9: El puente de los suspiros

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Rebecca esperó en silencio, sobre la rama del árbol, hecha un manojo de nervios.

El silencio a su alrededor era tal que pudo escuchar con claridad cómo algo se movía detrás de ella. Fue el sonido como de hojas secas moviéndose, pero fue un sonido tan leve que incluso pudo haber sido el viento. Sin embargo, después de lo que había aprendido durante los últimos cuatro años de su vida, decidió no dejar pasar ese pequeño sonido y dio media vuelta, intentando no caerse.

Al principio no pudo ver nada, pero después volvió a escuchar el mismo sonido, proveniente de otro lado. Sabía que no estaba paranoica. Sabía que había algo ahí.

Cuando volvió a girarse, se encontró frente a frente con un vampiro de ojos grisáceos y cabello oscuro. No pudo evitar un sobresalto y retrocedió tanto como pudo, hasta que su espalda chocó contra el tronco del árbol. El vampiro se le acercó y la tomó por un brazo y, sin importar cuánto intentara soltarse, no lo consiguió, a pesar de que notó que su agarre no era agresivo. Era como si sólo estuviera cumpliendo un trabajo que le era desagradable realizar.

—Tranquila —pidió, pero no aflojó su prensa. Era un tono calmado, como si le asegurara que todo estaría bien.

«Vaya mentira.»

El vampiro la tomó en brazos y se dejó caer hasta tocar el suelo. Rebecca se quedó sin aire con el impacto, pero el hombre la bajó con el mismo cuidado de antes, al tiempo que otro par de vampiros salían de la casa, llevando a un inconsciente Alessandro entre ellos, atándole las manos con una cadena para después arrojarlo al interior de un coche de caballos, sin ventanas, que parecía esperar por ellos.

Derek lanzó una mirada hacia la chica cuando notó que el vampiro la había hecho avanzar también hacia el carruaje.

—No creo que debamos llevarla a ella también —comentó el desconocido—. No es más que una simple humana.

—No intentes jugar conmigo, Mortimer. Ya todos sabemos que eres amigo de Alessandro.

—No soy su amigo —gruñó—. Que alguna vez haya pensado que era inocente no me convierte en su amigo —dijo enseñándole los colmillos al otro.

—Ella viene —puntualizó Derek antes de dar media vuelta.

Después de dar un par de pasos pareció cambiar de opinión, pues regresó y la tomó por el otro brazo, obligando a Mortimer a soltarla. La prensa de Derek era tan fuerte que amenazaba con formarle un enorme moretón ahí donde sus dedos apretaban su piel pero, por fortuna, no tardó en empujarla dentro del carro. No había una puerta, así que el aire invernal se colaba por la entrada.

—No es necesario que la inmovilicen a ella —dijo Mortimer con voz desganada, cansada—. Es humana. No escapará.

El carruaje comenzó a moverse. Los vampiros Collingwood avanzaban a pie a un lado del coche, pues no tenían problemas para seguirlo, aun cuando los caballos corrían. Rebecca se hizo bolita en el suelo, sentada a un lado de Alex, y se envolvió en el viejo abrigo que llevaba puesto. Tomó la cabeza de Alessandro y la apoyó en sus piernas, dejando salir un suspiro que le permitió ver el vaho de su aliento aun en la oscuridad. Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas.




Alessandro despertó varias horas más tarde, con un terrible dolor de cabeza que no había sentido desde hacía mucho tiempo.

Intentó pensar en el embrollo en el que estaba metido, pero incluso con eso le dolía la cabeza. Supuso que, para haberlo noqueado así como lo hicieron, debieron haber usado algo muy pesado. Quizá un librero; uno lleno de libros. Gruesos libros.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora