32. Juntos.

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Jodido gilipollas. Esas dos son las únicas palabras que pueden describirlo a la perfección en este momento. Pero, ¿cuál es su maldito problema? Es verdad que toda esta situación parece demasiado rara y extraña, y entiendo que sea sobreprotector, pero tampoco para tanto. Se ha pasado con todo ese rollo de "eres mía, estás conmigo y no le vas a dirigir la palabra a nadie que tenga pene". Por Dios, que se compre una mascota.

Atravieso el porche a grandes zancadas escuchando las ruedas chirriar cuando el coche sale despedido hacia quién sabe dónde. Espero que a su casa. No soportaría saber que ha ido a beber o que ha vuelto a la fiesta para enrollarse con alguien como venganza, algo que el antiguo Harry habría hecho sin pestañear. Entro a mi casa, me deshago de los zapatos y el abrigo en la entrada y subo a mi habitación para cambiarme de ropa. Me pongo unos pantalones negros y un buzo azul marino de Harry, porque sí, puedo estar enojada con él, pero usar su ropa se ha convertido en una de mis costumbres cuando estoy disgustada por algo (particularmente si ese algo es él). Antes de salir decido desmaquillarme y recogerme el pelo en una coleta para parecer una persona normal y no alguien recién salido de una fiesta. Gracias a Dios los bucles al estilo Marilyn se me han deshecho con el transcurso de la noche.

Veinte minutos después estoy dejando el coche en el estacionamiento del hospital y adentrándome en él. Recorro los inmaculados pasillos blancos y un escalofrío me cruza por la espina dorsal al llegar a una sala de espera plagada de sillas tapizadas en azul, iguales a las del hospital en el que Harry estuvo dos meses atrás. El horrible sentimiento se me instala en el pecho y me ahoga, obligándome a tener que respirar hondo un par de veces para aliviar el dolor. El hecho de simplemente recordar las horas de espera se me hace angustioso y lucho por empujar esos pensamientos fuera de mi mente. Sigo caminando hasta toparme con una puerta cuyo cartel dice, en letras grandes y rojas, "Urgencias". Me adentro al salón y la recepcionista me llama la atención.

-¿En qué puedo ayudarla?

Me acerco al mostrador y me apoyo con las manos en él. -Buenas noches, ¿podría decirme dónde se encuentra la habitación de Kyle Howards?

-¿Usted es Lola Simons? -asiento con la cabeza, desviando la mirada mientras ella teclea algo en la computadora-. No está aquí en urgencias. Ha sido trasladado a una habitación normal; la 303.

-Muchas gracias.

Le sonrío amablemente antes de salir de la sala y encaminarme hacia el tercer piso. Una vez allí, me cuesta decidir qué hacer. Incluso me replanteo la situación; ¿debería entrar o debería volver por donde vine? Antes de permitirme seguir procesándolo, mi mano se cierra sobre el picaporte y empuja la puerta. Me quedo estática en el umbral, sin saber qué hacer, otra vez. Debería haber golpeado primero.

-Lola, ¿eres tú?

-Sí.

-Pasa, por favor.

Suelto el aire contenido y termino de atravesar el umbral, cerrando la puerta a mis espaldas. Entro en la habitación y le sonrío al verlo. Está algo magullado y tiene un brazo enyesado, pero además de eso no tiene nada fuera de lo común a simple vista.

-¿Cómo te sientes? -inquiero arrastrando una silla junto a su cama.

-Bien. Mejor ahora que tú estás aquí -debe darse cuenta de que frunzo el ceño, porque agrega-: Quiero decir... perdona, yo... no importa.

-Está bien, Kyle, no tienes por qué disculparte -me remuevo en la silla, incómoda-. ¿Necesitas algo? Vine cuanto antes, pero no entendía nada -me río.

-Ah... eso; te explicaré. No iba a llamar a mi madre, no sería justo hacerla venir aquí en medio de la noche siendo que sólo tengo un brazo roto. Y mis amigos... qué va, deben estar todos como una cuba quién sabe dónde. De inmediato pensé en ti; quiero decir, estás cerca y... definitivamente no estás borracha.

Over Again. | h.sOnde histórias criam vida. Descubra agora