Capítulo 32.

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Narra Hugo

Cuelgo furioso, la he llamado al menos cien veces recibiendo la misma respuesta, que el teléfono está apagado. Me froto las sienes con ambas manos, pensando en qué ha podido pasar.
Cabe la posibilidad de que haya discutido con su madre, pero eso no me implica a mí, eso no haría que se fuera sin dejar rastro no sé dónde ni por cuánto tiempo, y lo peor, sin contestar mis llamadas ni mis mensajes.

Repaso por quinta vez qué he podido hacer para que se haya enfadado de esta manera.
Recuerdo que la noche del jueves estuvimos juntos, esperé paciente a que Pilar durmiera y luego me escabullí a la habitación de Mel, donde la desperté para tumbarme a su lado, como cada noche. Nunca aguantaba despierta a pesar de que sabía que tarde o temprano iría... la echaba de menos, a ella y a cada una de sus manías.

Mel es única y por ello hay que tratarla de una manera que nunca he tratado a nadie; con cuidado para que no se alterara, con precaución para que no sufriera, aunque yo sé que lo hacía en silencio.
Cuando la conocí vi verdadero odio en su mirada, pero también una chispa de tristeza. Enseguida quise cambiar eso, a sus diecisiete años no podía estar encerrada y aislada, hablando simplemente con su mejor amiga e intentando sacar a todo el mundo de su lado.
Mel es fuerte, es dura, es simplemente increíble, la chica más increíble que he conocido en mi vida, por ello me enamoré sin querer, al principio solo quería coger confianza con ella, divertirla, hacerle pensar que también hay cosas buenas en la vida, pero cuando conocí a la verdadera Mel, mi cabeza dio un vuelco y dejó de verla como la hija de mi amiga, empecé a verla como una mujer luchadora, que podía con todo lo que se le pusiera por delante.
¿Cómo no iba a enamorarme?
Cualquiera que la conociera y supiera ver su interior, lo haría.

Después de mucho tiempo conseguí que me abriera su corazón.
Le costó y yo era consciente de ello, de cómo se mordía el labio cada vez que quería decirme una simple palabra cariñosa, de cómo se intentaba disimular que se sonrojaba cuando le decía lo preciosa que era, o de cómo ponía los ojos en blanco cuando le preguntaba algo de lo que no quería hablar.

He tenido muchos momentos buenos en mi vida, pero ninguno con el que haya dicho: este es el mejor momento de mi vida. Nunca en mis veintiocho años, hasta que ella pronunció esas dos palabras que tenía guardadas con llave en su interior, acompañadas por mi nombre: Te quiero, Hugo.
Y al mirarla lo supe, ése era el mejor momento de mi vida, lo sería a partir de entonces.

Sigo repasando, ¿qué paso el viernes? Mel se levantó contenta, como si fuera una chica más. Yo la observaba feliz por el objetivo de mi cámara para inmortalizar cada movimiento suyo.
Le había hecho tantas fotos... sin duda era mi modelo preferida. Ella no se daba cuenta, ya me había dicho que odiaba posar y por eso decidí continuar con su book en secreto. Haciendo fotos a todas sus personalidades hasta llenar todas y cada una de las hojas, sin que Mel pudiera sospechar que lo hacía.

Bien, eso es. La mañana del viernes desayunamos juntos, me dijo que esta noche saldría a cenar con unos amigos y a mí me pareció bien, claro. Además, así podía llevar el book a la agencia para tener noticias de las fotos de Mel cuanto antes.
El lunes llegaron, les habían encantado, hasta el director de la agencia estaba ilusionado con ellas.
Y a mí no me extrañó en absoluto.

Pero no pude decírselo a ella, llevaba todo el fin de semana sin aparecer y lo único que sabía es que estaba en casa de su mejor amiga y tenía el móvil apagado, igual que hoy.

Cuatro largos días sin verla y sin ninguna explicación del porqué.

Quizá no aguantaba más esta situación, pero eso tampoco era una razón, yo esperaba a que ella se decidiera y así irnos juntos.

Dime de un vez, Mel, ¿qué he hecho?

En busca de la felicidadWhere stories live. Discover now