26: Sueños y máscaras

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Alex la miró mientras Rebecca se cambiaba, luciendo pensativo.

—¿Todo está bien? —preguntó ella al notarlo.

—Todo está bien —contestó sonriendo, resignado—. ¿Sabes? En realidad no quiero ir a Venecia —admitió con un tono serio y un tanto melancólico—. En verdad, no quiero ir. Algo de ese lugar me da... miedo.

—Hay que ir a otro lado.

—Pero les prometí a los niños que los llevaría...

—Lo hiciste.

—Así que ahora tengo que cumplir.

Rebecca le sonrió y le besó la mejilla.

Luego de esa pequeña conversación, y ya completamente vestidos, ambos bajaron a la cocina a preparar el desayuno. A Rebecca le gustaba cuando Alex cocinaba: aunque le costara admitirlo, pues se consideraba buena cocinando, su esposo tenía mejor sazón. La única vez que lo admitió en voz alta, él sonrió con sorna y Rebecca no lo pudo bajar de su nube de ego durante dos días.

Al terminar de preparar la comida, Alex fue a sentarse a la mesa, esperando a los niños mientras Rebecca terminaba de limpiar, recogiendo cáscaras de fruta y alguna que otra basura que había quedado. Al llevar los platos a la mesa del comedor, sus cuatro hijos ya estaban sentados y jugaban entre ellos, y Mike y Leo comenzaron a manotear. A Rebecca no le gustaba que jugaran así, pues tarde o temprano uno de los dos terminaba por molestarse y el asunto desembocaba en un verdadero conflicto.

Y así fue.

—¡Papá! —se quejó Leo.

—Mike, deja a tu hermano en paz —amonestó Alex, pasando la página del periódico que estaba leyendo. Sus lentes de lectura descansaban sobre la punta de su nariz y le daban un aire un tanto gracioso y, al mismo tiempo, lo hacían verse un poco mayor de lo que en realidad era.

—¡Ahora soy yo quien tiene que dejarlo en paz! Él es el que me está molestando y tú no le dices nada —se quejó Mike, sujetando el borde superior del periódico y doblándolo hacia abajo para poder mirar a su padre a la cara—. Que malo eres, papá.

—Sí, soy muuuy malo —replicó Alex, intentando hacer que Mike soltara la página que aún tenía atrapada entre sus dedos—. ¡Suelta, niño!

Rebecca salió del comedor, sabiendo que no quería ver lo que seguía. Ahora también Alex entraría al juego de los manotazos y terminarían rompiendo algo. Tomó los platos que faltaban y los llevó a la mesa.

—Shh... no le digan a su madre —decía Alex en un susurro.

—Que no le digan a su madre, ¿qué? —reclamó ella, alcanzando a ver que Alex intentaba esconder algo.

—Nada —respondieron los cinco, a coro.

—Ajá...

Rebecca dejó los platos en la mesa, rodeándola después hasta situarse junto a su esposo y quitándole de las manos el trozo de taza que tenía escondido.

—Entonces a esta taza le salieron pies y quiso correr, pero el tenedor la hizo tropezar, cayó de la mesa y se rompió, ¿no?

—Algo así, pero en realidad fue la cuchara —contestó Alex sonriendo de forma burlona.

—Y tú no creas que te salvas —amonestó ahora a Mike.

El niño corrió detrás de su padre, pero reía también.

—¡Ah! ¡Ayuda! Mamá es peligrosa cuando se enoja...

—¡Michael!

—Ya, déjalo, Rebecca. Yo me arreglo con él —intervino Alex, mirándolo con complicidad—. Me debes una, ¿eh? —susurró a su hijo.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaWhere stories live. Discover now