de Hugo a mi espalda, lo encuentro arremangándose.

— Da igual, Hugo. Ya termino.

— Llevas media hora y no has hecho casi nada. Ocúpate del comedor, yo empezaré a fregar los vasos que han sobrevivido. — Esboza una pequeña sonrisa y se acerca a la televisión para poner el canal de música. — Así se hará más ameno.

Suena la canción The joker, tiene muchos años, pero la he escuchado en algún que otro anuncio y por eso la conozco. La melodía es pegadiza y consigue animarme, Hugo tiene razón, hace que la limpieza no cueste tanto.

Canto feliz, imitando a Hugo y poniéndome la escoba de micrófono, ante su mirada divertida.

Se acerca hasta mí y cantamos a dúo mientras reímos sin parar.

— Cómo me alegra veros tan contentos cuando la casa sigue hecha un asco. — La pelma de mamá ha bajado de nuevo, no sé el motivo, quizá solo a comprobar si estamos o no limpiando.

— Vamos mamá, está mucho mejor que antes. — Señalo el suelo y la vajilla.

— Anímate, Pilar — Hugo le guiña el ojo, sé que su carácter es así de abierto, pero no puedo evitar sentirme molesta — Únete a nosotros.

— No me gustan los juegos de chiquillos, Hugo — Contesta seca, menuda aguafiestas está hecha. — Cuanto terminéis de celebrar vuestra peculiar juerga, avisadme para comer.

Fulmino a Hugo con la mirada cuando mamá sube las escaleras, pero no parece darse cuenta.

— De vez en cuando podrías cortarte un poco delante de mí, ¿no? — Le espeto cuando mi madre ya no puede oírnos.

— ¿A qué te refieres?

— Anímate Pilar — Lo imito haciendo gestos exagerados y guiñando el ojo. — No es agradable verlo, ¿sabes?

— ¿Qué quieres que haga, Mel? Intenta ponerte en mi lugar de vez en cuando, ¿se supone que tengo que ignorarla? Pues no puedo porque a pesar de todo sigue siendo amiga mía.

— Lo sé.

— Ya eres mayor de edad, pequeña. — Coge el palo de la escoba con ambas manos y se acerca a mí — Como sabes, ya puedes tomar tus propias decisiones, y una de ellas es saber si quieres o no estar conmigo.

— Dame tiempo, Hugo. Es pronto. — Suspiro, echando la cabeza hacia atrás.

— Entonces no me presiones, hago lo que puedo en una situación así.

Asiento. ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Cambiar toda mi vida para estar con él? Para eso debo estar completamente segura, y de momento no lo estoy.
Ya sé que me vida no es gran cosa, que no tengo ni idea de qué haré en un futuro, que anhelo una felicidad que llega y se va de forma intermitente. Quizá Hugo sea la respuesta, el final. La salida.

Me despejo mientras suena una canción tras otra, canto, bailo, disfruto... menos mal que la resaca no ha hecho mella en mí, otra cosa que debo agradecerle a Hugo.
Él va para un lado y otro, sin dejar de sonreír, y me doy cuenta de que es la primera vez que somos nosotros mismos estando mamá en casa. No tenemos que actuar y aparentar que nos odiamos, o más bien, que yo le odio a él.

Estoy hambrienta cuando por fin dejamos impoluta la casa, han pasado al menos dos horas pero el resultado es bueno. Para comer Hugo saca algunas sobras de ayer y yo voy en busca de mi madre para que baje.

— ¡Mamá! — Exclamo por el pasillo, no parece oírme y me acerco a su habitación. A punto de llamar a la puerta escucho que habla con alguien, pero cuando golpeo con los nudillos solo hay silencio, ha colgado. Cuando abro la puerta, deja el teléfono sobre la mesita, disimulando bastante mal — Ya está lista la comida — Digo haciéndome la tonta, ¿con quién hablaba para tener que actuar así?

Baja un minuto después, Hugo y yo la esperamos en la mesa. Comemos en completo silencio. Ella está seria, supongo que todavía enfadada, decido bromear para alegrar un poco el ambiente.

— ¿Con quién hablabas antes? — Le pregunto.

— ¿Qué dices, Mel? — Suelta con una mueca desagradable.

— Si, mamá — Pongo los ojos en blanco — Sé que me tomas por tonta y todo eso, pero estabas hablando con alguien y has colgado cuando yo he entrado, ¿te acuerdas?

— Cosas de trabajo, no tengo porqué darte explicaciones.

— No me digas que tienes un amante — Río, intentando que ella siga el cachondeo, después miro a Hugo que levanta una ceja extrañado. — ¡Cuéntamelo, vamos!

— ¿Puedes callarte de una vez? — Su grito nos sorprende. Por mucho que la conozco, sé que le cuesta perder los nervios.

Nos quedamos callados. Ella se levanta y pega un golpe en la mesa.

— ¿No puedes dejar de ser insoportable ni un solo día? — Grita.

— Me temo que no. — Muevo la cabeza a ambos lados lenta y tranquilamente.

— Ya tienes dieciocho años, estoy deseando que llegue el día en que te largues de esta casa. No te aguanto.

Mantenemos la mirada unos largos segundos, fulminándonos, como si nada más hubiera en toda la sala. Solo los reproches de una hacia la otra.

— ¿Y tú le consientes todas las gracias de niña malcriada? — Ahora apunta con un dedo acusador a Hugo, que no puedo describir exactamente la expresión de su cara. No contesta, por lo que mi madre continúa. — Quizá es porque tienes mucho más que callar que yo, ¿verdad? Ambos tenéis mucho por lo que callar.

Y dicho esto, se larga dejándonos solos.

En busca de la felicidadWhere stories live. Discover now