1: El orfanato

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Rebecca Lovelock despertó sobresaltada luego de que un extraño sueño que se había repetido durante años volvió a hacer acto de presencia aquella noche.

Había vuelto a soñar con ese muchacho, y con la niebla que parecía envolverlo.

Sus ojos azules se abrieron, escudriñando la oscuridad y giró hasta quedar recostada sobre su espalda, aún con su mente perdida en lo que había soñado: era una noche lluviosa; recordaba haber visto a un muchacho, de unos dieciocho o diecinueve años, inclinado sobre una de las maestras que impartían clase en el orfanato que había sido su hogar desde que tenía cuatro años.

Al verse descubierto, el muchacho se había acercado hasta ella y la había tomado en brazos, arrullándola y dejándola sobre una de las bancas que rodeaban el jardín principal. Después de eso sólo podía recordar haber sentido mucho frío y una canción que estaba segura de no haber oído jamás.

No lo había soñado.

En realidad había pasado, pero para Rebecca era difícil estar segura, pues no tenía idea de qué era lo que había sucedido esa noche, hacía ya doce años.

Aún no lograba deshacerse de ese pensamiento, a pesar de que nunca había sabido qué era lo que había visto en realidad. Para ella se trataba de un misterio y, curiosa como era, aquello definitivamente debería tener una explicación. Jamás le había gustado dejar nada sin resolver.

En realidad, Rebecca odiaba no lograr comprender algo, pues solía quedarse pensando en eso sin parar, horas y horas, incluso sin lograr conciliar el sueño. Y he ahí el problema: llevaba doce años sin lograr olvidar esa escena y, ahora, incluso se aparecía en sus sueños, atormentándola por las noches.

—Tonterías —gruñó por lo bajo, decidiendo levantarse al no lograr volver a dormir.

Lavó su cara y se atavió con el uniforme del orfanato, un largo vestido azul pálido —bastante desgastado, a decir verdad— con sencillos detalles blancos. Aún era temprano y no tenía gran cosa qué hacer en esos momentos, por lo que optó por pasar su tiempo libre fuera de la habitación y caminar por los pasillos del orfanato.

Sus pasos la llevaron de forma casi inconsciente por el mismo camino de su sueño y sus memorias, levándola hasta la banca donde había despertado aferrada a su vieja cobija y temblando de frío, en aquella ocasión que escuchó esa canción por primera vez; una canción que parecía hablarle de un tiempo que se había quedado atrás hacía mucho.

Un suspiro flotó en el aire cunado Rebecca se sentó sobre la banca, abrazando sus piernas y observando el lugar que ya conocía de memoria: a su lado derecho, los pasillos tenían viejas puertas de madera gastada que daban a los diferentes dormitorios, mientras que a su izquierda había una hermosa arcada de roca blanca, sucia por los años y ahora con un color grisáceo, que daba a un pequeño jardín cuadrado en cuyo centro había un reloj sobre una base de granito. La banca donde estaba sentada quedaba justo debajo de uno de los arcos.

Se recostó en la banca, jugueteando con la mariposa azul hecha de plata que colgaba de su cuello, esperando a que el reloj diera las ocho. La falta de sueño de esa noche había hecho mella, pues comenzaba a quedarse dormida cuando el reloj marcó la hora, sobresaltándola. Rebecca se obligó a despertar, frotándose los ojos bruscamente para tratar de despejarse, y se levantó de la banca, avanzando ahora hacia la enfermería.

Alisó su viejo vestido azul, su uniforme, mientras algunos niños pasaban corriendo a su lado, dirigiéndose a las primeras clases de la mañana. Ellos no llevaban el mismo atuendo, puesto que el color azul era el que utilizaban las monjas encargadas del orfanato.

En lo que ella terminaría por convertirse si no lograba encontrar un pasaje fuera de ahí pronto.

—¡Tengan cuidado! —instruyó, pero los niños ya estaban demasiado lejos como para escucharla.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora