¿Es Harry? ¿Está bien?

No lo sabemos. Él... estuvo todo el día con un dolor de cabeza fuertísimo y antes del almuerzo se desmayó. Eso me dijo el rector.

¿Ya se despertó?

Sí, pero todavía no puedo verlo. Están haciéndole unos estudios para ver si tenemos que preocuparnos o si fue una falsa alarma.

Vale, ya mismo estoy saliendo para allá.

Corto la comunicación sin despedirme ni dejarla despedirse y corro al auto. En una persona normal, un dolor de cabeza y un desmayo no suponen nada más que eso. Pero Harry no es normal. En él, estos síntomas pueden ser causa por una hinchazón más en el cerebro o algo por el estilo. Algo que lo puede dejar sin memoria permanentemente o incluso matarlo. El hospital se yergue frente a mí quince minutos más tarde y, después de estacionar, le mando un mensaje a Julie comentándole lo sucedido. Entro al hospital y recorro los inmaculados y blancos pasillos, tan conocidos y familiares para mí como una pesadilla en bucle, que no para de repetirse. Ojalá este hospital no fuera como mi segunda casa. Ojalá no lo conociera como a la palma de mi propia mano.

Encuentro a Anne en la sala de espera de Urgencias, donde supongo Harry ha sido ingresado desde la UCL. Ella me cuenta de nuevo lo que sucedió y nos limitamos a esperar por el doctor durante lo que es una o media hora más.

–Esto es culpa de la vida de mierda que tiene y el ambiente que lo rodea.

–¿Qué quieres decir? –pregunto elevando una ceja.

–Esto no le hace bien, Lola. Este lugar... está tan viciado... no es bueno para él. Vive la misma rutina todos los días y está cansado, yo lo sé; lo veo. No vive, no disfruta, se la pasa estudiando o preocupado por algo. Este lugar no le da la vida que se merece.

No soy estúpida, pero no logro seguirla por completo. El chico que describe no es el mismo que estuvo conmigo todo el fin de semana. No es Harry.

–Anne, ¿estás insinuando que quiere que Harry rehaga su vida, en otro lugar, lejos de todos nosotros?

–Algo así –admite con un suspiro y tengo que contener las ganas de abalanzarme sobre ella, rodearle la garganta con las manos y apretar. Apretar fuerte–. Está estancado aquí, y así nunca conseguirá recuperar sus recuerdos.

–Está yendo a terapia.

–Eso no le sirve.

Vaya, cuánto positivismo por parte de mi futura suegra.

–De todos modos, lo que tienes en mente es imposible –digo moviendo la mano en un ademán desesperado por hacerle cambiar de opinión. Lo que está diciendo suena mal, y es un disparate.

–¿Por qué?

–Porque tiene una vida aquí. Con ustedes. Conmigo. Tiene amigos, está matriculado en una excelente universidad y tiene todo lo que pueda querer aquí. No necesita nada más.

–Necesita un cambio.

–Eso se lo podemos dar nosotros. No tiene por qué marcharse a ningún lado.

Me pongo de pie, zanjando la conversación, al ver al médico de Harry acercarse a nosotras.

(...)

Entro en la habitación prácticamente sin saber con qué voy a encontrarme del otro lado. Después de dejar a Anne berreando en la sala de espera me encontré a mi misma dándole vueltas al asunto y pensando todo lo que la madre de mi novio ha dicho. Puede tener razón, pero no deja de ser un disparate. Harry no puede marcharse; ni ahora, ni nunca. Dios, suena jodidamente egoísta. Y tal vez lo es, pero no me importa. El lugar de Harry es éste; en Londres y con todos nosotros.

–Harry –exhalo casi con sufrimiento al verlo tendido en la cama con un libro viejo entre las manos.

Me sonríe y deja el libro sobre la mesita de noche. Cuando me inclino para besarlo, espío por el rabillo del ojo y veo que se trata de un clásico; Fahrenheit 451.

–Hola, amor.

Casi he extrañado el ronco rumor de su voz al pronunciar... prácticamente cualquier cosa. Ocupo la silla que está junto a su cama mientras él se coloca de costado y se hace a un lado, palmeando la mitad de la cama vacía que se encuentra frente a mí. Sonrío mientras abandono la silla de plástico y me acuesto junto a él, enredando las piernas con las suyas como siempre solíamos (lo siento, solemos) hacer.

–¿Cómo estás? –inquiero pasándole los dedos por la frente para peinarle el cabello rizado y largo.

–Estoy bien –cierra los ojos y deja escapar un suspiro de pura frustración–. Todo el mundo está tan... preocupado. Mi madre es un torbellino de ideas descabelladas y yo... estoy bien. Eso es lo que nadie se da cuenta.

–Yo me di cuenta ayer. Y el sábado. Y el viernes. Yo te veo feliz.

–Tal vez eso es porque soy feliz. Con todo lo que está pasando ahora mismo; mi memoria, la universidad, mis amigos, mi familia, tú... soy feliz.

Vanamente comprendo que su frustración se debe justamente a eso: a que todo el mundo se cree que es un desdichado, y en realidad es todo lo contrario. Pero al parecer sólo yo puedo ver eso; al parecer Harry muestra su auténtica persona solamente cuando está conmigo. No sé si eso es bueno o malo; no sé si reír o llorar.

–Lo sé –me inclino sobre él para echarle los brazos al cuello y poner mi frente contra suya–. Lo sé –repito antes de besarlo con suavidad.

Me estremezco cuando sus manos frías se cuelan por toda la ropa que llevo puesta hasta dar con la piel de mis costados y acariciarla con lentos movimientos circulares.

–Eh –se ríe–. No voy a hacerte nada.

–Lo siento –suelto una risita contra sus labios–. Es que tienes las manos frías.

Sonríe, regalándome unos hoyuelos.

–Te amo, Lola.

–Yo también te amo, Harry.

Se siente tan bien decirlo que estoy a punto de sentir cómo el corazón me desgarra el pecho para salir de él. Antes de poder volver a besarlo la puerta de la habitación se abre y Harry y yo nos separamos abruptamente. Me levanto de la cama prácticamente de un salto y tomo mi bolso mientras veo a Anne entrar hablando con el doctor de Harry. El aludido vuelve a suspirar al ver al par y se lleva las manos a la cabeza, masajeándose la sien y poniendo los ojos en blanco en el más gracioso gesto de exasperación. Me inclino sobre él para darle un beso en la frente antes de marcharme.



Over Again. | h.sWhere stories live. Discover now