Capítulo 11

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ADVERTENCIA: Este capítulo contiene un alto contenido de material solo para adultos.




Stiles dió la vuelta en la cama y se encontró de frente con Derek profundamente dormido. Se levantó y fue al servicio. Se lavó la cara y, al ver su reflejo, casi no se pudo reconocer. Tenía los ojos rojos e hinchados de todas las lágrimas del día anterior. Abrió el armario del baño y sacó dos pastillas que engulló con algo de agua y salió esperando que hicieran efecto pronto porque si no, su cabeza estallaría.

Miró con tristeza a la cama y se encontró con el lobo aún en su sueño más profundo. Tanto, que un leve ronquido salió de su garganta y él no pudo evitar sonreír. Se acercó y le dio un beso en la frente.

Sin duda, Derek no era para nada como él había creído. Cuando le conoció, odiaba al hombre que ahora estaba tumbado en la cama. Le aterraba. Con su pose de chico malo, de indomable... pero él había descubierto cuán grande era de corazón. Él había llegado a arañar las paredes del increíblemente seco e insensible lobo amargado y había descubierto que, en realidad, el lobo malo del cuento era sólo ficción.

Vale. Sí. Derek seguía imponiendo respeto con sólo una mirada o un ceño fruncido, pero Stiles sabía y podía jurar sin miedo a equivocarse que eso era sólo una fachada. Que el lobo tenía un gran corazón; un corazón que él había dañado una y otra vez y, aun así, había sido perdonado.

Tomó aire con fuerza y decidido fue hasta la puerta. Iba a hacer todo lo posible por hacer que Derek volviera a confiar en él tanto como Stiles confiaba en el lobo. Haría que volviera a confiarle su propia vida.

Y como su padre le había dicho un millón de veces cuando de pequeño le mentía acerca de sus juguetes o sus deberes: "la confianza se pierde en un segundo, pero se tarda mucho tiempo y mucho esfuerzo en recuperarla". Así que salió a la aún oscura mañana para buscar algo con lo que comenzar bien la mañana y demostrarle a Derek todo lo que sentía. Y aunque no todo se arreglaría con un rico y dulce desayuno, por algo se debía empezar.

***

Cuando Stiles volvió a casa, escuchó de fondo el ritmo tranquilo del corazón de Derek, que seguía prácticamente en la misma posición en la que lo dejó. Puso a preparar café mientras desempaquetaba las tartas y ensaimadas que había comprado para el desayuno.

No estaba seguro de cuáles iban a ser sus preferidas, así que había cogido de todos los sabores que había en la tienda: de fresa, arándanos, naranja y limón. Todas tenían una pinta deliciosa, aún así, se puso a mezclar los ingredientes para hacer tortitas él mismo. El olor a tortitas siempre era algo que animaba a la gente en su despertar y, por lo que ya sabía, Derek era de esas personas con mal genio en la mañana y con peor genio aún cuando se le despertaba bruscamente.

Cuando estaba mezclando los huevos con la harina y la leche, la espátula con la que más tarde daría vuelta a las tortitas, cayó sobre el frío y duro suelo de hormigón, rebotando varias veces y haciendo un ruido terrible para alguien sobrenatural con los sentidos tan desarrollados.

Stiles se quedó de piedra, sin mover un sólo músculo. No tuvo que esforzarse para escuchar un gruñido que venía de la cama y luego un pie descalzo sobre el suelo, seguido de otro... y varios pasos acercándose a la zona de la cocina.

Derek apareció ante él con cara de pocos amigos y el ceño fruncido. Stiles, en cambio, estaba con las varillas de batir en una mano y con la otra sujetaba el bowl para así hacer el menor ruido posible. El lobo separó los labios para empezar a soltar improperios, pero los cerró de nuevo cuando su mirada se clavó en la tarta de arándanos. Stiles, si no fuera por conocer el estado de ánimo del lobo por las mañanas, hubiera reído al verle olisquear en dirección al pastel.

Yaguareté·Abà IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora