16: Sed

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Su respiración se hizo más profunda y mucho más lenta, cada vez más lenta. Alessandro comenzó a cantarle una canción de cuna, la misma que siempre había usado cuando quería que se durmiera, y notó el momento en que su cuerpo caía completamente flácido.

Se quedó ahí con ella, escuchando el cansado sonido que hacía su corazón, dando sus últimos latidos. Dejó de respirar un segundo antes de que su corazón latiera por última vez.

Su cuerpo fue perdiendo temperatura gradualmente y, gracias a la cercanía, eso hizo que también él perdiera calor. El empapado cabello de Rebecca sobre el pecho de Alex hacía que su piel hirviendo se enfriara, volviendo a su temperatura normal.

Alessandro permaneció despierto, pensando en mil cosas que no le permitían descansar: primero maldijo a Mortimer por haberla transformado, aunque al mismo tiempo se lo agradeció; gracias a eso se había salvado, se había salvado ella... y ahora tenía una compañera.

A su compañera.

También pensó en su hermano. Su mejor amigo. Agradeció enormemente su sacrificio y sus ojos se humedecieron de nuevo.

Pensó en Rebecca. Su compañera. Su alma gemela, si quería vérsele así. Volvía a tenerla a su lado y, al pensar que pudo haber muerto también, que estuvo tan cerca de perderla, apretó el abrazo con el que la sostenía, jurándose a sí mismo que nunca dejaría que algo le pasara de nuevo.

Así permaneció por un largo tiempo, hasta que por fin el cansancio de los últimos días volvió a aparecer. Cerró los ojos y, sintiendo a Rebecca a su lado, sintiéndose completo por primera vez, su cuerpo y su mente se relajaron tanto que terminó por quedarse dormido.




Cuando volvió a abrir los ojos descubrió que había estado soñando cosas sin sentido y no tenía la impresión de haber descansado. Pasaba de la una de la mañana del día siguiente.

Rebecca aún estaba abrazada a él, inmóvil, tal como la había visto por última vez.

«Ya debería haber despertado.»

Una chispa de preocupación le oprimió el pecho mientras se levantaba, soltándose despacio de su abrazo y ayudándola a quedar recostada sobre las almohadas. Su rostro se veía muy diferente, pero al mismo tiempo igual al de antes; incluso su cabello volvía a tener el mismo largo de siempre.

Despacio, se acercó a ella y olfateó el aire, detectando un suave olor a jazmines. Una minúscula sonrisa le cruzó los labios al darse cuenta de que el olor no provenía de su ropa, sino de ella. De su piel.

Compañeros. Eran compañeros.

Ella tendría el mismo olor que él debido a que se encontraban juntos cuando su cuerpo murió.

Alessandro dejó salir un leve suspiro y se atrevió a acariciarle la mejilla con apenas la punta de los dedos, como si fuese una delicada flor que podría romperse si se trevía a algo más.

Pero él sabía que no era así. Rebecca era muy diferente; era una mujer fuerte, decidida, que iba a luchar con cada fibra de su ser, sin importar las adversidades. Era alguien cuya voluntad de vivir lo había sobrepasado.

No iba a hacerle daño. Jamás podría hacerle daño. Sabiendo eso, acunó su mejilla con toda su mano y se acercó despacio, rozando los labios de la chica con los suyos por un brevísimo instante.

Pudo saborear en ellos el amargo sabor del veneno de vampiro, y eso le aseguró que despertaría muy pronto, así que permaneció ahí, a su lado, sabiendo que Rebecca abriría los ojos en cualquier momento.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora