6: Rebecca

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Rebecca abrió los ojos lentamente, descubriendo que ya era más de mediodía. Casi las tres y media de la tarde, para su sorpresa. No recordaba haber dormido así jamás.

Hizo una mueca al tiempo que se sentaba en la cama y, al girar su cabeza hacia la derecha, descubrió que Alessandro seguía dormido, recostado de lado y con un brazo bajo la cabeza, como si la almohada no le bastara. No pudo evitar notar que algo en él se veía diferente, así que encendió la lámpara y se acercó para poder examinarlo con más detalle. Las ojeras habían desaparecido y sus mejillas tenían un ligero tono rosado que hacía que no luciera tan pálido como antes.

Tardó sólo un par de segundos en comprender qué significaba eso. Pensó en echarle bronca cuando despertara, pero luego se dijo que aquello no estaría bien. Reflexionó sobre lo que había sucedido la noche anterior y, al pensar en el riesgo que él —que ambos— había corrido, optó por no decir nada. Además, aunque su extraña quietud hacía que pareciera muerto, se veía como un niño pequeño dormido. Se veía tan tranquilo...

Aunque él tenía más de ciento cincuenta años, su rostro seguía siendo prácticamente el de un niño, el de un muchacho de veinte años. El sentimiento de lástima le asaltó nuevamente; no pudo evitar sentirse sorprendida al pensar que Alex hubiera tenido tantos problemas y tantas pérdidas en su vida y, debido a su apariencia, no podía evitar pensar que eso era una carga muy pesada para un muchacho.

Se le quedó viendo durante un largo momento. La piel de su rostro parecía porcelana pero, al tacto, a pesar de ser igual de fría que el hielo, era casi tan suave como el terciopelo. Recordó el color de sus ojos y también le pareció algo hermoso. Nunca había visto unos ojos tan azules y tan brillantes. Y su sonrisa también era hermosa, con sus perfectos dientes blancos... a excepción del par de afilados y peligrosos colmillos.

Acercó su mano a la mejilla, pero sin tocarlo. Notó que, aunque su piel estaba helada, no desprendía la misma frialdad de siempre y estaba segura de que si lo tocaba no se encontraría con algo parecido al tacto del hielo, sino con una piel muy suave y un poco menos fría de lo que había estado antes.

Se armó de valor y rozó levemente su mejilla. Quería sentir de nuevo la suavidad de la piel de su rostro. Sin embargo, lo soltó de inmediato por miedo a que despertara y la atrapara tan cerca de él, en especial cuando ella misma había intentado evitar el contacto tanto como le fuese posible.

Dejó salir un suspiro, suponiendo que el hecho de que su piel no estuviese tan helada sería suficiente para confirmar sus sospechas de que había ido a cazar, y la duda sobre qué más habría hecho Alex cuando salió esa noche pasó por su mente.




Mientras esperaba a que Alessandro despertara, volvió a su aburrida rutina. Terminó el libro mientras esperaba que él despertara y, sólo hasta entonces, recordó que él quería que le contara su historia. ¿Qué le contaría? No se le ocurría nada interesante.

Como terminó el libro antes de que él despertara, pasó el resto de la tarde devanándose los sesos pensando en qué querría él que le contar sobre sí misma. Nada en su vida le parecía algo que pudiera parecerle interesante a alguien que había vivido como fugitivo durante toda su vida y que, además, había estado a punto de ser asesinado varias veces.

Cuando escuchó que Alessandro se levantaba de la cama a sus espaldas, enterró la cabeza entre los brazos cruzados sobre el tocador, dejando salir un leve gemido de frustración. No tenía idea de qué decir, así que decidió interrogarlo sobre la noche anterior, evadiendo el tema de su vida a toda cosa.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora