Ninguno de los dos dijo nada durante un tiempo, hasta que Sinuhé pareció ver algo a través de la niebla.

Debemos irnos ya, pero te prometo que lo cuidaré bien. Tu hijo estará bien conmigo, te lo juro.

»Adiós, Alex.

Dio media vuelta y comenzó a caminar, pero se detuvo cuando Alessandro comenzó a seguirlo.

No vengas. Todavía no es tu hora. Aún no.

Su comentario le extrañó. Alex se detuvo, pensando en esa extraña frase, y Sinuhé siguió avanzando hasta que la niebla a su alrededor se volvió más densa y terminó por envolverlos, haciendo que desaparecieran.

Entonces la niebla lo envolvió a él también. Gritó el nombre de Sinuhé para que volviera, pero nadie apareció.




Despertó muy agitado e intentó examinar la realidad, tratando de distinguir la verdad del sueño. Había sido tan real...

Seguía dentro del ataúd y Rebecca aún estaba recostada sobre él. Sabía que, de haber podido sudar, estaría empapado en sudor y, si su corazón hubiera podido latir, estaría completamente desbocado. Sintió que sus manos temblaban, así que, solo por aferrarse a algo, la abrazó a ella, acariciando su espalda y sin lograr volver a dormir.




Rebecca no se movió, pero pudo notar que Alex ya estaba despierto.

Él levantó la tapa del ataúd y salió cargándola, como solía. Sin embargo, en esa ocasión la llevó hasta la cama y la depositó ahí, sentándose a su lado con una expresión muy seria.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó sin mirarla, con sus ojos perdidos en algún punto del suelo.

—¿Decirte qué?

—Lo de los dos olores... De que ahora eres parte de su familia...

—Oye, espera —replicó ella con firmeza, tomando su rostro con ambas manos y obligándolo a mirarla—. Yo tampoco lo sabía. Admite que ninguno de los dos consideró eso nunca. Además, yo no soy parte de su familia: soy parte de la tuya.

Sus hermosos ojos azul de mediodía se llenaron de lágrimas y Alessandro se acercó y la apretó en un abrazo.

Intentó dejar de llorar y, tratando de no perder la compostura, se levantó de la cama y salió de la habitación. Sin embargo, apenas estaba cruzando la puerta cuando Alex la detuvo.

—No está ahí —susurró sin levantarse de la cama, adivinando sus intenciones.

—Yo solo... quiero verlo...

—Lo sé. Te entiendo. Pero él ya no está ahí. Se ha ido.

—¡Ya lo sé! ¡Ya sé que se ha ido, pero no puedo...!

—Espera —interrumpió—. Literalmente, ya no está ahí. Los niños hijos de vampiros que mueren antes de transformarse... se convierten en cenizas. Desaparecen —explicó con pesar.

Se acercó a ella despacio, intentando abrazarla, pero Rebecca escapó antes de que pudiera hacerlo y corrió hacia la habitación de su hijo.

La cuna estaba dolorosamente vacía.

Se detuvo en la puerta, llorando de nuevo, y Alex se le acercó muy despacio, rodeándola con sus brazos mientras un par de lágrimas silenciosas le surcaban las mejillas a él también.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaWhere stories live. Discover now