Capitulo 2.

9.9K 472 24
                                    

Mamá se acerca a la entrada con una sonrisa de oreja a oreja en su cara.
Sara y yo nos miramos un segundo y después miramos de nuevo hacia ellos.
Va acompañada de un hombre en el que apenas me fijo, solo sé que es alto y moreno, y que no quiero verlo cerca de casa.

— Hola Sara — Saluda primero a mi amiga — ¿Te quedas a cenar?

— No, debo irme ya. Te llamo luego, Mel — Señala con la cabeza a ese hombre, queriendo decir que luego tengo que contarle todo con pelos y señales.

— Está bien, Sara. Pásalo bien — Le guiño el ojo y luego, cambiando completamente mi expresión, miro a mi madre con su acompañante.

— Melisa, este es Hugo. — Mamá espera impaciente mi reacción, ya que la última vez fue un desastre.

Recuerdo que me presentó a uno de sus novios cuando yo tenía quince años, yo le había avisado de que no quería conocerle, pero ella, tal y como ha hecho ahora, lo trajo a casa.
Exploté y los llamé de todo, rompiendo cada cosa que se encontraba en mi camino. Recuerdo estallar platos contra el suelo y algún que otro adorno, entre varias cosas más.
Unas semanas después rompieron y sin más desapareció de nuestras vidas, no sé si fue por mí, pero nunca me ha importado.

— ¿Qué hace él aquí? — Permanezco apoyada en la puerta, impidiéndoles el paso a ambos.

— Te dije que quería conocerte... — Mamá comienza a ponerse nerviosa al ver mi expresión.

— Ya — Gruño — ¿Y yo que te he contestado? Que no quería verlo cerca de la casa de papá.

— No quería molestar Melisa, ni mucho menos... — La voz del tal Hugo hace que lo mire por primera vez — Solo quería conocerte y...

Lo fulmino con la mirada. Tiene los ojos castaños y profundos y no los aparta de mí.

— Muy bien — Sonrío falsamente, interrumpiéndolo — Ya me has conocido, ¿verdad?

Mira a mamá sin saber qué contestar, ahora no son dos, si no cuatro ojos los que tengo sobre mí.

— Deja que pasemos. — Mi madre está perdiendo la paciencia.

— ¡Ah! ¿Qué pretendes meterlo en casa? — Digo exagerando los gestos con mis manos. — Pues yo me largo.

Me aseguro de llevar el móvil en mis pantalones vaqueros cortos y cruzo por medio de los dos, rozando a Hugo y apartándolo al pasar.

— ¡Mel! No seas cría y ven aquí — Grita mamá a mis espaldas, pero no me giro, no me apetece verla a ella y mucho menos a él.

— ¡No, mamá! Cuando termines de hacer tonterías en la casa donde vivía papá y él se largue, entonces avísame.

Y poniéndome los auriculares, los dejo atrás. Siempre los llevo encima, me gusta evadirme de todo y la música normalmente lo consigue.
Seguro que le he dado a Hugo la primera peor impresión de la historia, y me alegra que sea así.
Si él quiere pasar rato en casa, le haré la vida imposible hasta que se canse de venir. Hasta ahora me ha funcionado bien.

Vale, ¿y ahora qué hago?
Solo quería estar en el sofá hinchándome a guarrerías y descansando por lo de ayer, y sin embargo estoy andando por la calle sin ningún rumbo.

Me siento en el banco del parque más cercano que veo y reviso todas las fotos de la galería de mi móvil. No sé, simplemente por pasar el rato.

— ¿Quién soy? — Dos grandes manos me tapan los ojos, por lo que todo se vuelve oscuro.

— Me da igual quien seas, pero me quitas las manos de la cara o te pego un puñetazo — Es mi respuesta más cariñosa, lo sé, a veces soy demasiado borde, pero es algo con lo que he aprendido a vivir.

— Vale, vale, ya tuve bastante con lo de anoche — El baboso de Rober aparece por delante de mí con las manos en forma de rendición. Lleva un pequeño golpe en el labio que me atribuyo, pero él se lo buscó intentando algo conmigo cuando siempre le he dejado las cosas claras.

Va acompañado de otro chico en el que todavía no me había fijado.
Algo de su pelo castaño cae sobre su frente y sus ojos azules. Tiene una sonrisa nerviosa, pero aun así tengo que decir que es muy guapo.
Rober se da cuenta de que lo miro.

— Este es Leo — Me presenta.

— Y esta es Mel, una amiga — ¿Desde cuándo soy yo amiga de este? Digo para mí misma — Como ves, la chica más agradable que hayas conocido — Añade con sorna.

— Hola Mel — Saluda Leo de forma amable y mostrando su sonrisa. Si, sin duda es muy guapo.

— Hola.

— Y dime, ¿qué haces aquí tu sola? — Rober se sienta a mi lado, pasándome su brazo sobre los hombros. Si cuando digo que es baboso, me quedo corta. Cojo su muñeca y la retiro con cara de pocos amigos.

— Pasar el rato — Me alejo de él — ¿Y vosotros?

— Íbamos a tomar algo, ¿quieres venir?

Son las diez de la noche ya, y, a decir verdad, no quiero ir con Rober ni a la vuelta de la esquina. Que se acerque a mí tanto al hablarme o me toque para dirigirse a mi persona, me pone nerviosa y me asquea.

— No, voy a casa ya.

— Está bien — Se levanta y mira a Leo — Nosotros nos vamos.

— Hasta luego.

— Adiós, Mel. — Leo me dedica una última sonrisa antes de darse la vuelta y alejarse y creo que me sonrojo levemente, menos mal que es de noche y no se distingue nada. Lo dicho, yo y los chicos... no hay remedio.

Minutos después escribo a mamá un WhatsApp:

¿Se ha ido ese ya? — Escribo rápidamente.

— Si, ven a casa, por favor — Me responde un par de minutos después.

Camino furiosa de vuelta, ¿por qué tengo que ser yo la que se vaya de su propia casa y no él?
¿Es que no tienen mil sitios donde ir?
Parece que mi madre lo hace adrede, que quiere que siempre esté enfadada y sacar la peor parte de mí.
Yo estoy tranquila siempre y cuando no me meta en sus relaciones, que es lo que hizo durante años, ¿es que no podía ser todo como antes?
Ya sé que lo de papá fue algo que no pudo evitarse, que aquella enfermedad se lo llevó sin que nadie pudiera hacer nada. Pero creo que mamá se equivoca actuando así.
No puede querer que alguien se meta en casa y ocupe el lugar de mi padre, porque eso no va a pasar nunca.

Llamo al timbre tres o cuatro veces y enseguida empiezo a ponerme histérica. Si, la paciencia no es mi gran virtud.
Por fin mamá me abre la puerta.

— ¡Ya era hora! — Entro protestando, pero una presencia sentada en el sofá me llama la atención. Es Hugo.

— ¿Por qué sigue aquí? — No lo esperaba, en absoluto.

— ¡Mel! No seas tan irrespetuosa.

— Contéstame — Siento la rabia ascender por todo mi cuerpo. — ¿Qué hace él en el sofá?

— No hables como si no estuviera — Murmura, seria y casi tan enfadada como yo. — Porque como has podido comprobar, está, claro que está.

— Para mí no, mamá. Es un intruso más, como todos los que has intentado meter. — Estallo y como cada vez que lo hago, suelto de todo por la boca.

— Pues creo que te vas a tener que acostumbrar — Lo dice pausadamente, con una calma que me abrasa por dentro — Porque Hugo va a pasar una temporada con nosotras. 

En busca de la felicidadWhere stories live. Discover now