14: Mediodía

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—Parece que te has portado muy mal, hermanito —dijo Sinuhé de forma mordaz al ver que Alessandro despertaba y lo miraba. Intentaba hacer una broma cruel, pero no pudo evitarlo; era un gran alivio que siguiera vivo—: Quédate aquí. Voy a traer a Rebecca.

Al mirar al sitio donde Rebecca se había quedado, pudo ver que ahora Derek la sostenía con las manos en la espalda y estaba diciendo algo a la gente. Se había levantado la máscara y hacía gestos dramáticos y, por lo que Sinuhé pudo leer en sus labios, Derek estaba molesto.

—No —dijo Alex, haciendo un esfuerzo enorme por levantarse y consiguiendo que Sinuhé lo mirara de nuevo, notando que se tambaleaba, así que tuvo que ayudarlo, pues Alex amenazaba con irse al suelo de nuevo—. Yo iré —se tambaleó una vez más y Sinuhé temió que de verdad fuera a caerse.

—¡Alex!

—¡Sinuhé! —replicó.

—¡No puedes hacer eso, Alessandro! —gritó tan fuerte que algunas de las personas que pasaban se les quedaron viendo—. ¡Acabo de sacarte de ahí! ¡Si vuelves van a...! —se interrumpió. Su hermano menor siempre había sido un imprudente, un tonto. Sus manos se volvieron dos puños—. Si vuelves... Si vuelves, te juro que te golpeo.

—Pues hazlo de una vez, porque voy a ir —replicó Alessandro, testarudo y necio como siempre—. No puedo dejarla ahí. Ella ya sufrió mucho por mi culpa. No puedo dejar que le hagan daño.

Se quedó ahí parado, como si de verdad estuviera esperando que lo golpeara, aunque sabía que Sinuhé no sería capaz de hacerlo. Algo que Sinuhé se reprochaba a sí mismo, era que siempre terminaba perdonándolo.

Pensó en todo lo que había pasado y, después de respirar de una forma innecesariamente profunda, se tranquilizó. Ahí estaba de nuevo: había vuelto a perdonarlo. Se lo recriminó en silencio, pero era algo que no podía evitar.

Cuando las amenazas no surtieron efecto, intentó hacerlo entrar en razón. Puso sus manos sobre los hombros de su hermano.

—No tienes cómo cubrirte, estás muy débil y a duras penas puedes mantenerte en pie.

Pero resultó lo mismo que si le hubiera hablado a una mula.

«Creo que la mula hubiera entendido mejor; al menos ella se hubiera alejado del peligro.»

—Dame tu máscara —pidió Alessandro, extendiendo una mano como si de verdad creyese que eso iba a suceder.

—¿Estás loco?

Y antes de que Sinuhé pudiera hacer nada, Alessandro le arrancó la máscara de la cabeza, se soltó de sus manos y desapareció, llevándose la capa azul con él.

—¡Oye! —fue lo único que atinó a decir—. ¡Alex! —gritó, pero él no hizo caso.

Si alguna vez había tenido duda, ya no la tenía. Estaba completamente loco.

Cuidando que nadie lo viera, Alessandro se acercó hasta Rebecca y dejó que la capa proyectara una sombra sobre ella. Nunca antes la había visto a la luz del sol, sin nubes de por medio: su cabello negro tenía brillos azules ahí en donde la luz lo tocaba, dándole un curioso color casi hipnótico. Además, ahora que podía verla más claramente notó que había algo diferente en ella. ¿Por qué estaba quemándose con el sol?

Sólo acudió una respuesta a su mente. Sin embargo, aún podía escuchar su agitado corazón. No podía ser...

Cuando la sombra de la capa la cubrió, ella alzó la mirada, y sus ojos se iluminaron al verlo, con una sonrisa cruzando sus labios.

—No pensaste que te dejaría sola, ¿verdad? —preguntó, levantándose la máscara de Sinuhé y sonriéndole también.

Le ofreció una mano para ayudarla a ponerse en pie y, si bien Rebecca la tomó, no hizo palanca en ella, temiendo lastimarlo. Abrió la boca para decir algo, pero la cerró de inmediato, como si se arrepintiera de dejar ver que sus colmillos se habían alargado y afilado.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora