— Vamos, Mel — Su voz de oye cerca, en el pasillo y creo que al otro lado de la puerta — Acompáñame a comer, he hecho demasiada comida solo para una persona.

— ¿Y mi madre? — Pregunto. Ya, ya sé que me negaba a tomar nada, pero la comida es mi primer perdición y bajo de la cama como hipnotizada.

— Me ha avisado que tiene una reunión, no podrá venir hasta la noche. — Abro la puerta para encararlo.

— Está bien.

Puede verse desde dos perspectivas, una; que tengo mucha hambre y punto y dos; que estoy haciendo caso a Sara y su idea de aguantar de la mejor manera esta situación.

Sigo a Hugo por el pasillo. Mirando lo ajustados que lleva los vaqueros de color negro, marcan perfectamente cada uno de sus músculos. Y lo mismo con la camiseta blanca, ¿es que este hombre no tiene ropa de su talla?

Una vez en la cocina, me pone dos servilletas en las manos y los tenedores.

— Ponlos en la mesa, yo llevaré las bebidas, ¿qué tomarás? — No me gusta que se sienta como en su casa, no lo es.

— Coca Cola — Respondo, respondo conteniendo la respiración. Calma Mel, cálmate, Sara estará orgullosa.

— Bien, dos Coca Colas entonces — Pone los dos botes sobre la mesa alegre, ¿por qué está tan feliz? Me molesta que lo esté.

Vuelve a la cocina mientras yo ocupo una de las sillas, segundos después vuelve y trae consigo una gran fuente de cristal, sin duda era lo que desprendía ese olor tan delicioso antes.

— ¿Qué es? — Pregunto impaciente levantando una ceja.

Lo reconozco, me ha llevado a su terreno respecto a la comida, pero que no se acostumbre.

— Ternera en salsa, espero que te guste. La he hecho con todo el cariño del mundo — Pone una mano sobre su pecho, inclinando un poco la cabeza al mirarme.

— ¿Lo has hecho tú? — Estoy hablando con él, y vale, hasta diría que no da tanto asco como creía.

— ¿Quién si no? Anda, pruébalo y dime que te encanta. — Enarca ambas cejas, esperando.

Intento contener una sonrisa que acude a mi rostro por sí sola. Miro el plato, disimulando tanto como puedo. Creo que no lo nota.

Pincho dos trozos de ternera y me meto el tenedor en la boca, ¿hace cuánto no comía algo así de bueno? Ni me acuerdo, normalmente mamá trae comida preparada o llamamos a cualquier pizzería para que la traigan. Me había olvidado de que existen platos como este.

— ¿Te gusta? — Claro, Hugo sigue sin quitarme la vista de encima, expectante.

Asiento, sin más.

— ¿Cuánto? — Insiste, sin dejar de mirarme sonriente — ¿Mucho? ¿Muchísimo?

— Está muy bueno, ¿contento? — Pongo los ojos en blanco, no se rinde fácilmente.

— Ahora sí. — Y lo parece, porque por fin se sirve su propio plato y me acompaña en la comida.

No hablamos, claro, no tenemos ningún tema de conversación ni, por mi parte, ganas de tenerlo. Que se haya completado bien y haya sido amable no quiere decir nada.

Una vez que he terminado, recojo mi plato, mi tenedor y la servilleta y, dejándolo todo en la cocina, me dispongo a salir de aquí, aunque no sepa a donde tampoco quiero pasar mucho tiempo más con él.

— ¿Qué haces? — Estoy a punto de chocar con Hugo cuando me doy la vuelta.

— ¿Quieres que te ayude a fregar? — Lo pregunta en serio, claro que sí, yo sonrío con ironía.

— ¿Ayudarme? No pensaba hacerlo, son todo tuyos. — Extiendo mi brazo de lado a lado del fregadero.

— ¿En serio? — Tuerce los labios, parece que molesto.

— Pues claro — Me encojo de hombros — Lo siento pero fregar los platos no es lo mío.

— A veces tenemos que hacer cosas que odiamos, pequeña Mel — Dice con burla, cruzándose de brazos.

— Créeme, hoy ya he cubierto el cupo de hacer cosas que odio. — Suelto, y lo miro por última vez antes de irme — Y por cierto, no me llames pequeña.

— ¿Te refieres a mí? ¿Ya me odias y ni siquiera te molestas en conocerme? — Sigue apoyado en la encimera, cruzado de brazos.

— No lo digo por ti, Hugo, tranquilo... me refiero a la vecina del quinto piso, ¿es que no la conoces? — Contesto sarcástica.

— Pero si no tenemos vecinos, es una casa y... — Al principio su cara es de no entender nada, luego, llega a la conclusión de que le he tomado el pelo y su expresión cambia por completo, ¿se ha enfadado? No, estalla en una carcajada que me sorprende.

— Pero, ¿y ahora de qué te ríes? Qué raro eres. — Le miro de arriba a abajo, pues si, le ha hecho gracia mi estupidez o directamente se ríe de mí.

— Oh, Mel, presiento que tú y yo acabaremos llevándonos muy bien. — Vale, cocina bien pero es un creído.

— Si, Hugo. Duérmete y suéñalo — Le saco el dedo medio en modo de burla y subo a mi habitación. — Hasta luego.

Vale, vale. No ha estadonada mal, quiero decir que no es como los otros novios, ligues o amigos demamá. Ha resultado... interesante, sí, esa es la palabra, pero nada más. Metemo que la comida de hoy va a ser la primera y última que disfrutemosjuntos.

En busca de la felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora