26: Sueños y máscaras

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A la mañana siguiente, Rebecca escuchó cuatro vocecillas cuchicheando cerca de su lado de la cama.

Cuando abrió los ojos descubrió que sus cuatro hijos estaban ahí, agachados en la orilla de la cama y mirándola fijamente. Solo podía ver cuatro narices, cuatro pares de ojos y cuatro pares de manos sobre el borde del colchón.

Al notar que estaba despierta, la más pequeña de todos, Helena, se levantó hasta que pudo verla por completo y le dijo en voz baja, pero insistente:

—Papi dijo que hoy vamos a ir a Venecia.

Las vacaciones de verano habían comenzado apenas unos días antes, y Alex les había prometido a sus cuatro hijos ir a conocer toda Italia antes de que tuvieran que regresar a clases, así que Rebecca se obligó a levantarse un poco hasta quedar recargada sobre su codo y se giró para mirar a su esposo, aún por completo dormido, ajeno a todo y roncando levemente.

—Esperen a que su padre despierte —sonrió.

—¿Y si lo dejamos aquí? —preguntó Leonardo, el menor antes de Helena.

—No podemos hacer eso —sonrió Rebecca.

—Parece un oso hibernando —agregó con sorna el mayor, Michael.

Charlotte, su segunda hija, comentó entonces:

—No parece que vaya a despertar nunca... ¡Torre!

Entonces, los cuatro corrieron hasta el otro lado de la cama y brincaron encima de su padre, haciéndolo despertar de golpe.

—¡Ah! —exclamó, abriendo los ojos y moviéndose como si tratase de atrapar a los niños en un abrazo.

—Papi, despierta —decía Helena, que se había sentado en su espalda y lo empujaba de los hombros con sus manitas.

—¿Rebecca... podrías, por favor... quitármelos de encima?

—Tú tienes la culpa. No debiste enseñarles a hacer eso —replicó ella, sonriendo con sorna—. Además, tienes suerte de que no haya brincado encima de ti yo también —agregó mientras se levantaba.

Siguió peleándose con Mike, Charlotte, Leonardo y Helena durante varios minutos cuando hubo más espacio en la cama, hasta que por fin los niños liberaron a su padre y Alex pudo levantarse.

—Son pequeñas criaturitas malvadas... —comentó mirándolos con los ojos entrecerrados, haciéndolos reír aún más.

—Dijiste que nos llevarían a Venecia hoy, papá —dijo Mike.

Alex se frotó el cuello, como haciendo esfuerzos por recordar.

—¿En serio? Creí que dije que íbamos a dormir hoy. Tengo sueño, ¿saben? Anoche ustedes no dejaban dormir. Hasta acá los escuchábamos hablar, ¿verdad, Rebecca?

—A mí no me metas en esto —replicó ella, sonriendo—. Tú fuiste el que lo prometió.

—Pero, ¿no quieren dormir un poco más? —insistió Alex a los niños, haciéndose del rogar.

—¡No, papi! —insistió Helena—. Vamos hoy.

—Bueno, bueno —fingió rendirse—. Vayan a vestirse.

Los niños bajaron de la cama con un brinco y corrieron a su cuarto a buscar su ropa, muy entusiasmados. Rebecca se preguntó si no tendrían hambre, aunque supuso que, con la emoción, no la sentirían sino hasta un rato después.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora