26: Sueños y máscaras

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Rebecca despertó con un sobresalto, mirando a su alrededor para darse cuenta de algo.

Algo que ella ya sabía que era verdad, pero al mismo tiempo era algo de lo que tenía que asegurarse cada vez que despertaba así.

Todo había sido un sueño. Absolutamente todo había sido un sueño.

«Y fue un sueño realmente horrible.»

Se sentía tan alterada que no logró volver a dormir. Lo último que recordaba haber soñado era, de nuevo, un bebé que moría entre sus brazos.

Miró el reloj: doce de la noche. Se giró para ver el otro lado de la cama, buscando a su esposo, pero no había nadie ahí. Las cobijas estaban tibias y parecía que Alessandro acababa de levantarse.

Rodó un par de veces sin poder dormir de nuevo, en parte gracias a sus pesadillas y en parte gracias al maldito calor que había estado haciendo durante la última semana.

Al volver a pensar en el niño de su sueño, una opresión en su pecho hizo doler su corazón. Inquieta, no pudo evitar ceder a la tentación de levantarse e ir a ver a sus hijos.

Al salir de la habitación pudo ver que la luz se colaba por debajo de la puerta del baño, y se escuchaba el sonido del agua en la regadera. Supuso entonces que Alex tampoco había soportado el calor y había ido a darse un baño para refrescarse.

Siguió su camino hasta la habitación que sus hijos compartían y se quedó ahí en la puerta, mirándolos dormir.

Los cuatro estaban bien.

Michael, de diez años, era su hijo mayor. Luego le seguía Charlotte, con ocho, y después estaban Leonardo y Helena, con siete y cinco, respectivamente.

Escuchó que la puerta del baño se abría al otro lado del pasillo y, unos segundos después, notó el contacto de las manos de Alex contra sus hombros. Al mirarlo, descubrió que su esposo llevaba una toalla de color rojo tinto alrededor de la cintura y aún chorreaba agua.

—¿Estás bien?

—Más o menos.

—¿Otra vez esos sueños?

Rebecca suspiró antes de asentir, haciendo que ambos se alejaran de la puerta de los niños para evitar despertarlos.

—Sí. De nuevo estaba soñando con todas esas cosas de vampiros. No te burles —reprendió al ver que Alex le daba una sonrisa ladeada.

—No me burlo. Solo digo que ya conoces esos sueños tuyos tan bien que podrías escribir un libro con ellos.

»Tranquila —dijo en tono más serio, tocando su frente—. Estás muy caliente. Tal vez deberías darte un baño; te ayudará a dormir.

Rebecca frunció los labios, considerando su propuesta, y terminó por asentir.

—¿Te espero despierto?

—Sí te conozco bien, aunque te diga que sí ya estarás dormido cuando regrese.

Su risa la acompañó mientras entraba al baño.

No se tomó mucho tiempo en la regadera —apenas lo suficiente para hacer que su piel se sintiera fresca otra vez— y optó por usar algo de ropa ligera, pues el calor ahí en Italia era insoportable ese año.

Al volver a la habitación descubrió que Alex sí había hecho un esfuerzo por mantenerse despierto, pero no lo había logrado: estaba tendido boca abajo en la cama, solo vestido con unos shorts blancos. Sus lentes de lectura aún estaban sobre su rostro, ligeramente torcidos por la posición en la que estaba, y junto a su cabeza tenía una vieja novela abierta en la página en donde el sueño lo había vencido.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora