8: La casa de Florencia

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Llegaron a Florencia el quince de enero de 1940, y la casa que los recibió era la misma donde Alessandro había nacido.

—¡No es cierto!—exclamó Rebecca. Se había escabullido por ahí mientras Alex preparaba una de las habitaciones.

—¿Qué cosa? —pregunté mientras la buscaba, aunque supuso en dónde estaría. La casa era muy grande pero siguiendo su olor le fue fácil encontrarla; además, supo que la encontraría ahí porque la chica había buscado ese lugar desde que puso un pie adentro.

—¡El tamaño de tu biblioteca!

Al entrar, descubrió que Rebecca estaba paseando por los estantes, leyendo los títulos de los libros ahora que podía entenderlos.

—¿Maquiavelo? —dijo, escéptica, señalando un grupo de libros cuando llegué al pasillo en donde ella estaba—. Creí que no te gustaba la política.

—Y no me gusta. Pero esos no son míos, eran de mi abuelo. El padre de mi madre fue un humano y conoció a Nicolás Maquiavelo.

—¿En serio? —preguntó asombrada—. ¿A quién más tienes aquí? —me preguntó mientras daba media vuelta y continuaba andando por el pasillo, volteando de un lado a otro y nombrando autores en voz alta cuando alguno de ellos llamaba su atención.

Los días pasaron, pero las cosas comenzaron a ponerse extrañas. Alex pasaba despierto más horas, hasta que el sol se lo permitía, e incluso algunas veces ni siquiera se iba a dormir. En otras ocasiones se ausentaba por largo tiempo de la casa durante la noche; más de lo que le tomaría ir a cazar, cosa que hizo que Rebecca comenzara a sospechar que sucedía algo malo. Él jamás había hecho eso antes.

Una noche, tal vez a finales de enero o principios de febrero, Alex entró en la casa de forma apresurada y, antes de cerrar, lanzó una mirada nerviosa a todos lados.

—La ciudad está completamente rodeada. No debimos venir aquí.

Rebecca sólo tardó un par de segundos en comprender de qué hablaba.

—¿Están aquí?

Asintió sin mirarla, caminando de un lado a otro de la sala.

—¿Qué hacemos? ¿Cómo te les has escapado las otras veces?

—He tenido ayuda —admitió—. Un vampiro de los Collingwood.

La muchacha lo miró con sorpresa, estupefacta.

—¿Cómo?

—Él es muy viejo. Sabe lo que pasó entre Alessandro y Joseph. Lo que en realidad pasó. La pelea la inició Joseph y, cuando Alessandro lo mató, Alessandro ya estaba prácticamente agonizando, así que podría decirse que Joseph fue quien mató a Alessandro y no al revés.

Rebecca no logró salir de su asombro con eso. Incluso se preguntó por qué no se lo había dicho antes.

—Y este vampiro que mencionas, ¿no quiere matarte, como el resto de su familia?

—No. Él sabe que mi familia siempre fue inocente, pero, por desgracia, son pocos los que piensan así. Son una minoría contra toda la familia. Cada vez que me he encontrado con ellos, y Mortimer está presente, me ha ayudado a evitar ser atrapado, pero no quiero que sospechen de él. Él mismo lo dijo la última vez que nos vimos: ya no podría ayudarme.

—¿Qué quieres hacer? Dime. Lo que sea que necesites, si yo puedo hacer algo...

Alessandro negó con la cabeza, pero después pareció meditar algo. Al final asintió:

—Actuaremos como si todo estuviera bien y, a la primera oportunidad, dejamos la ciudad. Y sí voy a pedirte que hagas algo: no vuelvas a salir sola. Ni siquiera de día.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora