11: Visita en la celda

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Rebecca tenía razón: Mortimer no quería que Alessandro muriera.

Sin embargo, se había negado a convertirla porque sabía que la chica estaba demasiado débil. Dudaba que su cuerpo pudiese soportarlo.

Otra parte de su negativa se debía también a que sabía que estaría traicionando la confianza de Alessandro: él quería que Rebecca siguiera viviendo, no que estuviese condenada para siempre.

También debido a su familia, incluso si era una familia que él no quería. Se sentía atado a ellos en más de un sentido. Y sería demasiado sencillo para el resto de los Collingwood adivinar quién era su creador.

Y, lo más importante: ella no quería. No quería ser transformada. Lo notó de inmediato puesto que, aunque su voz expresaba convicción, su rostro dejaba ver inseguridad. Rebecca sólo quería ayudar a Alessandro y, como esa fue la primera idea que le pasó por la cabeza, fue lo que propuso.

«La mente humana trabaja de una forma interesante cuando hay algo en riesgo

El sonido de su cansado corazón, intentando trabajar con la sangre que él le había proporcionado, lo arrancó de sus pensamientos de forma casi brusca, haciéndole saber que, sin importar lo que hubiera hecho, ella moriría.

Mortimer volvió a recostarla sobre la cama al escuchar que su corazón se detenía, debatiéndose consigo mismo con un nuevo dilema ante sí: transformarla para salvarla, o dejarla morir e incumplir la promesa que le había hecho a Alessandro.

La ausencia del sonido de sus latidos le hizo reaccionar de golpe y, por fin, tomó una decisión:

Sus manos volaron al pecho de la muchacha, presionando con fuerza sobre su corazón una y otra vez hasta que consiguió hacer que volviera a latir. Lo logró luego de varios intentos, pero supo que, de todas formas, no duraría mucho. Si iba a transformarla debía ser en ese instante, pero no podría ser de la manera normal: no podría desangrarla, puesto que eso sólo terminaría de matarla.

Optó por inyectar veneno, tanto que quemara su sangre. Sería un poco más lento y tal vez más doloroso que una transformación normal, pero eso podría darle un poco más de garantías de sobrevivir.

La abrazó con fuerza, sujetándola con firmeza para evitar que se moviera, y luego acercó sus labios a su cuello para comenzar el trabajo. Rebecca dejó salir un leve gemido cuando el veneno entró en su cuerpo y abrió los ojos muy apenas. Mortimer pudo escuchar incluso que comenzaba a respirar más rápido... y que los latidos de su corazón se aceleraban.

Se separó de ella hasta notar que el olor de su sangre desaparecía, cubierto por el amargo veneno de vampiro. Al dejarla una vez más sobre las almohadas, Mortimer pudo ver que la muchacha volvía a estar inconsciente y que su cuerpo temblaba mientras el veneno se abría paso en su interior, expandiéndose gracias a sus acelerados latidos y a su rápida respiración. Si tenía éxito, entonces deberían pasar un día y una noche completos para que la trasformación terminara y ella abriera los ojos.

Sabiendo que no podía hacer más de momento, Mortimer decidió volver a la Casa Mayor de Venecia. Una vez ahí, mientras cruzaba el salón donde todo se había ido al demonio la noche anterior pudo distinguir un leve brillo plateado en el suelo. Al acercarse descubrió que se trataba de una mariposa azul, y recordó haber visto el momento en que reventaba, cuando Derek había jalado la camisa de Rebecca. Siguiendo una corazonada, la levantó y la puso en su bolsillo.

Siguió entonces su camino, dejando que sus pasos lo llevaran casi de forma automática a donde necesitaba ir.

Tenía que hablar con Alessandro.




No supo cuánto tiempo había pasado desde que pudo ponerse de pie por última vez. Ni siquiera podía recordar ya cuántas veces había entrado Derek a esa celda sin barrotes. Cada vez parecía ser la misma, y en casi todas ellas terminaba inconsciente, sólo para despertar y encontrarse con él otra vez.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora