12: En la Plaza de San Marcos

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—Entonces lleva esto —se arrancó un crucifijo de oro que llevaba al cuello y le tomó la mano mientras se lo entregaba, aferrándose a su puño con una fuerza que ni siquiera parecía tener—. Ten cuidado... ten cuidado...

Repitió eso un par de veces más. Después se quedó inmóvil y su mano cayó al piso, sin vida. Rebecca apretó los labios, guardándose el crucifijo en el bolsillo para luego alejarse del cadáver y tratar de salir de la fosa por donde los otros dos vampiros se habían ido.

Siguió caminando por la casa de forma sigilosa, siempre escondiéndose y sabiendo que el tiempo corría en su contra.

Encontró un largo pasillo y, al no haber lugar donde pudiera ocultarse, caminó por ahí de forma rápida, sin detenerse, hasta llegar al final, donde se cruzaba con otro. Tuvo que retroceder un poco al ver a una muchacha de largo cabello castaño rojizo que aparentaba tener pocos años más que ella, y que dejaba detrás de sí el característico olor a café de los Collingwood mezclado con un leve olor a jazmines, que fue como una flecha que le indicó el camino.

Vio a la muchacha reunirse con otro vampiro de cabello castaño claro y ojos color miel. Se susurraban algo, como si discutieran, y gracias a la sangre de Mortimer supo que se trataba de Aidan y Annie. Todo en ese dato le gritaba que eran aliados, pero ella no quería arriesgarse.

Intentó esconderse un poco más en el pasillo donde estaba, esperando a que ambos vampiros se marcharan, pero su movimiento pareció alertar al hombre, que alzó sus ojos color miel hacia ella.

—¿Rebecca? —preguntó con sorpresa.

Annie también miró hacia donde se encontraba, antes de voltear hacia todos lados para asegurarse de que no había nadie más.

Rebecca no consiguió moverse de inmediato, paralizada, y eso le dio tiempo a Aidan de llegar hasta ella en un movimiento casi instantáneo, impidiéndole cualquier forma de escapar.

—¿Qué estás...? ¿Cómo...? Eres una vampira también... —murmuró sorprendido.

—Sólo en parte —admitió ella, insegura de qué debía hacer entonces.

—Vienes a buscar a Alessandro, ¿no es cierto? —preguntó ahora Annie, acercándose a ellos—. Ya estamos trabajando en eso. Vamos a enviar algunos mensajes para pedir ayuda. Mortimer tiene un plan que podría funcionar si...

Rebecca asintió, interrumpiéndola.

—Lo sé. Pero no sabía que ustedes estaban involucrados. Annie y Aidan, ¿cierto? —dudó.

Los dos vampiros intercambiaron una mirada, pero asintieron.

—Tampoco sabíamos que estabas involucrada. Creímos que estabas muerta —admitió Aidan, consiguiendo que Annie le diera un codazo.

—¿Cómo puedo ayudar? —ofreció Rebecca sin dudar, decidiendo confiar en su instinto y confiar en ellos.

—Todos están ocupados preparando el escenario —contó Annie—. No debería haber nadie en la casa a estas horas. Aidan y yo iremos a buscar ayuda con quien podamos, tenemos que llevan Venecia de vampiros que puedan ayudar a Alessandro a escapar.

»Tú cuida a Alex. Vigila que no lo saquen de la casa aún. Tenemos que tener todo listo antes de que eso suceda, para poder tener una oportunidad.

Rebecca asintió de forma solemne, mientras Annie señalaba un pasillo.

—Está por allá.

No se despidió de ellos, sino que salió disparada en la dirección que Annie había señalado, sabiendo que la vampira no mentía. Rebecca podía sentir que iba en la dirección correcta, como si algo más que sólo el tenue aroma a jazmines la estuviese guiando hacia una puerta con forma de arco, hecha de ladrillo rojo.

El último Hawthorne: Sol de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora