22: Esperanza

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Todo a su alrededor era gris y parecía niebla. No había nadie más ahí, ni siquiera Rebecca, hasta que una figura borrosa pareció materializarse a su lado. No volteó, pues sabía que solo encontraría una sombra imperfecta. Trató de ignorarlo, pero la sombra permaneció ahí, arremolinándose, moviéndose solo cuando la niebla lo hacía.

¿Estás bien?

Su voz parecía salir de la nada, como si formara parte de la neblina.

—No —admitió Alex al notar que no podría ignorarlo por más tiempo.

Sabes que te escucho. Puedes confiar en mí.

Y lo hizo. Algo en el familiar tono de la voz le daba tranquilidad.

—Mi hijo está muerto. Sinuhé está muerto...

La figura permaneció en silencio solo durante un segundo, antes de volver a hablar:

Le pusiste mi nombre.

Fue entonces que comprendió con quién estaba hablando y, al girarse, pudo ver a su hermano. Sinuhé no tenía el mismo aspecto con el que lo recordaba: su cabello estaba ligeramente más largo y lucía un poco mayor a los veintiún años que le recordaba. Su boca tenía pintada una pequeña sonrisa conmovida que dejaba entrever sus dientes blancos. Los afilados colmillos no estaban ahí.

—Sinuhé —murmuró con sorpresa—, hermano, te ves... diferente.

—asintió—, el tiempo aquí es raro.

»Parece que ya todo terminó, ¿verdad? Ya no te perseguirán.

—No, ya no lo harán.

Lo que hiciste con Bartolomé estuvo bien. Él no habría hecho nada de eso en otras circunstancias.

—Lo sé.

Alex notó que mientras más hablaba con él, podía verlo con más claridad. Su rostro estaba muy serio. También se dio cuenta de que Sinuhé llevaba cargado en un brazo a un bebé que dormía plácidamente. Un detalle que no había estado ahí antes.

—¿Me harías un último favor? —pidió Alex con voz entrecortada al reconocer al niño.

Lo que sea, hermano. Sabes que haría lo que fuera por ti.

—Cuida a mi hijo —suplicó en voz muy baja, acariciando la cabecita del bebé.

Sinuhé sonrió, dándole un par de palmaditas en el hombro con su mano libre mientras estrechaba al bebé con la otra

Claro que sí. Vamos, Alex, no te rindas. No pierdas todas tus ganas de vivir ahora. Sigue adelante.

Alessandro desvió la mirada, pero sintió los ojos verdes de Sinuhé escrutando su rostro.

¿Estarás bien?

—Eso espero.

Sinuhé asintió despacio, frunciendo un poco el ceño.

Te he extrañado, Alex. Lamento que hayas pasado por todo eso.

—Muchas gracias por todo —murmuró—. Ya sabes... lo que pasó en Venecia y... lo que hiciste... —El resto de la frase se le quedó atorado en la garganta.

Él asintió de nuevo, sonriendo.

No tienes que agradecerlo. Ya te lo dije. Todo está bien.

—No todo —replicó Alessandro con pesimismo.

Tranquilo, hermano. No te quedes en el pasado, o será más doloroso y más difícil de olvidar. Concéntrate en conservar lo que tienes ahora y no lo pierdas. Cuida a Rebecca. Cuídate a ti.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora